"La tradición gloriosa nos obliga a vivir en la historia, que es muy diferente a vivir «de la historia». Vivir en la historia significa tener plena conciencia de lo contemporáneo, de sus exigencias e imperativos. Vivir en la historia obliga a actuar siempre en función de hacer historia, de procurar realizar lo que perdure y se proyecte en el porvenir, lo que desarrolle nuestra potencialidad personal y social para convertirla en interminable sucesión de actos creadores". Luis Herrera Campins
Muchos años después de la muerte de Cristóbal Colón, ocurrida el 20 de mayo de 1506, España entró en decadencia, período que se prolongó hasta el siglo xix debido a las guerras y situación económica adversa. Esto se debió a la Guerra de Sucesión, iniciada en el siglo xviii a raíz de la muerte de Carlos II, quien no dejó descendencia ni heredero en el trono y esto permitió también que el Reino Unido, Austria y Francia ganaran terreno frente a España.
Tras largos períodos de guerra, al perder España los tronos de Nápoles, Sicilia, Cerdeña, el Ducado de Milán y los Países Bajos (Holanda), los únicos resultados a su favor fueron producto de los Tratados de Utrech, que culminaron en 1713.
A partir de 1788, España entró en otras situaciones similares, y sus años de gloria se evaporaron con la pérdida de Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam (a finales del siglo xix). Sus posesiones coloniales en Europa, América, África, Asia, Oceanía, el Caribe y el Pacífico entraron en una profunda crisis.
A partir del Tratado de Basilea, Francia se adueña de la parte este de la isla de La Española, y en 1808 los ejércitos enviados por Napoleón Bonaparte son derrotados por los dominicanos en la célebre batalla de Palo Hincado, lo que permitió que España recuperara de nuevo la parte este, que por momentos había cedido a Francia.
En la batalla de Palo Hincado destaca en primer plano Juan Sánchez Ramírez, hijo del militar español Miguel Sánchez. Durante la Guerra de la Convención o de los Pirineos luchó en el bando de las tropas españolas que se enfrentaron a las francesas, entre marzo de 1793 y julio de 1795.
En 1803 pasó a vivir en Puerto Rico, donde permaneció hasta 1807 cuando decidió pedir ayuda al gobernador de esa isla, Toribio Montes, para regresar y combatir contra los franceses que gobernaban en Santo Domingo desde 1801. A comienzos de 1808, logró reunir un ejército de más de dos mil miembros, integrado por militares españoles de Cuba, Puerto Rico, ingleses y colonos exiliados durante la Era de Francia. Con ese ejército invadió la antigua parte española. Su llegada recibió el apoyo de los hateros de Santiago, encabezados por Diego Polanco y los grupos sureños que encabezaban Ciriaco Ramírez, Cristóbal Huber Franco y Salvador Félix.
Juan Sánchez Ramírez y su tropa se enfrentaron a la del gobernador francés, general Jean-Louis Ferrand, en la batalla de Palo Hincado, escenificada en El Seibo el 11 de noviembre de 1808. Posteriormente, recibió ayuda de una flota inglesa procedente de Jamaica, que cercó y bombardeó las posiciones del general Joseph-David du Barquier en la ciudad de Santo Domingo; esto fue decisivo para la derrota y expulsión definitiva de los franceses.
El triunfante brigadier Sánchez Ramírez convocó el 12 de diciembre de 1808 a representantes de diferentes pueblos para decidir el destino del territorio reconquistado. El encuentro se realizó en Bondillo, un lugar próximo a Manoguayabo, en las afueras de Santo Domingo, para la historia se conoce como la Junta de Bondillo. Allí se decidió volver a ser una colonia española, dando inicio al periodo de la España Boba. Sánchez Ramírez fue nombrado gobernador de la Capitanía General de Santo Domingo. Durante su administración se produjeron varios intentos infructuosos de acabar con la misma, entre estos el de mayo de 1810 que se llamó Revolución de los Italianos.
