La palabra vulnerabilidad procede del latín vulnus que significa herida. Y hace referencia directamente a la parte frágil del cuerpo que puede lastimarse y producir dolor. En el mismo campo semántico se encuentran las palabras lesión, herir o lastimar. En su libro Vulnérabilité (2018), Nathalie Maillard considera que es una “nueva categoría ética”. Es una noción que debe atenderse desde la razón práctica, desde la reflexión ética y no solo considerada desde las ciencias sociales. Por lo tanto, a partir de ahora, este concepto abandona su carácter puramente psicológico o sociológico para ser comprendido desde la praxis existencial, adquiriendo con esto cierto carácter de universalidad. La condición humana es vulnerable y no está exenta de situaciones que la hacen débil y plegarse a condiciones límite.
Otra filósofa que ha realizado importantes aportes a esta reflexión es Corine Pelluchon, quien defiende la idea de que no debemos dejarle la sed de sentido a la religión. Esta pensadora francesa dice que hay tres dimensiones de la vulnerabilidad: en los humanos, en los animales y en la naturaleza. En su libro Eléments pour une éthique de la vulnérabilité, trata esta categoría desde un punto de vista más amplio: propone la relación entre la cultura y la agricultura, nuestro vínculo con los animales, la organización del trabajo y la integración de las personas con discapacidad. De este modo se desarrolla un concepto de responsabilidad más riguroso, pero que permite pensar de otra manera el tema de la vulnerabilidad.
Hay un “sujeto de la ética de la vulnerabilidad”, que es el que entiende el cuidado no solo de sí mismo sino del otro y la tierra en que habita, precisamente porque se encuentra en condición permanente de vulnerabilidad. Lo que ella denomina como “humanismo renovado” es más que la conciencia ante el peligro de ser una “vida disminuida”. Esto necesita una nueva forma de pensar en el mundo que asuma otra función de la ética en los sistemas de vida. De esta manera, el “sujeto de la ética de la vulnerabilidad” se preocupa por la justicia para los demás, en todos los órdenes, optando no por el instinto de supervivencia sino por el principio de conservación.
La ética contemporánea parece cada vez más acercarse al problema de la vulnerabilidad, y pienso que con esto abandona su pretensión de “descripción de la moral” para abordar temas más complejos que atañen a la vida en su totalidad. Esto ha llevado a una nueva concepción de la vulnerabilidad que se sitúa en los actuales debates políticos, jurídicos y filosóficos en la que se ubica dicha noción en su contexto de aparición histórica, cultural y filosófica.
Pero cuidado. No es elogiarla, sino replantearnos nuestras prácticas. Es decir, de pensar de otro modo sin la arrogancia que caracterizaba aquella visión moderna antropocéntrica del mundo. Esto significa que no podemos eludir los conflictos y mucho menos nuestro estado de contingencia total que hace de la vida un tiempo y espacio siempre precarios, cargados de rupturas e incongruencias. Según Joan Carles-Mèlich, “Vivimos en un mundo donde el mal, el sufrimiento y la indiferencia están obsesivamente presentes”.
La condición vulnerable hace que nuestra vida sea un fenómeno trágico-cómico. Una vida que no puede escapar de la comedia ni de la tragedia. Esta condición humana nos hace ver la incertidumbre y la finitud como inevitables. Además, nos invita a no perder de vista la muerte, la crueldad, el sufrimiento y la pérdida como sinsentidos.