La narrativa del libro bíblico Éxodo es, entre otras cosas, el relato de la esclavitud, del exilio y de la tierra prometida, tierra que se nombra de esta forma tan poética: “Tierra donde la leche y la miel corren como el agua de los ríos”.

Pienso que la narrativa del Éxodo es superior a la del libro de Génesis. En el Génesis la ira de Dios, o Jehová, se expresa en forma de inundaciones, de fuego consumidor, de hambrunas terribles, entre otros espantos. En el Éxodo, las molestias de Dios continúan manifestándose de múltiples y horribles maneras contra el faraón de entonces por no permitir la libertad de los israelitas, su pueblo, esclavizado allí, en Egipto. Ante la negativa del faraón a permitir que los esclavos israelistas fueran al desierto a adorar a su Señor, éste, el dios judío, como Él mismo se califica, envía terribles castigos sobre el referido gobernante y su pueblo. Según lo relatado, por medio de Aarón, el hermano de Moisés, el Señor convirtió el río (no menciona que fuese el Nilo) en sangre, y todos los peces se pudrieron dentro de él, provocando una gran peste de mal olor insoportable. Y al faraón seguir negándose a que su pueblo fuese a orarle y alabarle, el dios de los judíos mandó sobre todo Egipto plagas de ranas y mosquitos; plaga al ganado, la que sólo exterminó el ganado de los egipcios; plagas de llagas que cayeron sobre todos los egipcios y sus animales, exclusivamente. Dice el texto, en Exd. 9:11: “Los magos (egipcios) no pudieron hacerle frente a Moisés, porque ellos, lo mismo que todos los egipcios, estaban cubiertos por llagas”.

Y sigue diciendo que el faraón se puso terco, y tampoco con este castigo del dios de Israel permitió que los israelitas fueran al desierto a adorar a su dios como éste lo reclamaba. Anterior a estas calamidades, Jehová había enviado una plaga de tábanos, animales que el Diccionario de la Lengua Española, en su vigésima segunda edición, los define así (en este caso singularizado) : “Tábano: insecto díptero (es decir que posee dos alas membranosas, con aparato bucal dispuesto a chupar como las moscas, del suborden de los braquíceros, de dos o tres centímetros de longitud y de color pardo, que molesta con sus picaduras, principalmente a las caballerías”.

El dios judío también mandó sobre todo Egipto otras plagas: de langostas, de granizos, de oscuridad, y de la muerte de todos los primogénitos de cada egipcio que tuviera familia y de cada animal que tuviera descendencia. En fin: las famosas siete plagas egipcias, por culpa de la terquedad de un faraón, lo que tal vez le encantaba a Jehová para permitirse mostrar sus maravillas, como Él mismo solía llamar a sus hazañas. Al dios de Israel lo habitaban en grado sumo todos los pecados que Él atribuye a su rebaño: es violento, orgulloso, vanidoso, narcisista, manda a robar y a matar por cualquier capricho.

Según se desprende de la lectura del manual de los cristianos, de los llamados siete pecados capitales el único que parece no estar presente en Jehová es el de la lujuria; y se supone que esto responde a una marcada intención de sus redactores, “inspirados en el Espíritu Santo”.

Posibles razones de la sangre

Las Cruzadas, la Inquisición, toda la vocación genocida del Estado de Israel contra los palestinos y toda la historia criminal derivada de la religión de los hebreos, tal vez no sean otra cosa que la confirmación del pacto de sangre que Jehová y Moisés acordaron en el monte Sinaí. En Éxd. 24:5 se lee: “Luego (Moisés) mandó a unos jóvenes israelitas que mataran toros y los ofrecieran al Señor como holocausto y sacrificio de reconciliación”. Y en Éxd. 24, del 6 al 8, se lee: “Moisés tomó la mitad de la sangre y la echó en unos tazones, la otra mitad la roció sobre el altar. Después tomó el libro del pacto y se lo leyó al pueblo (…) Entonces Moisés tomó la sangre y, rociándola sobre la gente, les dijo: “Esta es la sangre que confirma el pacto que el Señor ha hecho con ustedes, sobre la base de todas las palabras”.

Es el mismo Señor que expresa en Éxd. 22:18: “No dejes viva a ninguna hechicera”.

Así le ordena a Moisés. No sé bajo qué método en ese tiempo podía determinarse cuáles mujeres practicaban la hechicería.

En Éxd. 22:20 se lee: “El que ofrezca sacrificios a otros dioses, en vez de ofrecerlos solo al Señor, será condenado a muerte”. Más adelante, en el llamado Nuevo Testamento, Pablo de Tarso, el famoso perseguidor de cristianos, dirá que “no hay perdón de pecados si no hay derramamiento de sangre”.

La consagración sacerdotal de Aarón y sus hijos también se establecerá por medio de la sangre derramada de un toro. Luego, para “redimirnos” del terrible “pecado original”, el “generoso” dios judío no ve otra manera que no sea mediante la inmolación en la cruz de su “unigénito”. Sus brazos y pies atravesados por clavos, su vientre lanceado y su frente clavada por una corona de espinas, entre otras crueldades que celebran los cristianos, y que, según ellos, muestran cuánto nos quiere sus dios, capaz de inmolar a su propio hijo por “amor” a su pecadora humanidad.

En Génesis: 29: 35-36, el dios cristiano le dice a Moisés: “Haz todo esto con Aarón y sus hijos, de acuerdo con todas mis instrucciones. Dedica siete días a investirlos de autoridad, y ofrece cada día un becerro como sacrificio para obtener el perdón de sus pecados; purifica el altar, ofreciendo sobre él un sacrificio por el pecado, y derrama aceite sobre él, para consagrarlo”.

Podría algún cristiano explicarme de manera convincente ¿por qué esa permanente necesidad de sangre de su dios? ¿Por qué esa petición constante de que le sacrifiquen animales como ofrenda y adoración a Él? ¿Por qué siempre pedía que se le preservaran las primeras crías machos de hombres y animales? ¿Cuál era el sentido de pedirle a su pueblo que no consumiera pan con levadura? ¿Por qué pide constantemente ofrenda de oro, cobre, plata, etc. ¿Cómo se explican esas crueldades y vanidades en un dios que supuestamente es todo amor y generosidad? No debemos olvidar que Él mismo se califica de dios celoso, y amenaza constantemente con exterminar a quienes se daban a la tarea de adorar y reverenciar a otros dioses.

A algunos “cristianos”, sobre todo católicos y evangélicos, les encanta afirmar que todo aquello del Viejo Testamento cambió con el “nuevo pacto”, con el advenimiento de nuestro Señor Jesucristo y la adopción del Nuevo Testamento. Sin embargo, esta “reforma” no sostiene que el dios del “nuevo pacto” sea otro muy distinto a aquel Jehová violento, vanidoso y cruel. Es mucho pedir que esas mentes, adoctrinadas con las razones que Pascal quería, puedan admitir la reforma o auto reforma de su dios.