Fracasados sus intentos de constituir una nueva república, surge el protagonismo de José Núñez de Cáceres, quien había estudiado en la Universidad Santo Tomás de Aquino, donde luego fue profesor. Emigró a Cuba al producirse la cesión de Santo Domingo a Francia y su ocupación posterior (1801). Allí ejerció la abogacía, y luego desempeñó el cargo de gobernador y asesor general del Gobierno. Regresó a Santo Domingo después de la reconquista; fue funcionario del aparato burocrático colonial. Ocupó este cargo también en Cuba, así como el de auditor de guerra.
Entre 1809 y 1821, la colonia de Santo Domingo sufrió un decaimiento y hubo un gran descontento en las diferentes capas sociales. Esto provocó una idea emancipadora en los sectores populares; nadie apoyaba la permanencia de la situación colonial. Núñez de Cáceres inició la organización de un bando político para establecer un Estado soberano.
La situación se hacía cada vez más difícil por el descontento, por el miedo a una unión con Haití. Núñez de Cáceres, con su grupo, decidió proclamar la independencia nacional bajo la protección de la Gran Colombia. Esto ocurrió el 30 de noviembre de 1821. Creado un estado autónomo, protegido por Colombia, se formó una junta de gobierno provisional, presidida por Núñez de Cáceres.
El primero de diciembre de 1821, quedó constituido el Estado Libre de Haití Español, bajo la protección de la Gran Colombia. Esto encontró poco apoyo popular y provocó llamadas del interior en favor de la unión con Haití. El ensayo independentista de Núñez de Cáceres sucumbió con la entrada de las tropas de Boyer, comenzando así el período conocido como período de la ocupación haitiana. Núñez de Cáceres entregó las llaves de la ciudad de Santo Domingo al presidente haitiano el 9 de febrero de 1822.
Inconforme con la situación creada, Núñez de Cáceres rechazó todas las ofertas de Boyer y dejó el país. Fue a Venezuela y ocupó el cargo de secretario del presidente Páez. Permaneció allí cinco años, pero se vio obligado a marcharse por un mal entendido con la prensa. Se dirigió a México, donde se estableció. Allí ejerció su profesión de abogado, después fue fiscal de la Suprema Corte; luego senador y tesorero de la Hacienda Pública.
Por otro lado, refiere el historiador venezolano Manuel Marrero M., que: «A finales de 1820, el general Pablo Morillo concretó los diálogos para un Tratado del Armisticio y Regularización de la Guerra con Simón Bolívar, lo cual implicaba reconocer a Colombia. Esas negociaciones se realizaron en el contexto de la entrevista de ambos jefes sostenida en noviembre de ese año en la población de Santa Ana de Trujillo». (Manuel Marrero M.: Núñez de Cáceres en Venezuela, Santo Domingo, 1982, pp. 7-10).
Añade, en ese mismo sentido, que: «Los triunfos en Boyacá y Carabobo anunciaron a los patriotas un victorioso futuro que pondría fin a la dominación española, aunque España estaba decidida a conceder algunos derechos para mantener su dominio colonial, para lo cual contaba con posibles apoyos de las potencias reunidas en el Congreso de Viena con el propósito de reconfigurar el mapa político europeo descompuesto por Napoleón Bonaparte». (Ibíd., p. 8).
Refiere que: «Caído Bonaparte, las cortes europeas acordaron reordenar la geografía política que cada una tenía antes de la expansión del corso y volver al antiguo régimen. Los representantes de las más importantes monarquías se reunieron dispuestos a devolver potestades al clero y restaurar el orden político-social; pero España, venida a menos como potencia colonial por la pérdida de sus dominios en América, fue marginada en la convocatoria y excluida de las grandes decisiones y acuerdos; además, los triunfos de las fuerzas patriotas en América le pronosticaban peor situación cuando se inició la campaña hacia el sur, que en poco tiempo libertó aquellos pueblos del sistema colonial, acelerando la ruina del que había sido uno de los grandes poderes coloniales del mundo». (Ibíd., p. 9).
