(Fotografía: Carlos Mejía)
En la República Dominicana existe la Ley 90-19 que modifica la Ley No.287-04, sobre Prevención, Supresión y Limitación de Ruidos Nocivos, lo que equivale a que ese marco legal sanciona el ruido nocivo, molesto o perjudicial.
Si se trata de colmados, drinks, bares, clubes nocturnos y cafeterías, o mejor dicho, si se trata de los habituales e hijosdesumadre generadores de la altísima contaminación sonora en este país, las penalidades a “sufrir” por esas bestias indolentes rondan entre tres a veinte salarios mínimos.
¿No les parece que el párrafo de arriba es una burla? ¿Ustedes no lo perciben así? Yo sí. Veinte salarios mínimos, cuac cuac y cuac. La forma, el fondo y el tono de decirlo en voz alta parece una sanción medieval. Imagino a un funcionario de la corte del señor feudal en la puerta del castillo, papel en mano, informando a todo galillo la disposición de su amo. ¡A los que hagan bulla le cobraremos veinte salarios mínimos” ¿Okei? Ooookeiii. Ya saben.
En los últimos años, y por labores propias de mi oficio, he recorrido todas las ciudades y casi la mayoría comunidades rurales de esta Media Isla.
Y no hay solución. Por lo menos quien suscribe cree que el mal crecerá y al mal le nacerán bullitos y bullitas y cuando sean grandes tendrán ruiditos y ruiditas y todos seguiremos siendo infelices, sordos, locos y abusados.
Y puedo asegurar que el común denominador, su marca cultural y cotidiana y en lo único en lo que se ponen de acuerdo es en provocar el mayor exceso de ruido casi las 24 horas d0el día. Es Alucinante, Atroz y Desesperante, así en alta, el altísimo nivel de contaminación sonora de cualquier distrito municipal, de cualquier callejón habitado de la Sierra de Bahoruco. Dan ganas de matar a mansalva sin contemplación. A uno le florece el instinto asesino contra motoristas, bocinas y todo lo que altere la tranquilidad personal y pública.
La carencia absoluta de educación cívica es evidente. Nada nuevo , claro, hablar de falta de educación cívica no es nada nuevo. Solo que ahora se agrega la necesidad visceral de HACERSE SENTIR. Todo el mundo quiere que lo vean, que lo sientan, que lo carguen y le den la lechita en la boca, que sepan que está en el colmado bebiendo una cerveza, por lo tanto, debe gritar, hablar duro e insultar y no dejar dormir a los vecinos.
Todos están intentando llenar un gran vacío existencial, animal y espiritual. No saben qué hacer con una serie de preguntas que se mueven dentro de ellos y no saben cómo contestarlas.
Tomar en cuenta que sus penurias no provienen de su cacareada pobreza material. Ya no me duermen con esos cuentos.
En los pueblos he visto personas mejor vestidas que yo (según sus gustos, obvio). Se desplazan en motoras carísimas y autos de lujo. Todos están obesos y panzudos, todos en buena y gastando plata. La cosa no es por ahí.
Desde el DJ del car wash lounge bar de la bomba de gasolina hasta el calibrador de motores y autos en calles , callejones y avenidas maltratan la paz mental de los peatones, la mayoría “acostumbrados” a ese infierno.
Ahora que valoro el silencio y a las personas que hablan poco y lo que hablan tiene sustancia, la mayoría de las veces, observo que sobrevivimos en la locura rompe tímpano total, incontrolable y desquiciante , abusiva y sin vías de solución.
Y no son vainas del señor mayor en lo que voy convirtiéndome cada mañana. No, no se trata de eso. Se trata de que ya es insoportable vivir en la capital, en Santiago, Bonao, La Romana o Barahona. Ya el ruido y el mal vivir se adueñó de este pedazo del Caribe Cherchoso. Y no hay solución. Por lo menos quien suscribe cree que el mal crecerá y al mal le nacerán bullitos y bullitas y cuando sean grandes tendrán ruiditos y ruiditas y todos seguiremos siendo infelices, sordos, locos y abusados. Lo siento. Hoy no tenemos poesía ni narrativa en las crónicas de la bohemia. No me concentro con tanta bulla.