Hacia el caos
Si analizáramos los sonidos de nuestros instrumentos musicales, nos daremos cuenta de que son transmisores de vibraciones violentas: la tambora, la guira, la maraca, el palo, el valsié, el boula (estos tres últimos heredados de la cultura africana y que corresponden ya a nuestra propia cultura). Si bien el contacto del hombre con la naturaleza interviene en este proceso, es el trabajo del hombre, en realidad, lo que crea ritmo y música, o para decirlo de otra manera, el ritmo y la música son el reflejo directo del trabajo del hombre. Así pues, si nosotros los dominicanos tenemos características culturales violentas es porque hemos sido víctimas de la violencia. El imperio español nos aniquiló y se robó lo nuestro, luego los franceses, los holandeses y los ingleses, y de nuevo los españoles con su avaricia renovada, y finalmente las garras de un imperialismo insaciable, situado al norte de nosotros. Y esto se ha producido al mismo tiempo que las fuerzas internas del oprobio se han constituido en clase dominante al servicio de nuestros invasores.
Esta violencia que rige nuestra cultura es precisamente el resultado de la violencia engendrada en nuestro suelo por el capitalismo y las fuerzas de la bestialidad, por tanto, al ser violenta, se instituye como mecanismo de lucha que no debe ignorarse ni obviarse para alcanzar la liberación nacional y luego dar el salto hacia la conquista de la fraternidad colectiva.
Si no somos capaces de relacionar nuestra música -nuestra cultura toda- con las aspiraciones de transformar nuestra sociedad, nunca alcanzaremos nuestros sueños de patria redimida y pueblo feliz. No olvidemos que las transformaciones sociales no nacen simplemente por el capricho de un hombre, sino que es el resultado de la conglomeración de contradicciones profundas entre los oprimidos y opresores, y la cultura creada por el pueblo: esa cultura que se ha forjado como consecuencia de un trabajo agotador, como manifestación contestataria a un sistema que oprime a una mayoría para enriquecer a la minoría. Esa cultura, la nuestra, entra a formar parte de las grandes contradicciones que se desarrollan en la sociedad de consumo, pues al ser nuestra, al ser del pueblo, expresa el dolor de lo que nos ha tocado vivir y el deseo supremo de liberación que crece en nosotros, como respuesta a la cultura que nos han impuesto los sectores acaparadores de riquezas, la cual, y desde muchas décadas atrás, han incidido negativamente en nuestro desarrollo social y han deformado la mente y la conducta de los dominicanos. Si somos atrasados no es porque queremos, es sencillamente porque nos lo han impuesto. Si nuestra música se ha deformado a niveles degradantes, no es por culpa de nuestros creadores musicales, sino porque nos lo impone el sistema, y si no eres parte de él, de sus intereses, vivirás en la sombra.
Vivir en la sombra no es ninguna ventaja, pero si eres capaz de resistirla y luchar desde ella con las herramientas que estén a tu alcance, podrás confrontar los desafueros de una cultura negadora de la cultura del pueblo y propiciadora de la alienación humana en todos los aspectos.
A manera de conclusión debemos precisar que todo dominio económico por parte de las fuerzas del terror conlleva, irremediablemente, a un dominio cultural o por lo menos a la implementación de una política cultural con fines concretos de desplazar la cultura de los pueblos oprimidos.
El dominio de la política cultural, o el control de esta, le permite a la clase económicamente dominante ejercer con más holgura sus planes de deformación y enajenación social, pues en la medida en que nuestros valores culturales van desapareciendo, nos olvidamos de nuestras raíces: no es casual que sean esas fuerzas las que normen la vida educativa y propagandística de nuestro pueblo y generen, con sus planes, la descomposición social que vivimos a diario.