«A esas dificultades se agregaban los problemas políticos internos de la corte. El reino de Fernando VII iba de derrota en derrota cada vez que enfrentaba a los patriotas en América, y se hallaba en apuros por las reformas liberales que también inquietaban a otros países europeos. En 1820, Rafael del Riego y Antonio Quiroga, responsables de la expedición militar destinada a sofocar los ejércitos libertadores en América, desacataron al rey hasta obligarlo a reconocer la Constitución liberal de 1812 que había rechazado Fernando VII desde su regreso a España en 1814, y que finalmente el rey Felón debió firmar y refrendar presionado por la exigencia: «He jurado esta Constitución –anunció en marzo de 1820– por la cual suspirabais. Y seré siempre su más firme apoyo», añade. (Ibíd., p. 9).
De acuerdo a las aseveraciones de Manuel Marrero: «Las tropas estancadas en Cádiz arruinaron los planes de reconquista; el triunfo de los liberales agravó la situación de España con Colombia, y a Fernando VII no le quedó otro camino que iniciar tratos para promover un armisticio y poner fin a la guerra a muerte».
Con ese propósito viajaron a Madrid José Rafael Revenga y Tiburcio Echeverría representando a los patriotas, con carta del Libertador en mano, fechada en Bogotá el 24 de enero de 1821, en la cual Bolívar anunciaba la disposición a negociar bajo la condición de reconocer la soberanía de Colombia: «[…] ha querido V. M. oír de nosotros la verdad –dice Bolívar al rey–, conocer nuestra razón y sin duda concedernos la justicia. Si V. M. se muestra tan grande, como es sublime el gobierno que rige, Colombia entrará en el orden natural del mundo político. Ayude, V. M., el nuevo curso de las cosas y se hallará al fin sobre una inmensa cima, dominando todas las prosperidades. La existencia de Colombia es necesaria, señor, al reposo de V. M. y a la dicha de los colombianos». (Ibíd., p. 10).
Puntualiza que: «El general Morillo, enviado a pacificar la revolución de independencia, llegaba con instrucciones de la Corte para suscribir tratados como el acordado en la referida entrevista con el Libertador en Santa Ana de Trujillo, que abrió favorables condiciones a la causa de la independencia hasta el fin de la lucha el 9 de diciembre de 1824 con la batalla de Ayacucho, donde fueron derrotadas definitivamente las fuerzas del imperio español. Fue en ese contexto de la restauración monárquica en Europa, de dificultades en la política colonial de España y los avances del proceso independentista en América, cuando José Núñez de Cáceres proclamó la independencia de la parte oriental de la isla de Santo Domingo el 1° de diciembre de 1821, a la cual llamó «Estado Independiente de Haití español». (Ibíd., p. 10).
Señala que: «Don José Núñez de Cáceres contaba en su hoja de vida los títulos de teniente del gobernador, asesor general, auditor de guerra y profesor de la Universidad de Santo Tomás de Aquino. Eran dignidades que le daban honor y credibilidad entre sus compañeros para la histórica decisión que la historiografía dominicana llama «independencia efímera».
«[…] El movimiento revolucionario anunció la hora de la independencia después de trescientos años de pupilaje español, cuando Núñez de Cáceres hizo la declaración de ruptura colonial y creación del nuevo Estado: «No más dependencia, no más humillación, no más sometimiento al capricho y veleidad del Gabinete de Madrid». (Ibíd., p. 12).
Cuenta que: «Esas palabras quedaron escritas en el acta de ruptura colonial firmada por: José Núñez de Cáceres, presidente, Manuel Carvajal, Juan Vicente Moscoso, Antonio Martínez Valdés, L. Juan Nepomuceno de Arredondo, Juan Ruiz, Vicente Mancebo, Manuel Vicente de Umeres, secretario». (Ibíd., p. 13).
Dice que: «Quienes avalaron la trascendental decisión con sus firmas, y paso seguido planificaron el Estado en acta de 39 artículos, que contenía la forma republicana de gobierno con el interregno de una Junta de Gobierno Provisional con capitán general, gobernador político del Estado y diputados de los cinco partidos (territorios), federación con la República de Colombia».
