En los números 81/82 Mayo/Junio de 1950, Año VII, Vol. VII, de Cuadernos Dominicanos de Cultura, aparecen DOS CUENTOS de Ángel Hernández Acosta, el primero de los cuales, La sombra homicida, contiene una nota que resume la teoría del lenguaje que tenía su autor en ese tiempo.

Bajo el título del cuento dice así: “Alguien dijo por ahí, que el cuentista, como el músico, sólo le quedaba repetir; pero repetir con arte. Mas yo, lector amigo, os lo contaré tal como me lo contaron: sencillamente. Yo os ruego no querer ir más lejos de donde puedan llevaros las palabras”. La sombra homicida, es un cuento que parece autobiográfico en su raíz, pues el autor, antes de cursar la carrera de Derecho, estaba inscrito en la carrera de Medicina.  Como me gusta más el narrador de Tierra Blanca y de Otra vez la noche, que el narrador de Carnavá, por razones obvias, creo que la teoría  implícita en esos dos cuentos que s evidencian que en sus primeros tiempos ÁNGEL Hernández Acosta tenía sus oídos puestos en los giros del habla del pueblo. El análisis que sigue comprueba su adhesión, pocos años después, a la teoría del cuento a partir de la creación de otros autores, especialmente de Néstor Caro.

En el LIMINAR escrito por el Lic. Freddy Prestol Castillo para la citada LA ANTOLOGÍA LITERARIA DE NEYBA, de Eddy Mateo Vásquez,  se lee, entre otras remembranzas neibanas, lo siguiente: “En 1943, la disposición gubernamental, inapelable, había dictado varios “exilios”. La meta era Neiba, que apenas conocíamos por un dato: era la cuna de dos cabezas ilustres, la una para la diabólica arte de la política: Tomás Bobadilla y Briones. La otra, señera, rutilante, sonora, en los campos del Arte Mayor: Apolinar Perdomo, el insustituible poeta del amor. Estas dos fichas intelectuales, conducían el pensamiento nacional hacia un pueblo lejano: San Bartolomé de Neiba. Hacia aquel “exilio” caminamos varios, entre quienes quiero recordar a Ramón Marrero Aristy, Sócrates Barinas, Néstor Caro, Guaroa Féliz Pepín. Pero el exilio se trocó en incentivo hacia la búsqueda de raíces nacionalistas. La tierra aquella, desolada, escocida, pobre de árboles, huérfana de aves canoras, albergaba un profundo sortilegio de belleza que nos impresionó.

El autor de Pablo Mamá expresa igualmente en dicho LIMINAR, que la máxima expresión poética en Neiba “me parece ÁNGEL ATILA HERNÁNDEZ ACOSTA, valor con calidad nacional, con categoría para ser mostrado fuera del país. I al lado de Hernández Acosta, Apolinar Perdomo, Pedro Caro y Armando Sosa Leyba”; esto así, a pesar de que en la página 82 de la ANTOLOGÍA LITERARIA DE NEYBA asegura Eddy Mateo Vásquez que “Es Pedro Caro de todos los poetas nacidos en Neyba, el único que junto a Apolinar Perdomo adquiere estatura nacional con su obra”. Desde luego, como Quinito Hernández Acosta no nació en Neiba, la apreciación es lógicamente correcta en términos de su enunciación formal; ahora, en cuanto al valor material del mismo, habría que someterla a un estudio más riguroso; pero ello nos da la convicción que como los archivos de fe de bautismo en la Parroquia San Bartolomé de Neiba datan desde el 1898, a causa de los variados incendios que ha habido en Neiba desde antes y después de ese año, el pueblo de Neiba todavía no ha tenido a mano el acta de nacimiento que pruebe en forma incontestable que Apolinar Perdomo nació en Neiba. La verdad es que uno es de donde nace, que uno no escoge el lugar de nacimiento como tampoco su nombre,  pero sí puede escoger donde vivir, e incluso, si Dios lo permite así, donde morir, al menos donde ser cristianamente sepultado.

