PEDERNALES, República Dominicana.- No bastaba con ser un hombre honrado e incansable trabajador para vivir en paz en esta comarca al filo de la frontera dominico-haitiana, al sudoeste de la capital. Redituaba más hacer deservil de la tiranía e hilar fino para no entrar en desgracia. Y esas condiciones no pegaban con Juan Pérez hijo (Curú). Hasta su muerte estuvo en la mira de los perversos, que tuvieron que verle morir sin claudicar.

Había llegado al sitio en 1927 en un cerón del mulo de su tío Benigno Pérez, mismo que, cuando se ponía en aguardiente, arrancaba risas al interrumpir la conversación, con cada trago, para enfatizar su nombre:¡Benino Pérez Coñííííto! Pero nunca perdía su postura de no aceptar un sorbo de ron que él no comprara. Murió con esa fama.

Benigno y Curú habían cruzado la escabrosa sierra Baoruco, desde Duvergé, provincia Independencia, a probar suerte en la colonia en formación. Una crecida del Lago Enriquillo había arruinado sus predios al otro lado y no pintaba retirarse. El niño tenía ocho años. El tirano Rafael Leonidas Trujillo Molina llegaría en el 30 y se extendería hasta 1961 con la santificación de Estados Unidos, pero el monstruo ya se había incubado enel gobierno de Horacio Vásquez.

Hijo de una pareja de agricultores,Irene Pérez, espigada mulata de ojos aceituna y pelo crespo, nativa de Enriquillo, Barahona, y Juancito Pérez, de Duvergé, se enfrentó a la dureza del trabajo y se zafó de ella con la muerte.

Juan Pérez hijo (Curú)
Juan Pérez hijo (Curú)

Su vida transcurrió entre los conucos, el monteo en los fondos de la sierra (caza de cerdos y chivos) y la Oficialía del Estado Civil de Pedernales.

Y supo de los abusos de los Trujillo desde muy temprano. Comenzó a sufrirlos en carne viva desde mediados de los años 40 del siglo XX cuandoDanilo Trujillo ordenó los desalojos a sus vástagos y otras familias originarias que cultivaban café y otros productos y criaban animales para carne y leche en las parcelas de Aguas Negras, Los Arroyos y Flor de Oro (hoy Mencía), en lo alto de la sierra. Los bosques de caobas, robles, pinos y almácigos estaban ahí para los tres aserraderos que manipularían “presos de confianza”, como las apetecibles tierras fértiles para el usufructo del poder.

Allí estaba Danilo, con la misma catadura funesta de su padre Virgilio, el mayor de los hermanos del tirano, corrupto y con fama de truhan desdearriba abajo, hasta el final de sus días en Europa donde hizo de diplomático sin más mérito que la vocación para delincuente.

Virgilio se aprovechó de la guerra civil española y, según el político y escritor español JoséAlmoina, citado por Pedro Conde (El Caribe, 5/9/2019), “recibió alhajas y oros en cantidad muy apreciable y cien dólares por cada refugiado que la República Dominicana aceptase”. En sus andanzas no le paraba ni a su hermano. Dicen que actuaba a la libre dondequiera que se movía. Como diputado, ministro de Interior y Policía o como ente privado, siempre usando a su favor el poderoso apellido Trujillo.

BRAZO LARGO

La lejanía de la capital (307 kilómetros) no eximió a Pedernales de los aletazos de la tiranía. La frontera se prestaba para todo. Y la usaron para todo. Los tentáculos del Palacio, desde la urbe, apretaban con la misma crudeza.

En este pueblito, al represivo mayor Almánzar no le cabía más ambición. No le bastaba con administrar la bodega del Gobierno, ubicada en la Duarte con Sánchez. Ni con su protagonismo en las nefastas expulsiones de los parceleros de las colonias agrícolas.

