Del trabajo al hombre

La sociedad es un producto histórico, un resultado de la transformación de las relaciones gregarias semejantes a las de los animales antropoides de antaño (parecidos al ser humano en sus caracteres morfológicos externos). El gregarismo es una relación intraespecífica que se da cuando los individuos de una población se asocian para recibir algún tipo de beneficio, como seguridad, cuidado de la prole, actividades de caza.

Demostrado está que el trabajo ha sido el hecho y factor fundamental que hizo posible la transformación de los monos antropoides en hombres y la de los medios expresivos semejantes al lenguaje, del pensamiento semejante al lógico, y de los sentimientos y relaciones semejantes a los sociales en lenguaje, pensamiento y relaciones sociales verdaderas.

Una vez que el trabajo aparece, la sociedad no deja de desarrollarse y cambiar en todos los sentidos, mas en su fundamento han estado determinadas relaciones sociales, las que a su vez están influenciadas por el carácter y el grado de desarrollo de las fuerzas productivas.

Como es sabido, cuanto más desarrollada y más culta es una sociedad (o una formación socioeconómica) dada, tanto más intensamente las superestructuras social, política e ideológica manifiestan su especificidad, su autonomía relativa y su capacidad de influir inversamente sobre la base económica que las determinó y que traza los marcos de sus posibles impulsos y acciones.

Dibujo de Haffe Serulle, autor de este análisis.

En este sentido, se podría llegar hasta el punto en que en presencia de determinadas relaciones objetivas y económicas que no tengan un carácter antagónicamente contradictorio, la acción inversa de las “superestructuras” social, política e ideológica podría adquirir un papel o importancia excepcionales.

Lo más interesante es que en los casos en que  la fuerza histórica  principal y directiva es la clase social progresiva, disciplinada, consciente y  más activa, se manifiestan de manera muy clara dos circunstancias extremadamente importantes que devienen características particulares de la cultura humana y de su movimiento de avance en ofensivas.

La primera circunstancia consiste en que en cada nueva formación socioeconómica (o sociedad), que se caracteriza por su nuevo carácter, formas y grados de desarrollo de las fuerzas productivas y de las relaciones de producción, la clase sociohistórica hegemónica, al crear su propia cultura cualitativamente nueva y al imponerla a las demás clases sociales (que colaboran con ella o que se le oponen), siempre utiliza críticamente y en una u otro forma o grado la herencia cultural positiva del pasado, desechando de esta todo lo que no esté en armonía con sus propias tareas culturales e históricas.

Un ejemplo vivo de esta imposición cultural lo es el hecho de que la clase dominante históricamente ha fortalecido la religión católica porque con ella se consolida en el poder político y desvirtúa los ritos religiosos nacidos del dolor de nuestros antepasados y que aún pululan, en un orbitar callado, por los rincones de la tierra.

Otro ejemplo concreto es la visión tan difundida del “gusto refinado” en contraposición a los elementos culturales provenientes de nuestros campos. En este contexto, la clase dominante se empecina en que aborrezcamos ritmos musicales salidos del alma de nuestros pobladores y nos sumemos a quienes honran la supuesta “música culta”., pero esta situación no es nueva porque en las formaciones socioeconómicas esclavistas también se daba lo mismo.

La cultura de clase es reaccionaria. A veces se encubre bajo la máscara del nacionalismo, pero su objetivo es identificar la cultura y las tareas culturales de toda la humanidad con una nación o raza escogida premeditadamente como referencia de desarrollo y progreso.

La segunda circunstancia consiste en que la división de la sociedad en clases, condicionada no solo por el desarrollo sino también por el insuficiente desarrollo de las fuerzas productivas, representa por sí misma un proceso dialécticamente contradictorio. Así, cuanto más alto sea el nivel de desarrollo y de progresividad en que se halla una clase sociohistórica, tanto más claramente se destaca esa contradictoriedad dialéctica, hasta que, por último, las cosas llegan al punto en que la clase sociohistórica dominante se plantea la meta de ejercer su poder político de manera ilimitada, a fin de liquidar toda división clasista de la sociedad y, por consiguiente, preparar su propia autoliquidación como clase y de ese modo crear la sociedad y la cultura de todos los hombres.

 

Haffe Serulle en Acento.com.do