Los signos de la violencia
Nuestra cultura tiene una dirección, y esa dirección es la violencia. Todos los pueblos del mundo tienen particularidades culturales diferentes, forjadas como consecuencia de un proceso político, económico y social que ha enriquecido, de una u otra forma, el desarrollo de las manifestaciones artísticas. Esto significa, como dijo Iósif Stalin (1878-1953) en su momento, que la historia del desarrollo de la sociedad es, ante todo, la historia del desarrollo de la producción, la historia de los modos de producción que se suceden unos a otros a lo largo de los siglos, y es también la historia del desarrollo de las fuerzas productivas y de las relaciones de producción entre los hombres.
Por otra parte, la lucha de clases, que surge como consecuencia del desarrollo desigual de la sociedad al aparecer los acaparadores de todas las riquezas, genera actitudes y comportamientos síquicos, sociales y políticos contrarios entre el pueblo oprimido y los sectores dominantes. Estos rasgos en pugna le van a imprimir a la cultura formas diferentes, porque mientras el pueblo dominado se identifica con una cultura liberadora, la clase que domina persigue imponer normas y conceptos culturales que no han sido generados por el motor de la historia, sino producto de planes maquiavélicos diseñados en cuartos fríos, al margen del movimiento natural del pueblo, dirigidos a deformar la esencia de los valores surgidos dentro del proceso mismo de la historia.
Pero si bien es cierto que todos los pueblos del mundo tienen elementos culturales diferentes, no menos cierto es que todos estos elementos son el resultado, en gran parte, de la lucha de clases.
La cultura es hija de la lucha con la naturaleza y dentro de la sociedad, y también de la ayuda mutua y la acción solidaria de los hombres (dentro de las clases, naciones y formaciones sociales), plantea Lenin. Con esto no se niega en lo más mínimo el hecho de que desde la sociedad gentilicia primitiva hasta nuestros días la lucha entre las clases sociohistóricas ha sido la ley fundamental de todo el desarrollo social y cultural del hombre.
Ahora bien, la cultura no es solo el conjunto de productos materiales y espirituales de la actividad creadora humana, sino que es, además y al mismo tiempo, una forma particular de uso o más exactamente de consumo social e individual de esos productos o bienes. Como los acontecimientos históricos y sociales de un país se diferencian, generalmente, de otros países, no es nada extraño que surjan elementos culturales diferentes. Son, pues, las particularidades concretas del desarrollo político y económico de un país, lo que determina particularidades culturales diferentes.
Llegado a este punto, debemos proceder a desentrañar el término cultura.
La cultura empieza donde termina la naturaleza -la física, la biofísica y la biología puras-. Sin embargo, al mismo tiempo la cultura aparece y se desarrolla no en un espacio desierto y vacío, sino en un profundo y verdadero vínculo con la realidad natural global, solo que la realidad natural (inorgánica y orgánica) está dialécticamente “captada” en la cultura, es decir: guardada, conservada y, al mismo tiempo, refractada y reflejada en la realidad de aquello que llamamos vida cultural del hombre, o, más brevemente, cultura.
No hay ni puede haber un solo hecho o manifestación singular en la vida cultural humana en el que no hallemos tales o cuales fuerzas, elementos y leyes naturales (orgánicos, inorgánicos). En la vivienda, en la ropa, en los alimentos, en los instrumentos de producción, en las relaciones sociales y personales de los hombres, en sus sentimientos, estados de ánimo, anhelos y, por último, en sus ideas, siempre pueden señalarse las manifestaciones de unas u otras fuerzas, elementos y leyes naturales (físicas, químicas, fisiológicas, psíquicas). Puesto que el hombre se origina del animal, lleva siempre dentro de sí la naturaleza del animal, sus fuerzas, instintos, etc. Antes de devenir un ser sociocultural, el hombre fue un animal. A su vez el animal lleva dentro de sí la naturaleza de la planta, y la de la planta, la de materia inorgánica.
Sin embargo, el hombre no es un animal, planta o mineral, sino precisamente un ser sociocultural. El mineral, la planta y el animal están dialécticamente captados en el hombre, y esto significa que este, en su calidad de ente sociocultural, se somete a las fuerzas y leyes naturales, al tiempo que las supera, transforma, refracta y refleja en las fuerzas y leyes de su propia naturaleza sociocultural, y por eso lo humano en el hombre comienza donde termina lo animal en él. Son ideas tomadas del ilustre pensador búlgado Todor Pavlov (1890-1977)*, ya olvidado, por cierto, y que nosotros actualizamos por su validez histórica y por sus grandes aportes al pensamiento dialéctico (según Marx, la dialéctica concibe al movimiento como uno de los elementos más importantes para el ser y propone que “la realidad está sometida al devenir y la historia”, es decir, quien no comprenda el cambio como un proceso que forma parte de la construcción de un objeto, es incapaz de comprender la concepción del objeto).
*Ver Cultura, ideología y arte (antología de estudios marxistas sobre la cultura), Editorial Arte y Cultura, La Habana, 1975)