Se le vinculaba con linchamientos de desafectos en los potreros cercanos a la playa del municipio, como el del abuelo de Danny Pipín y Nena Porfirio, y el intento fallido por eliminar a su gran amigo, el preso Frappier, a quien –según Clemente Pérez, hijo de colono-  había llevado al lugar con la excusa de “dar una vuelta y contarle un cuento, pero le salió el tiro por la culata porque Frappier lo olfateó y llevó un machete afilaíto, y nunca le cogió adelante, para evitar el tiro por la espalda”.

Curú no escapó a sus ramalazos.

Las imágenes de ese hombre maltratado por el tenebroso mayor del Ejército, están vivas en el imaginario de la familia. Tanto que Leonardo no titubea en sentenciar: “Después que vi aquel abuso, jamás he querido saber de nada que se parezca a Trujillo. Yo era un niño. Fue en los años 50”.

A unos cuantos metros de la costa, en el mismo pueblo, Curú cultivaba las tierras áridas. Las hacía parir con la rigola yuna celosa limpieza. Era un hombre metódico en todo; psicorrígido, lo consideraban muchos. En el vestir no concebía mala costura ni doble filo en el planchado.Enemigo del desorden. No concebía sembrar todo junto. Segmentaba el terreno por cultivo: víveres, cañas, hortalizas…

Muy cerca del paradero de su conuco, por desgracia, sonaban los tiros de gracia a desafectos al régimen. Los matones preguntaban a Curú si los escuchaba. Él les respondía negativo, pero nunca les convenció. El próximo paso sería eliminarlo, por un ingrediente adicional: el mayor Almánzar no cesaba en su ambición por “comprar” potreros y conucos bien cuidados.

Euclides Pérez, hermano de Curú.
Euclides Pérez, hermano de Curú.

Un amigo de Curú, ligado al régimen, le advirtió sobre el plan macabro, y éste optó por vender su propiedad a NegroMafungo. Y se concentró en la parcela de tierra roja en Los Olivares, cuatro kilómetros al este de la comarca.

Allá comenzó su primera tumba de la bayahonda que crecía como plaga, para acondicionar el terreno y sembrar productos de ciclo corto.

Con su hacha, como le permitían sus fuerzas de hombre delgado, poco a poco, cortaba cada árbol del fondo de la parcela. Carecía de dinero para pagar jornaleros. Con los palos hizo hornos para producir el carbón de la familia. Era la única fuente de producción de energía para cocinar.

Ostrín y Leonardo, hijos del agricultor, echaban los viajes hacia la casa en el mulo con sacos de 320 libras atisbados del producto. Y pasaban frente a la vivienda del oficial, en la calle Libertad esquina Genaro Pérez Rocha, frente a la fortaleza, una de las residencias asignadas a oficiales de la era.

El mayor observaba con celos. Un día no aguantó más e interceptó a la pareja de hijos que cruzaba con el animal cargado, y preguntó con prepotencia: ¿Y ese carbón, de venta?

Curú, quien ya detrás, intervino: ¿No es para venta, es para consumo de mi familia?

El oficial reaccionó irónico con su frase de siempre: -¡Sí, hombre, sííí!

Y seguido, sin ocultar su arrogancia, advirtió: -Yo necesito ese carbón; se lo compro.

Curú, visiblemente incómodo por saber de sus abusos recurrentes, le ripostó:

-Ese carbón no es para la venta. Si usted necesita un saco, yo se lo regalo.

Y siguió camino a su casa, al final de la Libertad, hacia el sur.

El oficial quedó inconforme. Era insaciable, taimado. No tardó en mandar una patrulla a buscar preso a Curú, quien agarró un machete y se atrincheró en su vivienda, dispuesto a morir de frente. Se esperaba un desenlace fatal.

Los vecinos Chechén, Bao, Caonabo, entre otros, y su esposa Zoraida le persuadieron para que accediera a la orden de los militares enviados por el verdugo. Curú, con un saco de carbón sobre la cabeza, fue llevado a pie hasta la fortaleza, cerca de un kilómetro. Detrás, con sus fusiles, dos guardias curtidos en sangre, amenazantes, azuzaban.