Refiere el historiador Manuel Marrero que: «La proclama independentista dice en su primera línea que ‘por fin’ cristalizaba el intento, dando por hecho que todos esperaban ese día para romper la sujeción colonial. Los dominicanos traían en sus cuentas no menos de tres décadas de inestabilidad y desconcierto, entre una y otra metrópoli sin tener intervención porque su suerte la decidían Madrid o París, y aunque la historiografía le critica a Núñez de Cáceres que la proclamación fue prácticamente suya, que él la promovió y decidió sin convocatoria ni participación del pueblo, sin embargo el acta dice que ese fue el día ansiado por todos los buenos y fieles hijos de la parte española de Haití; el ‘día que tantos síntomas precursores habían anunciado de un momento a otro, pero que los esfuerzos de los viles y mercenarios esclavos de la feroz hidra de Yberia habían logrado alejar por algún tiempo más de vuestras ansiosas esperanzas […]’» / «[…] Yo os lo anuncio una y mil veces con el corazón inundado del más puro gozo: la patria es libre, somos independientes: nosotros mismos vamos a fundar nuestra República sobre bases liberales que más nos convengan y hagan felices […]». / «La empresa es grande y gloriosa, pero difícil y complicada […]». (Ibíd., p. 13).
De esta empresa heroica de Núñez de Cáceres, surge la separación de la parte este con Haití, de la isla de Santo Domingo, lograda mediante la idea central de Juan Pablo Duarte y los llamados trinitarios, entre los que destacan Juan Isidro Pérez, Felipe Alfau, Jacinto de la Concha, Félix María Ruiz, José María Serra, Pedro Alejandrino Pina, Juan Nepomuceno Ravelo y Benito González, entre otros.
Sin embargo, la presencia del primer presidente constitucional dominicano proveniente de la clase hatera (la de mayor fuerza económica) y su empeño de endosar la República a España, no le bastó para también fusilar en 1844 y 1861 a Francisco del Rosario Sánchez, María Trinidad Sánchez, Andrés Sánchez, José Joaquín Puello, Gabino Puello, Antonio Duvergé, Alcides Duvergé, José Contreras, Cayetano Germosén, Benigno del Castillo, Juan Erazo, Félix Mota (poeta), Francisco Martínez, Pedro Zorrilla, Juan Gregorio Rincón y Domingo Piñeyro.
En este contexto hay que destacar el papel de las mujeres en ambas guerras, lo que les da categoría de heroínas. Entre ellas, cabe citar a María Trinidad Sánchez, Concepción Bona, María Baltasara de los Reyes, Manuela Diez, Josefa Pérez de la Paz, Micaela de Rivera, Rosa Montás de Duvergé, Ana Valverde, Froilana Febles, entre otras.
Este espacio de tiempo quedó en la memoria de los dominicanos que no tuvieron temor en batirse contra los haitianos que habían dominado el territorio dominicano por espacio de 22 años.
Las luchas de estos héroes, próceres y heroínas sentaron por primera vez la base de la dominicanidad. Por ejemplo, a partir de la Segunda República, los temas más relevantes a considerar fueron velar por el patriotismo, fomentar la educación y la cultura que aquilataron un grupo de valientes y selectas mujeres bajo la tutela del insigne educador puertorriqueño Eugenio María de Hostos.
Algunas de estas mujeres ya habían estado en el frente de batalla de los dos acontecimientos bélicos más importantes, crearon una conexión con la cultura y la educación que sirvió de espacio de reflexión en la búsqueda de nuevos caminos, y se esforzaron en imponer sus voces y derechos.
Hombres y mujeres que soñaban con una patria libre de toda dominación extranjera, tomando como referencia las ideas del fundador de la República, Juan Pablo Duarte, no se quedaron como simples espectadores y también se esforzaron por alcanzar un mayor desarrollo político e intelectual.