El ensayo “Unas gotas de fenomenología” de 1925 de Ortega y Gasset nos muestra algunas ideas sobre el movimiento fenomenológico como filosofía o estilo de pensamiento. Transcurría veinticinco años desde que Edmund Husserl inauguraba esta corriente de pensamiento, que por su parte se convertiría en lo nuevo de la filosofía contemporánea.

El texto mencionado comienza con lo que hoy denominamos el efecto Rashomon, en referencia a la película de Akira Kurosawa – que data del 1950-, cuya historia se centra en la situación de un grupo de individuos que narran un mismo suceso desde perspectivas situacionales diferentes, todas ellas probablemente verdaderas. No será necesario reseñar la película de culto del director japonés, pero sí tenerla como referencia para lo que ya había descubierto la fenomenología y que Ortega y Gasset explica de manera simple y hermosa.

La forma de hacerlo es relatando una situación en la que un grupo de personas presencian a un hombre ilustre que agoniza en su lecho: su esposa acongojada y triste está junto él; el médico que lo asiste toma las inspecciones necesarias; también está el periodista quien hará la reseña del obituario recordando quién fue ese gran señor y el pintor, a quien la familia contrata para que atrape el momento de dicho acontecimiento desafortunado.

En comparación, y aun alejado en el tiempo, podría afirmarse que el filósofo español utiliza la misma imagen que se muestra en la película, no solo para mostrar la crisis de la verdad de una interpretación o relato, sino también para explicar lo que implica vivir una experiencia, cuestión que para la fenomenología es fundamental.

En continuidad con lo anterior, el texto orteguiano expone otro de los principios de esta filosofía: que la realidad se muestra y se conoce en escorzo; es decir, “una misma realidad se quiebra en muchas realidades divergentes cuando es mirada desde puntos de vista distintos”, dice el filósofo. Sin embargo, no se trata de un simple relativismo, sino de "clasificar estos puntos de vista" con el objetivo de describir cada experiencia vivida. Para eso, el fenomenólogo debe distanciarse del objeto con la actitud de captarlo tal y como se da.

Si seguimos el relato orteguiano, encontramos actitudes y disposiciones distintas en cada uno de los personajes que observan al hombre agonizante. Estas formas de ver emergen desde su existencia en el mundo que se transforman en una escala de distancias espirituales entre la realidad y la de ellos; hay unos "niveles de proximidad" que la fenomenología debe establecer cuando se describe la experiencia. Tanto la distancia como las proximidades de los sujetos que viven el fenómeno equivalen a grados de “participación sentimental” por parte de quienes presencian el hecho. Esta última idea es importante porque pone de manifiesto el papel de la afectividad en el modo como nos relacionamos con las cosas, un aspecto que la fenomenología a partir de Husserl tratará.

Otro ejemplo que podemos traer a colación, a propósito de lo dicho, es una escena de la película  que retrata la vida de la gran fenomenóloga Edith Stein, quien fuese secretaria de Husserl (https://www.youtube.com/watch?v=_abcgCqKL20). En esta pequeñísima escena la filósofa responde a la pregunta de su sobrina: “tía, ¿qué cosa es la fenomenología?”, quien responde con un ejemplo concreto: si dirigimos nuestra mirada a ese piano, vemos que hay una caja de galletas encima. Pero cuando lo toco, se me revela como un instrumento que produce notas hermosas y no lo veo ya como soporte de una simple caja que contiene galletas. Pero la persona que la ha colocado, al escuchar las notas se percata de la música que produce el instrumento, dándose cuenta de que puede intuir su potencial. Esto se debe a la intencionalidad de la conciencia. Es decir, ahora el piano se le aparece como “aquello” que ocasiona hermosas notas; la persona puede experimentar el fenómeno estético, “vive la música” sin tener conocimiento de ella.

Esto conecta con la conclusión a la que llega el texto de Ortega al exponer otro aspecto de la fenomenología: que en vez de tomar a la idea como instrumento con que pensamos un objeto, la convertimos a ella objeto de nuestro pensamiento. La intencionalidad de nuestra conciencia es un fenómeno sin la cual no me pertenecería un mundo y la construcción del sentido sería completamente inexistente.