Apolinar Perdomo, que según el Dr. Joaquín Balaguer es el verdadero introductor del Modernismo en la poética dominicana, era hijo de  Federico Perdomo y de  Dolores Sosa; el padre de los Perdomo de Santo Domingo y emparentado con los de Neiba al través de los ascendientes de su hermana que se quedó en Neiba,  Mercedes Perdomo. Apolinar Perdomo pasó a vivir a Santo Domingo desde la edad de unos nueve u once años edad. La madre era nativa de Neiba, pero en la Parroquia San Bartolomé los archivos datan del 1898, a causa de los muchos incendios que sufrió el pueblo, y pudo haber sido declarado en la ciudad capital.  En Santo Domingo el insustituible poeta del amor recibió una muy buena educación y fue uno de los primeros amigos que encontraron los hijos del Dr. Francisco Henríquez y Carvajal y la poetisa Salomé Ureña de Henríquez, cuando regresaron del exilio desde Haití. De manera que es a partir de la llegada de Freddy Prestol Castillo, Ramón Marrero Aristy, que dirigió en Enero de 1944 el periódico “Bahoruco”, tierra “desolada, escocida, pobre de árboles” y sobre todo “huérfana de aves canoras”, que, con la llegada de tales escritores entre otros no menos importantes, CANTOS DE APOLO vino a ser altamente devorado por la juventud de Neiba, que si ayer sirvió a la patria de Duarte con el sable y el rifle, entonces, en aquella “búsqueda de raíces nacionalista”, le echaba mano al libro matriz, al lápiz y al cuaderno.

En efecto, la ANTOLOGÍA LITERARIA DE NEYBA, con excepción de Apolinar Perdomo Sosa y Pedro Caro,  es la compilación de esa flora poética que creció dentro y fuera de la edad de oro que tuvo lugar en Neiba a partir de 1943, y cuya máxima expresión parece ser ÁNGEL ATILA HERNÁNDEZ ACOSTA. Ese elevado entusiasmo por las letras, especialmente por la poesía neorromántica, neomodernista y perdomista, expira con el ajusticiamiento de Trujillo en mayo de 1961. La década del 1960 pone a sufrir a la Patria de Duarte el golpe de Estado más doloroso guerra civil que registra la historia  contemporánea del país, del golpe de Estado a Juan Bosch, y la guerra civil más dolorosa que de nuestra historia, la revolución antiimperialista de 1965. La poesía se torna militante de un costado a otro de la República y nacen, y crecen, poetas importantes para la generación de posguerra y de los ochenta, como son el propio Eddy Mateo Vásquez, Julio Cuevas,  Amaurys Méndez, y para la última promoción Oscar Acosta Pérez, Dan F. Acosta Pérez, Ramón Núñez Duval,  Francisco Luciano Ferreras, Ángel Gonzaga, entre otros, pero esa nueva flora poética tiene otra historia… que no es preciso analizar en de “Cielo Negro” a “Cañamaca”.

Con la erección a la categoría de provincia en el 1943, Neiba empieza a tener funcionarios públicos que antes no tenía, como son el gobernador provincial, el juez de primera instancia, el fiscal del distrito judicial de Bahoruco, el senador, notarios, un destacamento militar con altos y mediano, etc., propios de los municipios que son común cabecera de provincia, como lo es hoy Neiba, de la de Bahoruco.

En lo económico, en lo político, en lo social, en efecto, Neiba, que en muchísimas actos solemnes tuvo que agradecer al tirano Rafael Leónidas Trujillo haberle dado categoría de provincia, fue otro terruño a partir de entonces. Surgen inquietudes por las letras, vocaciones militares que ocuparon los más altos rangos, una gran pasión por el estudio de las leyes, etc. Ya en el año de 1557, el Dr. ÁNGEL Atila Hernández Acosta, que en el 1943 contaba con 21 años, pasa a ser Fiscal de Neiba; y durante sus años de universitario en la Universidad Autónoma de Santo Domingo conoce los poetas de La Poesía Sorprendida, publicó en dos ocasiones en los Cuadernos Dominicanos de Cultura (Ver Tomo 7) y es parte integrante de lo que conocemos como la generación del 48 o los independientes, aunque Lupo Hernández Rueda no lo menciona en su obra titulada la Generación del 48.

