PEDERNALES, República Dominicana.-  Las cimientes de la casona de caoba y cedro, las piletas y el aljibe del funesto mayor Danilo Trujillo siguen como testigos mudos de una era triste de abusos de poder y depredación. Un olivo plantado en el área por el nuevo dueño ya ha pasado los tres metros. El árbol de rosas rosadas ha sido reproducido y florece.

Los rastros del terror están a 1,260 metros sobre el nivel del mar, en un cerrito de la finca de 150 tareas, en la comunidad agrícola Los Arroyos, ladera sur de Sierra Baoruco.

Compelido a salir de la zona, Danilo ordenó el desmantelamiento de la vivienda construida sobre pilotillos, guarida para su desfogue de lujurias y mirador de los bosques que darían vida a sus aserraderos, y embarcó la madera por el muelle de Pedernales.

En Los Arroyos nadie habla de ese hombre lúgubre. Para las familias que llegaron luego, las cimientes son simples restos de cemento, sin ton ni son. Los productores están ocupados en el día a día: sobrevivir a la eterna carencia de atención oficial, al desafío a una carretera que no es tal sino un culebreo de zanjas que, con sus recursos, aplacan para sacar sus cosechas; a protegerse de las bajas temperaturas nocturnas y a lidiar con sus temores sobre potenciales embestidas de haitianos desde el asentamiento formado bajo las reglas de la absoluta pobreza, justo al otro lado de la frontera: Tesú.

Desde 1986, las tierras pertenecen al agrónomo Marcos Fernández Adames. Él conoce al dedillo la zona. A partir de 1975 la visitaba como empleado del Banco Agrícola. Ha sembrado productos de ciclo corto, maderables y, ahora, aguacates, la fiebre de estos días, pero con génesis en las motivaciones de Eligio Jáquez, Secretario de Agricultura del gobierno de Hipólito Mejía (2000-2004).

SIRENA ENSORDECEDORA

Danilo Trujillo no era cualquier cosa. Ni un simple oficial de las Fuerzas Armadas. Era el hijo de Virgilio Trujillo (1887-1967), el hermano mayor del tirano Rafael Leonidas Trujillo Molina (1930-1961). Secretario de Interior, Policía, Guerra y Marina, en 1932, y exministro en París y Londres. De mala fama como los demás parientes cercanos que activaron al servicio del régimen.

Megalómano y con poder. Y lo ejercía sin compasión. Algunos le atribuyen la responsabilidad absoluta de los desalojos de los colonos que cultivaban las tierras de Aguas Negras, La Altagracia y Flor de Oro o Mencía, en el 1949. Otros creen que fue un peón más del régimen. Un matón más.

Claudio Fernández (Quique), 85 años, con voz fuerte, dolido aún: “Desalojó a todo el mundo, incluso a mi padre, Maximiliano, le quitó dos propiedades. Eso le causó malestar en la zona y por eso el jefe lo sacó de Pedernales y hasta lo expulsó para Puerto Rico… Creo que hasta murió por allá. Es verdad que Trujillo no sabía de los desalojos de los parceleros. Eso fue un extraordinario poder que Danilo se atribuyó. Eso fue él, no Trujillo”.

Vencito Bello lo secunda. Ha escrito en un libro sobre su papá Vencedor Bello, que “Danilo cayó en desgracia con su tío porque, entre otras cosas, había desalojado los asentamientos de Flor de Oro en las lomas de Mencía”. Para él, Trujillo reaccionó agriamente ante la impopular acción y otras malas prácticas.

Cita el desvío de una madera que el tirano tenía reservada en Puesto Escondido para la Casa de Caoba en construcción en San Cristóbal, pero que fue cambiada por una de menor calidad por el sargento Manuel Cortorreal, al servicio de Danilo. Afirma que el militar fue abofeteado y mandado a matar por el tirano.

Clemente Pérez, 98 años, un desalojado, tiene otra versión.

De niño, había quedado huérfano de padre, el colono Alfredo Ferreras, y se había encargado de la parcela en Aguas Negras. El día en que el Secretario de Agricultura llegó a la zona para una reunión con todos los parceleros en el cuartel de Banano, él monteaba con su vecino Diógenes Pérez, y habían cazado dos cerdos.

“Cuando llegamos a la casa que teníamos en la propiedad, hallamos una invitación para una reunión con el secretario de Agricultura de Trujillo, que se llamaba Cholo. Eran como las tres de la tarde y, cuando llegamos ahí, estaban todos los colonos. Cholo era un hombre blanco, grande, colorao, y, cada rato, salía con un pañuelo a secarse el sudor… A la tercera vez que salió, nos dijo: bueno, les digo a qué vine: tienen 42 horas para salir porque el jefe va a traer para acá a los japoneses… ¡Ay, mi madre! Hubieron gente que tuvieron casi al morirse”.

Clemente abunda: “Yo me había quedado con la propiedad de mi pai en la loma. Tenía dos puercas parías con marrano a media costilla, y muchas gallinas… Diógenes y yo comenzamo a recoger y a da viajecito, y no pude cogé ni un marrano. Eso pasó por orden de Rafael Trujillo Molina. Al año, no sé qué pasó con muchos japoneses; no sé si no quisieron venir; entonces, Trujillo dijo que el que quería podía volver a recolonizar. Y yo dije por dentro de mí: ¡Trujillo se puede ir a la mierda, coño! Yo no volví porque monté una barbería y conseguía lo de la comida. Entonces le dije a Frank Pipí, mi hermano, que cogiera la finca. Es la que tiene hoy. Yo volví más a Aguas Negras. Danilo no se atrevía a hacer un desalojo como ese sin Trujillo saberlo. Yo soy un desalojao y lo sufrí en llaga viva”.

