Los tratados olvidados
Los tiempos han cambiado rigurosamente y con ellos los métodos de accionar de las fuerzas de la bestialidad. Si la cruz, la guillotina y la horca eran antes símbolos de terror, hoy son reemplazados por las armas de destrucción masiva.
El uso actual de esta expresión –destrucción masiva– como sinónimo de armas nucleares, biológicas o químicas fue creado en la resolución núm. 687 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas en 1991, la cual se refiere a la «amenaza que todas las armas de destrucción masiva suponen para la paz y seguridad», y menciona en particular las nucleares, biológicas y químicas, así como los tres tratados relevantes: Tratado de No Proliferación Nuclear, Convención sobre Armas Biológicas, Convención sobre Armas Químicas
Las armas de destrucción masiva son una expresión concreta de que los enemigos de la humanidad están dispuestos a destruir el planeta si no logran la masificación del martirio, aunque esa destrucción implique a su vez su desaparición.
Pero con las armas de destrucción masiva conviven otras que circulan en ondas longitudinales o por medio de enlaces de imágenes satelitales., que son señales transmitidas desde una estación terrestre hasta un satélite, el cual las recibe, amplifica y retransmite a la Tierra, donde las estaciones y terminales terrestres las reciben y las vuelven a amplificar. Hablamos de sonidos e imágenes abigarrados en el contexto de un control ideológico que trata de separarnos de nuestros cimientos patrimoniales.
En un estudio reciente se ha demostrado que los efectos de las nuevas tecnologías inciden de manera tan negativa en el ser humano que en pocos años la mente y el cuerpo se nos deformarán por completo. Así, debido al uso desmedido de los celulares, por ejemplo, los dedos de las manos serán garras, la espalda será corva y donde empieza el cuello, que es el área de transición entre el cráneo -por arriba-, el tronco y las extremidades superiores -por debajo- nos saldrá una joroba. Es posible que la humanidad del futuro añore ser como somos ahora.
Se trata, pues, de la implementación de un mecanismo de violencia sistemática en contra de cualquier acción o idea que pongan en peligro la existencia del mal establecido por las fuerzas del terror, que tiene como fin último el control del poder.
En este sentido, el escritor y militar español Pedro Baños Bajo, nos dice en su libro El Dominio Mental, que la geopolítica actual va mucho más allá de los límites geográficos concretos para convertirse en el ejercicio de un geopoder con ambiciones universales. Se materializa en la permanente rivalidad por el control de toda la humanidad. Y la forma mejor, la más completa, de lograr dicho control, es actuar sobre la mente de las personas, lo que hoy es más sencillo que nunca gracias a las nuevas tecnologías.
¿Quién ignora que estamos bombardeados por pensamientos irracionales, que llegan a nosotros a través de canciones, películas, telenovelas, etcétera, y convierten nuestro cerebro en un campo de cultivo experimental que les da forma y sentido a ideas que incidirán de forma negativa en nuestra conducta.
¿Qué es lo irracional?
Albert Ellis (1913-2007), un psicoterapeuta cognitivo estadounidense que desarrolló la terapia racional emotiva conductual a partir de 1955, nos dice que lo irracional es aquello que es falso, ilógico, que no está basado en la realidad y que dificulta o impide que la gente logre sus metas y propósitos más básicos. Lo irracional interfiere con nuestra supervivencia y felicidad, agrega Ellis.
De forma que somos propensos a la frustración, al catastrofismo, al miedo y a la generalización (como nací bruto, no valgo para nada) porque estamos siendo dirigidos por esas fuerzas de la bestialidad que a pesar de ser cada vez más invisibles podríamos reconocerlas con poco esfuerzo en los medios de comunicación satelital que pautan nuestros pasos y nos llevan al camino de su preferencia. Se trata de una red de comunicación de datos muy compleja e implica una inversión inicial y un costo de administración significativos, al alcance de países muy ricos.
Mas no se crea que todo está perdido. Los valores creados por los pueblos originarios no desaparecen de la noche a la mañana, ni por capricho ni por disposición de quienes obran en su contra. Por eso, valores como el cuidado de la Madre Tierra; el respeto por los mayores y los niños, el despliegue de una profunda espiritualidad, la conexión con el Universo, el sentido comunitario de la vida, entre otros, se yerguen con valentía, le dan la cara a la corrupción y al crimen, y se valen de medios novedosos para conservarse como parte ejemplar de la cultura universal.