¿Qué quiero significar cuando titulamos este trabajo De “Cielo Negro”, -un cuento de Néstor Caro- a “Cañamaca” –un cuento de ÁNGEL Hernández Acosta? De “Cielo Negro” a “Cañamaca” muestra cómo los escritores “exiliados” que llegaron a Neiba en 1943 por “disposición gubernamental, inapelable” influyeron en los jóvenes poetas y prosistas que surgieron a partir de esa década en Neiba. De “Cielo Negro” a “Cañamaca” quiere también significar aquello que nos enseña Marcelino Menéndez y Pelayo en sus Crítica Literaria (Tomo 2, página 23,9 sobre Henrique Heine: “Conviene que tengamos todos alguna pasión literaria por tal o cual poeta determinado. Sin esta pasión no hay calor, y la producción sería imposible. Este autor, objeto de esa devoción familiar, importa poco quién sea;  lo único que importa es que pertenezca a la categoría de los ingenios próceres y eminentes. Muchas puertas llevan a la encantadora ciudad de la fantasía;  no nos empeñemos en cerrar ninguna de ellas, ni en limitar el número de los placeres del espíritu”.

Néstor Caro, quien vino al mundo en 1917, publicó en el 1950 su libro Cielo Negro; y de acuerdo con el  mexicano Enrique García Ruiz, en un artículo titulado LOS CUENTOS DE NESTOR CARO publicado en la Revista Etcétera, de México, número 4, octubre-diciembre de 1950, Tomo I, tiene un parentesco con “reconocidas novelas americanas: La dueña del llano con Doña Bárbara, Mis amores con Cantaclaro, por ejemplo, y las demás con La Vorágine, don Segundo Sombra, Pobre Negro, etc.”. Dice García Ruiz, que “El sentido poético de estos cuentos es muy semejante también al de Gallegos y Guiraldes y aunque en varios aspectos se parece al de Juan Ramón Jiménez, predomina siempre, sobre el lirismo plástico o ingenuamente filosófico de Platero y Yo, la pincelada brusca, teñida de sangre, o acerada y fría como el odio y la muerte, o tajante y cruda como el desprecio, o negra y mordente como la miseria y la desesperanza”, y cita a Franklin Mieses Burgos cuando dice “Cielo Negro es un poema en prosa”.

En  cambio, Ángel Atila Hernández Acosta nace en 1922 y publica sus narraciones bajo el título de Tierra Blanca (Imprenta “Librería Dominicana”, año 27 de la Era de Trujillo), siendo el cuento Cañamaca el que preside la obra, aunque Tierra Blanca le da el título a la obra de cuentos. Lupo Hernández Rueda, escritor y poeta de la generación del 48, en la presentación de Tierra Blanca, señala, entre otras cosas, lo siguiente: “En cambio, “Cañamaca”, “Nube Negra”, “El Gallo”, “Tierra Blanca”, que parece motivar el bien logrado título del libro,- y otros, son cuentos del ambiente y escenario sureño, donde este joven escritor, nos deleita con su extraordinaria fuerza descriptiva e imaginativa”. En verdad, no se justifica que el autor del ensayo la Generación del 48 no incluyera a ÁNGEL Hernández Acosta, de la misma manera que lo hizo con Luis Alfredo Torres, como poeta esencial de la generación de los independientes o de post-guerra, cuando le había prologado Tierra Blanca, y ambos publicaron en los Cuadernos Dominicano de Cultura, pero, es posible, que ello se deba a las posiciones políticas que tomaron después, con un rumbo diferente al tomado por el autor de Cañamaca.