LOS ASERRADEROS

Danilo se había establecido arriba, a 40 kilómetro del actual municipio cabecera, en su mirador. Había visto en los bosques una oportunidad de negocio sin el mínimo control. Y a los presos diestros en madera, como Rafael Vásquez, como esclavos cuyas vidas valían menos que un chele.

Pronto instalaría tres aserraderos con la mejor tecnología: uno en lo alto de Los Arroyos; otro en la Loma del Toro y el otro en la parte baja del puesto militar de Villa Aida. La depredación estaba en pie.

Usó su antojo los recursos del Estado: desde las sierras y el transporte de la madera en los camiones de la hacienda Villa Fundación, de su tío, hasta el embarque a través de un muelle que había construido.

En 1946, con el aval del régimen, había construido la carretera Duvergé-Puesto Escondido-Los Arroyos-Cruce de Banano-Pedernales, que atravesaba la sierra de norte a sur, primera vía de comunicación por tierra. De paso abrieron caminos vecinales de acceso hasta sus tres aserraderos para garantizar la entrada de camiones. Los reclusos eran los obreros. La vía que lleva a Enriquillo sería construida dos años después. Antes, a los pueblos del sur se llegaba en la lancha conducida por José Matos (Che), el marido de doña Beata. Danilo sabía qué buscaba.

Servio Tulio Mancebo (Santo Sinencia), un joven brillante del pueblo, trabajó en las oficinas que administraban el proyecto, en Villa Aida. Pero, según su sobrino Luis Vencedor Bello, abandonó para dedicarse a los estudios. Le sucedió Otilio Pérez.

VESTIDO DE HUMANO

Clemente es el más viejo de Pedernales y conoce las andanzas del sobrino de Trujillo. Aún siente impotencia por el abuso contra las tres hijas del pescador Carmelo Méndez y de Jumito, sus vecinos.

“Danilo era un perverso. Vino aquí como aserrador de los pinos, por Los Arroyos… Produjo mucha madera, y la sacaba por barco… Era un aserradero automático para sacar marcos de madera, madera machembreada, machembreada. ¿Sabes qué eso? Macho y hembra, na má era ponerla una al lado de la otra y no quedaba de una rejita. Pero mira, si yo te digo todo lo que hizo Danilo aquí, el día no alcanza porque lo tengo to grabao y me dolió mucho. Vino aserrador y acabó con los presos y abusó de muchas mujeres. Él cogió la casa de Carmelo y acabó con sus hijas… Danilo fue un azote,  un salteador”.

Recuerda con nostalgia a sus vecinos: “Carmelo era un enriquillero que vivía ahí donde están las altagracianas ahora, en la Juan López. Era un hombre elegante. Jumo o Jumito era su mujer. Tenían tres hijas que parecían florecitas, y ese insignificante se enamoró de una, de otra y terminó llevándose a Marina para la loma. Él vivía allá, en Los Arroyos, y venía aquí en un jeep… Él tenía como 38 o 40 años. Imagínate,  de los Trujillo, lleno e cuartos, tenía aserraderos, camiones y un barco esperando la madera, y no sé dónde la desembarcaban… Yo viví en carne viva lo de esa familia, yo era vecino… Él se cogió con esas tres muchacha”, enfatiza con acento sureño.

De momento, se le entrecorta la voz: “Se enamoró de Marina y mandó al capitán  Lozano, que comandaba la Compañía, a que enamorara a otra, pero Lozano no le hizo mucho caso… Él era mayor, jefe del capitán  Lozano… Danilo les cayó encima a esas muchachas y la última que se llevó para Los Arroyos fue a Marina… Y tú sabes que duró tres días con ella y no pudo vivirla, y no le dio de comer. Ella prefirió la muerte y él no pudo… A la cuarta noche, en la madrugada, yo siento ese jeep que llega. Como nos quedaban dos ventanas en las culatas de las casas, entonces yo me alevanté y me acerqué a oír, y él le dijo: venga a acá, móntese ahí, aquí le traigo su animal. No pude vivir con ella, coño, y no se la maté, coño, porque yo soy un hombre como soy”.

Clemente se aterrorizó cuando vio que ese  hombre iracundo arrancó su vehículo y corrió rumbo a la playa, hacia lo profundo de Bucanyé. Pensó en lo peor. Luego Carmelo le contó la escena de espanto.

“Danilo le dijo: mire, ¿sabe por qué lo traigo hasta aquí? Lo traigo aquí para decirle que lo dejo vivo si se compromete a jamás hablar de lo que ha pasado. Carmelo le contestó: usted es el jefe de esta colonia, es sobrino de Trujillo y yo soy trujillista… Mi hija me dijo que ella  prefería morir antes que acostarse con usted, y usted me ha dicho que no pudo… No ha pasado nada, entonces. Así fue. Y como no pudo con las hijas de Carmelo, siguió como un azote… y había que callarse, todo estaba bien”.

Quique: “Carmelo era una buena persona, seria, amiga de Caonabo Molina y esa gente. Era compadre de mi papá. Conocí a toda su familia. Se tuvo que ir porque Danilo se le llevó una hija. Él tenía tres hijas ahí, hizo con ellas lo que le hacía a muchas en la región. Ese demonio vestido de humano se enamoró de la mayor y vino de los aserraderos de Los Arroyos a buscar esa muchacha, y se llevó la hermana, y después que la usó, regresó a devolver esa y a buscar la otra. Carmelo tuvo que irse”.

Danilo Trujillo se consideraba un dios. Todo debía girar en torno a él. Cuando bajaba de la loma, con sólo llegar a la entrada del pueblo, por la Duarte (Campo de Aviación Viejo), encendía la sirena ensordecedora de su jeep y no la desconectaba hasta que se enteraran de su presencia. Todos sabían que otra perversidad estaba en pie.