En un artículo anterior hablaba sobre los límites del consenso y de que no es el único aspecto que debe considerarse para el desarrollo de la democracia, a propósito del “argumento de la realidad compartida” (https://acento.com.do/opinion/la-filosofia-y-los-limites-del-consenso-9430222.html). Había sugerido que el disenso y la negociación del conflicto son los ejes que se imponen como desafíos. Por lo tanto, la cuestión clave es cómo negociar con la disidencia y qué podemos aportar para que el diálogo continúe, a sabiendas que nunca es absoluto y depende de múltiples factores. Asimismo, proponía que debe retomarse dos conceptos que me parecen pertinentes en este debate: la “paralogía de los inventores” y “el conflicto de las interpretaciones”. De manera muy breve empecemos por definir el primero.
La "paralogía de los inventores" es un término que puede abordarse desde múltiples perspectivas teóricas, pero encuentra su base tal como fue planteada por Jean-François Lyotard en su libro La condición posmoderna de 1979. La noción deriva del griego para (más allá) y logos (razón), hace referencia a un razonamiento que desafía la lógica dominante, rompiendo con las reglas establecidas en un sistema para abrir paso a nuevas formas de conocimiento y de la acción. En el contexto de los inventores, la paralogía denota un tipo de creatividad que no sigue necesariamente los caminos racionales y normativos preestablecidos, sino que busca la innovación a través de rupturas epistemológicas sin abandonar el diálogo con la tradición.
El fundamentos del concepto se encuentra en el marco de la posmodernidad, cuando Lyotard argumenta que la ciencia y el conocimiento no son estructuras cerradas regidas exclusivamente por paradigmas universales. Por el contrario, considera que el progreso en el conocimiento se da cuando surgen desafíos internos al sistema que generan transformaciones inesperadas. Esta crítica va más allá de la lógica convencional de acumulación de conocimientos ya que implica la capacidad de generar nuevas reglas del juego. Los inventores, en este sentido, operan en un campo paralógico cuando proponen soluciones o dispositivos que no solo resuelven problemas existentes, sino que reconfiguran las propias preguntas y abren horizontes de posibilidades previamente inimaginadas.
¿Pero cuáles son las características principales? En primer lugar, la subversión de reglas. La paralogía no consiste en la mera violación de normas existentes, sino en su transformación creativa. Los “inventores”, en esta línea, redefinen los marcos de referencia en los que operan, muchas veces sin partir de una lógica aceptada por la comunidad científica o tecnológica.
Segundo, la innovación radical. Mientras que las “normales” tienden a evolucionar dentro de paradigmas establecidos la paralogía introduce elementos que pueden parecer ilógicos o contraintuitivos bajo las estructuras actuales, pero que terminan abriendo nuevas posibilidades; incluso, logran ampliar el diálogo deseado aportando nuevas visiones del mundo y ensanchando los debates junto a los paradigmas existentes.
En tercer lugar, el carácter dialógico, cuyo proceso no es completamente individualista; se lleva a cabo en interacción con otros discursos, aunque sea para contradecirlos o desplazarlos. La paralogía es, por tanto, un acto comunicativo que desafía las narrativas dominantes.
Por último, está la perspectiva ética y política. La paralogía también puede implicar una crítica a los sistemas de poder que controlan la producción y validación del conocimiento. Desde esta perspectiva, los inventores que operan paralógicamente no solo crean nuevos objetos o sistemas, sino que además cuestionan las relaciones de poder subyacentes en la distribución del saber. Los ejemplos en la historia sobran, pero no vamos aquí a mencionar alguno específico dado los límites del artículo. Pasemos a comentar el problema del “conflicto de las interpretaciones” y por qué su aceptación puede llevarnos a un entendimiento sano de los debates que se desencadenan en un contexto democrático.
El “conflicto de las interpretaciones” surge debido a la pluralidad de perspectivas desde las cuales un fenómeno puede ser interpretado, especialmente cuando nos enfrentamos a textos, eventos históricos, obras artísticas o realidades sociales complejas como pasa en la política y la toma de decisiones que implican desencanto o rechazo en determinados grupos. La base de esta idea se encuentra en que toda interpretación está condicionada por la finitud del ser humano y su inmersión en un contexto histórico o lingüístico particular. Esto significa que nunca existe una interpretación absoluta o definitiva, sino más bien múltiples lecturas posibles de un mismo fenómeno.
Pero el carácter conflictivo emerge cuando diferentes sujetos o tradiciones interpretativas entran en tensión, defendiendo distintas formas de comprender un texto, una obra o un acontecimiento. Por lo que esto no debe entenderse como un problema a resolver, sino como una riqueza inherente al acto interpretativo. La diversidad de interpretaciones muestra que no hay un único sentido estático o clausurado, en cambio una dinámica constante en la que el significado se despliega de maneras diversas.
Debemos a Paul Ricoeur la noción (2003), quien busca reconciliar la pluralidad hermenéutica a través de una dialéctica crítica, esto es, a través del reconocimiento de la polisemia del texto o el fenómeno; o sea, su capacidad de abrirse a múltiples sentidos. También, a través de la aceptación de que las interpretaciones pueden ser parciales, pero no arbitrarias, ya que se apoyan en argumentos, metodologías y tradiciones. Y, por último, la de buscar, a través del diálogo, un equilibrio interpretativo que permita construir consensos sin eliminar la diferencia.
Sin embargo, es con Gianni Vattimo que la noción adquiere un matiz ético y político. En un mundo marcado por la sobreabundancia de información y la polarización ideológica, el conflicto de las interpretaciones es más relevante que nunca. Nos recuerda que la verdad no es unívoca ni monolítica y que el diálogo entre diversas interpretaciones es fundamental para construir una comprensión más amplia y plural de la realidad. No obstante, aceptar este conflicto no significa renunciar a la búsqueda de la verdad, sino reconocer que esta se despliega como un proceso abierto, donde cada interpretación aporta una pieza del sentido, sin clausurarlo por completo.
Plantear que la verdad se encuentra en el diálogo y no en la imposición de una única lectura no significa que este diálogo o el posible consenso estén dados por sí mismos. Por el contrario, es necesario seguir impulsando nuevas formas de negociación que, de manera constructiva, logren persuadir sobre asuntos que impactan y benefician a distintos sectores de la sociedad.
Finalmente, los conceptos aquí discutidos no son simples metáforas para describir la innovación o la necesidad de tomar en cuenta el disenso, más bien son categorías teórico-prácticas que ayudan a entender cómo se producen avances que no se limitan a mejorar lo existente, aunque sí transfiguran el horizonte de lo posible. Asimismo, implican una actitud crítica, una apertura al riesgo epistemológico y una visión del conocimiento como un proceso dinámico, siempre en transformación. Ambas nociones, en última instancia, subrayan la importancia de los momentos de ruptura en la historia del conocimiento y su capacidad para generar innovadoras prácticas competitivas y mundos nuevos. Invitan a repensar no solo el saber, sino también nuestras prácticas y modos de entender la realidad.