Es decir, que sin la aparición de Cielo Negro era imposible que Cañamaca hubiera logrado ser el poema en prosa que es, ganador además del primer lugar “en el concurso literario auspiciado por la Revista Época en 1955. Cielo Negro, de Néstor Caro, llevó pues a Cañamaca, de Hernández Acosta,  a la ciudad de la fantasía, en innúmeros placeres del espíritu. Veamos los primeros párrafos de Cielo Negro.

“El empujón del viento tiró las cañas a la vera del camino. La carreta, con Cielo Negro  uncida al yugo sigue por los triíllos con su ruido penetrante.
“Clap, clap, clap.
“Sube, Cielo Negro”, “Atrinca, Niña Linda.
“Cierra, Bagoruno”, “Arre, bueye”, “Arre, Carijo.

“El sol mira desde muy alto. Se recrea en la espalda de Marcial el carretero, agitando su látigo de fuego. Sol y tierra negra. Hombres y cañas de azúcar. Hombres vencidos  antes de ganar la esperanza.

“-A este buey lo quiero porque me entiende. Cuando lo llamo, mueve las orejas y mira por debajo del yugo. No sé por qué le pusieron Cielo Negro. “Arre, Cielo, Arre”.

“El cariño del  boyero es ancho, como los brazos abiertos del cielo. No importa que sea estrecho el cambio a los bateyes. Cuando la miseria le golpea la frente, entonces Marcial piensa mejor pasar los días recordando a La Negra, la novia que dejó en el Sur, con su palabra envuelta en un pañuelo” (Cielo Negro, Pág. 13-14).

Ciertamente, en Cielo Negro, Néstor Caro dice; “Sol y tierra negra”, y el seudónimo con que el autor de Cañamaca ganó el primer lugar del concurso literario auspiciado por la Revista Época fue precisamente “Negrosol”. Sol y tierra negra. Tierra negra, sol negro, negrosol, ¿no?, la influencia es evidente.

En el cuento Cañamaca, siguiendo el hilo conductor de Cielo Negro, los primeros párrafos arrancan de la siguiente manera:

-“Y, nuevamente, la voz se encaja en la noche como un alfiler limado.
¡Oh.. Vamo, Cañamaca… vamoo!

“Sobre el camino y las baitoas, sobre los cayucos, las bayahondas y los espartillos, la luna se caía de bruces. Luego llegaron unos densos nubarrones que tiraron sobre la tierra seca grandes pedazos de sombras y un poco de brisa húmeda. El cielo se quedó de aquel lado con su luz y sus estrellas. Aquí, un ancho camino blanco se pierde entre los montes como un culebra sin código, y en él, una carrera, un hombre siente que la lluvia la roza la remendada vestimenta. Y piensa en el bohío lejano, donde a esas horas estarán durmiendo La Morena –su mujer y la hija de veintisiete años que se quedó con ellos definitivamente cuando la “engañara” el primer novio. Su pensamiento se cuela las agujeradas paredes, y va a encontrarlas, sobre las camas de palo, y hojas secas: simplicidad de sueño y corazón de niño” (Tierra Blanca, página 5 y 9).

Igualmente, en la página 107 de Cielo Negro, Néstor Caro empieza el cuento titulado Celosía de esta manera:

“!Eto maldito bueye han llegado a creese que son gente!

“En La Malena, la voz del patrón Malavé es como el ruido del trueno en el barranco.

Es evidente la influencia de Celosía en Cañamaca, pues la imagen es la misma; veámosla en Cañamaca:

“Y nuevamente, la voz se encaja en la noche como un alfiler limado” (pág. 5).

“Y la voz se abre otra vez por sobre las matas ripiosas y los árboles desnudos, perfora la lluvia como un filo y va a tropezar con los cerros pelados donde crecen los magueyes y las tunas y duermen las iguanas y los chivos”.

Naturalmente, resalta el hecho de que Hernández Acosta, dotado de una vena poética y una imaginación mayor que la de Néstor Caro, hace que la imagen vaya más lejos en estos cuentos que comparamos. Pero, en ambos casos, como hemos visto, la imagen poética es la misma.

