Los vaivenes de la cultura
Es a partir de este desenlace que el movimiento cultural surgido como fruto del proceso de desarrollo económico y político empezará a cobrar una auténtica vigencia. De esto, a su vez, se derivará lo siguiente: el camino hacia la creación de la verdadera cultura pasa por la etapa de la creación y el pleno fortalecimiento de la cultura de clase proletaria.
La negación de la posibilidad de una cultura proletaria, aunque fuera transitoria, es resueltamente antihistórica y antidialéctica, y no hace más que verter agua en el molino de la reacción.
Al plantear como tarea la creación de una cultura representativa de los pueblos, la clase proletaria se manifiesta como el más decidido y consecuente defensor de todo lo valioso de las culturas de clase del pasado, las que también en su época pretendieron un papel e importancia humanos universales.
En relación con lo hasta ahora referido, la cuestión de las culturas nacionales en las distintas formaciones socioeconómicas y épocas ha sido planteada y resuelta de diversas maneras. Sin embargo, en la medida en que la sociedad y época dadas sucumben ante el papel hegemónico de una determinada clase sociohistórica, la cultura nacional siempre ha compartido el destino de esa clase. En las sociedades y épocas cuyas clases sociales dominantes eran reacción y entraban en un ocaso, también la cultura nacional vivió periodos de reacción y ocaso.
Por otra parte, en la medida en que no era así, el desarrollo ulterior de una cultura nacional dada ha estado en todo momento en dependencia de las fuerzas y la actividad de las clases progresivas de oposición en la sociedad y época dadas, y, a su vez, en las sociedades y épocas en las que domina la clase sociohistórica más progresiva, la cultura adquiere su más alto desarrollo posible como nacional por su forma, pero socialista e internacional por su contenido.
De esta manera, la cultura de una sociedad, esto es: el conjunto de ideas, imágenes y representaciones, así como las obras en que estas se plasman y expresan, están íntimamente vinculadas al proceso de producción y reproducción de la vida material de los hombres, del que depende en última instancia.
Carlos Marx (1818-1883) advertía muy claramente que cuando se trata de examinar la conexión entre la producción intelectual y la producción material, hay que tener cuidado, ante todo, de no concebir esta como una categoría general, sino bajo una forma histórica determinada y concreta. Así, por ejemplo, la producción intelectual que corresponde al modo de producción capitalista es distinta de la que corresponde al modo de producción medieval.
Si no enfocamos la producción material bajo una forma histórica específica, jamás alcanzaremos a distinguir lo que hay de preciso en la producción intelectual correspondiente y en la correlación entre ambas.
Por otra parte, y a fin de aproximarnos a la conclusión de estas entregas, conviene precisar que las ideas de la clase dominante son en cada época las ideas dominantes, o sea: la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad resulta al mismo tiempo la fuerza espiritual dominante. Así, la clase que controla los medios de producción material controla también los medios de producción intelectual, de tal manera que, en general, las ideas de los que no disponen de los medios de producción intelectual son sometidas a las ideas de la clase dominante. Esto no significa, por supuesto, que las únicas ideas existentes en una sociedad de clases sean las de la clase dominante, ni que esta reine en el terreno ideológico-cultural sin contrapeso alguno.
Quien dice sociedad de clases, dice necesariamente sociedad preñada de contradicciones, las que mal pueden dejar de reflejarse en todos los órdenes, incluido el de la cultura. Por eso, la cultura de una sociedad clasista es siempre una unidad contradictoria, en la que al mismo tiempo que se refleja el índice de predominio ideológico de la clase materialmente dominante, se refleja igualmente el nivel alcanzado por la lucha de las demás clases.
A esta complejidad dialéctica de toda formación cultural se refiere precisamente Vladímir Ilich Uliánov -Lenin- (1870-1924) cuando escribe que en cada cultura nacional existen, aunque no estén desarrollados, elementos de cultura democrática y socialista, pues en cada nación hay una masa trabajadora y explotada, cuyas condiciones de vida engendran inevitablemente una ideología democrática y socialista. Pero en cada nación, agrega Lenin, existe asimismo una cultura burguesa (y, además, en la mayoría de los casos ultrarreacionaria y clerical), y no simplemente en forma de “elementos”, sino como cultura dominante.
De esta manera, mientras las masas trabajadoras y explotadas se manifiestan en el terreno cultural engendrando elementos democráticos y socialistas, la burguesía y los terratenientes reflejan su predominio de clase no solo a través de elementos, sino mediante la constitución de una cultura dominante, es decir, gracias a la hegemonía de un sistema de pautas y valores que articula, jerarquiza y confiere un sentido (de clase) al conjunto de ideas, imágenes y representaciones sociales.