Años después, el mayor Almánzar huiría del pueblo, dejando sus bienes a su amigo Chichí Madera, a quien antes había llevado al lugar. Luego, en el gobierno de Joaquín Balaguer, uno de los soportes intelectuales de Trujillo, su amigo sería síndico, primero provisional (3/5/1966) y luego en el período 1970-1974.

Durante el gobierno de siete meses de Juan Bosch (1963), Curú sería nombrado Oficial del Estado Civil, cargo que ejerció hasta su muerte, en 1994, a los 74 años, sin ceder a presiones sistemáticas de neotrujillistas anidados en el Partido Reformista, que buscaban falsificar actas de nacimiento y manipular elecciones, y hacer matrimonios ilegales. 

Leonardo Pérez, junto a Ostrín transportaba el carbón.
Leonardo Pérez, junto a Ostrín transportaba el carbón.

OTRO GUAYACÁN 

Curú casó con Zoraida Berta Pérez Moquete, nativa de Duvergé, y procrearon diez hijos: Juanín, Ostrín, Elsa, Leonardo, Nelson, Apolinar, Leonardo Manolo, Nene y Janna. Tres de ellos han fallecido (Apolinar, Nelson y Manolo). Los criaron a golpe de trabajo sin descanso en la casa del guayacán centenario (antes de madera, ahora de concreto), en la calle que han designado como Juan López, un extranjero desconocido que en aquellos tiempos –dicen- pasó el pueblo. 

Las agresiones jamás minaron su carácter. Lo fortalecieron. Sus relaciones con todo el mundo en Pedernales son enciclopédicas. Nunca miró ideología, ni guardó rencor. Discreto extremo. Nunca socializó con sus hijos malestar alguno, ni siquiera abusos de terceros que requirieran apoyo. Con sus hermanos fue incondicional, solidario hasta más no poder. Hizo las bodas de medio pueblo y nunca hubo quejas de pago de coimas.

Entre los casados vivos aún resuenan los consejos previos al matrimonio y su frase lapidaria: “Si se van a casar para divorciarse, mejor no se casen”.

Para su hermano Euclides, albañil y amante de las peleas de gallos, el único vivo,87 años, “Curú era una persona muy humilde, seria, que no era corrupta. Era buen consejero como hermano y nos llevábamos bien. Todo lo hacía a la raya; mejor que no fueran donde él si era a hacer lo mal hecho. No aceptaba comisión en su trabajo.Ninguno de nosotros le faltamos respeto a mi mamá”.

Juan Eduardo Taveras Pérez es uno de sus 31 nietos. Tenía 11 cuando la salud le flaqueó a Curú. Ya el cáncer caminaba silencioso confundiéndose entre otras dolencias con apariencia de rutinarias.

Juan Eduardo Taveras, nieto.
Juan Eduardo Taveras, nieto.

En su casa de la capital, Juan Eduardo compartió con él. Vivía a su lado, día y noche. Empataban.

Lo recuerda con orgullo: “Nunca se quejaba. Tomaba muchísimas pastillas, religiosamente, a su hora. Tenía una agenda de bolsillo con todos los teléfonos de la familia, incluyendo los sobrinos, nietos y hasta primos lejanos, y cada cierto tiempo los llamaba. Le gustaba sembrar matas en la jardinera. Le gustaban las canciones viejas y las escuchaba de noche en un radio que había en la habitación. Le gustaba la serie de televisión El Zorro, sobre todo por los caballos, creo que se emocionaba cuando salían muchos caballos corriendo. Era muy amistoso con los vecinos, siempre preguntaban por él… Siempre de buen humor. Si nos cortábamos en las manos con una navaja o un cuchillo, nos relajaba diciéndonos que por ahí se nos saldrían las tripas. Nos asustaba con las rayas en las palmas de las manos. Nos decía que la M era de muerto”.

El 14 de mayo de 1994, el día en que Juan Pérez hijo (Curú) murió, lucía tranquilo, disimulando el dolor en el costado derecho donde la metástasis había provocado estragos. Se sobrepuso y enfático, con el brazo derecho arriba, sentenció: “Me estoy muriendo y nadie me puede señalar”.