El profesor Juan Bosch, a quien el Premio Nóbel de Literatura Gabriel García Márquez reconoce en el OLOR DE LA GUAYABA como uno de sus maestros literarios, nos enseña que “un cuento es el relato de un hecho que tiene indudable importancia”, que “es en la primera frase donde está el hechizo de un buen cuento”, y que “el que nace con la vocación de cuentista trae al mundo un don que está en la obligación de ponerla al servicio de la sociedad”.

Es justo reconocer que Néstor Caro, Freddy Prestol Castillo y demás prosistas que vinieron a Neiba en el año 1943, se constituyeron por ley natural en nuestros primeros maestros literarios, tal como ha quedado evidentemente demostrado.

Ellos fueron los maestros literarios que nos llevaron de la mano a la ciudad de la fantasía en permanente goce del espíritu. El Neiba de hoy, con amplias esperanzas, sombreados parques, zonas comerciales, instituciones bancarias y cooperativas de ahorros y préstamos, calles construidas y bien delineadas; a pesar de que sus casas siguen siendo en su mayoría de madera, cuando no de mampostería o techadas de palma-cana, tiene ya sentadas las bases sociales y económica, para un concretizar sus esperanzas, un futuro verdaderamente próspero, si resuelve previamente el problema colectivo inconsciente de declararse ingobernable por sus propios hijos, como pueblo histórico que somos. Es decir, dejar a tras eso que dice la copla de Totoño Acosta, de que Neiba no cabe en parte, ¡y no seguir perdido en medio de la luz!

Porque bella es la aventura de Cielo Negro a Cañamaca. Cielo Negro es un poema en prosa. También Cañamaca. Cielo Negro es el torete musculoso, duro como guayacán, bragao, rebelde, que todavía no se acostumbra a la carretera y quiere librarse de su tiranía. Después de una intentona, Marcial el boyero vuelve con él a casa de La Morena, pero ya es de madrugada y apenas grita por el vital café. Cielo Negro vuelve camino a la libertad, esta vez, con la carreta uncida al yugo; clap, clap, clap. Y Marcial el boyero tras él, tras él que cree que es gente. La Morena llora: “Hubiera sido distinto, si Marcial le hubiera pedido siguiera un beso. Ya no volverá hasta muy tarde. Desde lejos, el ruido de la carreta: “Clap, clap, clap”.  Cierra, Nina Linda! ¡Maldito seas, Cielo Negro!”.

Cañamaca, en cambio, es el mismo Cielo Negro. Pero ya con los huesos limados por los años, acostumbrado a la carreta, y no se rebela en busca de la  pradera o la montaña o, lo que es lo mismo, en busca de la libertad que sólo la naturaleza le ofrece, a campo abierto. No, allí “El sol mira desde muy alto”, “Se recrea en la espalda de Marcial el carretero”; allí “Estos blancos del dianche”, “Cállate. Si te oye un yuncú”, surge la protesta soterrada, y la miseria le golpea y Marcial “pasa los días recordando a La Negra, la novia que dejó en el Sur, con su palabra envuelta en un pañuelo”.

Cañamaca, como hemos de Bosch y visto es Cielo Negro pero en la vejez, misma forma que un niño enfermo narra la novela La Mañosa en Carnavá un niño escucha la leyenda del abuelo (cosa vedada entonces para menores en ambas casos según la sicología de la época): “la luna caía de bruces”, “Aquí, un ancho camino blanco se pierde entre los montones como una culebra sin código, y en él, una carreta tirada por un buey con muchos años limándole los huesos”, “Sobre la carreta, un hombre siente que la lluvia le roza la remendada vestimenta. Y piensa en el bohío lejano, donde a esas horas estarán durmiendo La Morena –su mujer y la hija de veintisiete años que se quedó con ellos definitivamente cuando la “engañara” el primer novio”. “Ooh!  Ooh!.. Mira que el agua arrecia, Cañamaca.. ¡Vamo!… ¡Vamoo!…;” y ya en el rancho, La Morena, mientras Albertano Ladera se saca una paja de un ojo, le quita la carreta, “da tres palmaditas en las ancas del buey”, y celebra sus hazañas: “Eto e lo que se llama un toro bragao. Vete ahora pá la yerta. Cañamaca”. Pero qué va, “la bestia da tres pasos adelante, pero todo ha terminado:  se desploma como una gran torre sacudida por la base”, pues “el buey se había muerto en el camino”. He aquí, pues, una expresión tremenda, encarna un realismo mágica verdadero: “el buey se había muerto en el camino”, y sin embargo llevó al amo a la casa.

