La ambición insaciable
Las ansias y muestras de poder de las fuerzas de la bestialidad son su razón de vida, su modo de obrar sino y la representación de la sangre que sustenta su estructura organizacional. Se trata de usar el poder para maltratar a la población: mantenerla sumergida en la miseria y hacer del oscurantismo su religión.
En cambio, la beligerancia emanada de lo más noble del pueblo en contra de esas ansias de poder, deviene una acción primaria y trascendental desde la cual podríamos apoderarnos de las herramientas idóneas que nos permitan conquistar nuestros sueños. Esa beligerancia es una violencia necesaria y útil porque lucha por rescatar lo poco o mucho que queda de nosotros en este infierno creado por las fuerzas de la bestialidad.
No nos cansaremos de repetir “fuerzas de la bestialidad”. Lo haremos tantas veces como sea necesario y como forma de que el pueblo reconozca cuáles son sus enemigos; cuáles, sus amigos.
En este sentido, conviene precisar que en cuanto las fuerzas de la bestialidad representadas por los conquistadores españoles se anidaron en nuestro territorio, la beligerancia cultural mostró su cara sin miedo. Fue un aviso de guerra inaplazable en contra de toda intervención extranjera, con su secuela de destrucción y muerte. Es como si nuestros antiguos pobladores se dieran cuenta de que la intención de los invasores era, además de apropiarse de nuestras riquezas materiales, imponer y expandir su cultura de oprobio: la cruz, símbolo de castigo y sufrimiento, y un idioma al que ya se le sumaban palabras inventadas por los auspiciadores de estas travesías impiadosas.
La cruz no solo pertenece al mundo de la barbarie, pues se ha utilizado de diferentes formas y ha tenido distintos usos, pero es innegable que huele a sangre y que su presencia recuerda momentos de torturas inimaginables. ¡Cuánto dolor y cuántos cuerpos desgarrados en esos dos maderos que se cruzan desde siglos antes de la era cristiana! Apareció en Egipto, entre jeroglíficos alusivos a la vida, y estuvo considerada como amuleto. Los manuales que refieren su origen nos dicen que también aparece como adorno en prendas orientales y griegas sin significado explícito. A nosotros nos fue presentada, sin embargo, como instrumento de ejecución a través de la crucifixión. La cruz, como suplicio, se impuso en el siglo I a.n.e. Ya para entonces muchos niños “desobedientes” habían sido crucificados en cruces de madera sin desbastar, unos amarrados con cuerdas; otros, clavados, y los menos (o quizá los más) colgados de brazos o pies.
En cuanto a la iconografía de la cruz cristiana, hemos de decir que el documento más antiguo data del siglo III, y está inscrita en un entorno satírico: en vez del rostro de Cristo hay una cabeza de asno, y junto a ella un personaje que hace muecas y una leyenda en griego que dice: “Alejandro adora a su dios” (ver: CurioSfera-Historia.com).
Lo cierto es que la cruz ha tenido una incidencia determinante en la conciencia y conducta de nuestros pueblos, y no para bien, pues ha sido y sigue siendo un instrumento al servicio de la ignorancia, generador de suplicio y miedo. Su peso ideológico es más fuerte que el de sus componentes materiales: vivimos aterrados, inmersos en un sufrimiento interminable. Hay quienes se han cansado de llevar la cruz en su cuerpo y han optado por deshacerse de ella, de sus implicaciones sociales, y romperla a hachazos, como un claro mensaje de que el martirio no puede ser eterno. Es el caso del artista mexicano José Clemente Orozco, que destruyó la cruz, y para hacerlo se valió del propio Cristo. En el año 1943 buscó tela, óleo, pinceles y brochas e imaginó a un Cristo fuerte e iracundo liberado del tormento. Hacha en mano, Cristo no vaciló en hacer añicos su cruz. Se trata, indudablemente, de una de las obras más emblemáticas del pintor jalisciense, que estuvo y todavía está en crítica constante de los grupos dominantes. Esta obra de Orozco aviva en nosotros el pensamiento crítico, que es el que nos dota de una serie de habilidades expresadas mediante la capacidad para reflexionar y razonar de manera eficiente.