En fin, tanto Cielo Negro (1950), de Néstor Caro, como Cañamaca, de Ángel Hernández Acosta, son dos poemas en prosa, como diría Franklin Mieses Burgos. Se trata de una técnica que Hernández Acosta elabora que no parte desde una frase popular como decir cien años de soledad, o en un abrir y cerrar de ojos, Cañamaca inclusive, etc., sino que el autor de Cañamaca toma prestada la inspiración inicial, que una vez apropiada por su gran vena poética la hace tan magnífica que hace innecesario el uso de una técnica que al final resulta siendo defectuosa, no obstante el sorprendente logro inicial. Así, por ejemplo, muchos años después, cuando encuentra su propia voz, construye una hermosa frase sobre unos versos de García Lorca en Carnavá, una creación poética en prosa que se basta a sí misma. Cuando dice Hernández Acosta “Era  como el rocío para un beso en la mejilla, y para un acto de hombría, era como el fuego”. Federico García Lorca, en su poema LLANTO POR IGNACIO SÁNCHEZ MEJÍA (1935), sobre el canto dos que se titula La sangre derramada, dice en una parte por ahí de aquel torero asesinado:

¡Qué buen torero en la plaza!
¡Qué buen serrano en la sierra!
¡Qué blanco con las espigas!
¡Qué duro con las espuelas!
¡Qué tierno con el rocío!
¡Que deslumbrante en la feria!
¡Qué tremendo con las últimas banderillas de tinieblas!

Blando con las espigas, tierno como el rocío para un beso en la mejilla; duro con las espuelas, acto de hombría, fuego. Daba envidia en las fiestas serranas, deslumbrante en la feria. Carnavá debe mucho a estas imágenes de García Lorca y a la biografía el propio autor de Otra Vez la Noche, acaso otra novela corta y quizás la mejor del autor. Sin embargo, en Cañamaca no hallamos técnicamente hablando según la teoría enunciado por Bosch, no hallamos el cuento perfecto, pues una frase, en Cañamaca, rompe el final lógico del cuento, cuando dice que Cañamaca tira la carreta sobre las piedras mojadas, como si se fuese Cielo Negro tras la libertad de “Cacho é Palo”, en los postreros… A Cañamaca es La Morena quien le quita la carreta. Así dice el autor más arriba y debe rematar al final del cuento, lógicamente. También se desborda un tanto Cañamaca cuando el autor le busca una lógica, un hijo conductor propia a la existencia de Albertano Ladera. Sin embargo, CIELO NEGRO seguirá siendo el hilo conductor que nos llevará a descubrir el mundo mágico de Cañamaca, el cuento de TIERRA BLANCA,  el botón que sirve de muestra de cuán necesaria fue la influencia que tuvieron Freddy Prestol Castillo, Néstor Caro y Marrero Aristy, entre otros, sobre los hombres de letras que surgieron en Neiba después de la erección de este pueblo a la categoría de provincia, en 1943, y cuando entonces “la disposición gubernamental, inapelable” envió a estos grandes narradores a la tierra de Manuel de la Candelaria, de Tomás Bobadilla I Briones y de Apolinar Perdomo…

La Sombra Homicida, así Escena de Amor en el Trapiche (Cuentos), de Ángel Hernández Acosta, son dos cuentos puros de la Generación del 48, y por eso debemos leerlos nuevamente. En estos cuentos, el estilo literario no parte apoyándose en una frase o imagen de otro poeta o escritor. No. Aquí el pueblo es quien habla, y el autor repite con arte, como el músico. Hermoso, ¿no?