Sienes amartilladas
En su empeño de controlar la vida humana, no digo ya la vegetal y animal, las fuerzas de la bestialidad no cejan en armar planes de destrucción en contra de todo aquello que huela a transformación o simplemente a una propuesta de cambios verdaderos, cambios substanciales en el modo de accionar socialmente, que nos separen al menos de los parámetros de la vulgaridad y el desorden impuestos en nuestra mente a martillazos, porque si somos como somos no es por casualidad ni porque hemos nacido así sino porque desde tiempos atrás se crearon las bases ideológicas que servirían de soportes a un plan diseñado a deformar nuestra conciencia y por tanto nuestra conducta. De modo que no ha de extrañarnos que lo amargo nos sepa dulce y lo dulce, amargo; como tampoco ha de parecernos raro que el camino torcido nos parezca recto y el recto, torcido. En fin, enumerar los elementos que conforman este abigarrado mundo de sabores y sinsabores sería demasiado largo y hasta vergonzoso, por no decir doloroso, que lo es, claro; diría que demasiado doloroso, porque el trance de lo verdadero a lo falso es un trauma que trastorna los nervios cerebrales, desconcierta a las neuronas y nos vuelve un guiñapo en los telares oscuros del misterio.
Es tanta la violencia que ejercen sobre nosotros para lograr estos propósitos de deformarnos hasta convertirnos en marionetas al servicio exclusivo del atraso, que de no acontecer una acción conjunta en contra de tales propósitos por parte de las organizaciones más nobles del pueblo, seremos siempre piezas al servicio de la falacia.
Sin embargo, esto, que debería ser el objetivo fundamental en el accionar diario de todo ser consciente, está tan lejos de nosotros que no se vislumbra una fecha cercana para que, en tanto que conglomerado social, enderecemos los entuertos colocados en nuestro camino.
Debemos entender que las fuerzas de la bestialidad no escarmientan en su empeño de malograr la pureza de cualquier pensamiento crítico, que es la capacidad de analizar y evaluar la consistencia de los razonamientos, ni escatiman esfuerzos en destruir los valores morales y culturales creados por nuestros ancestros: amor al prójimo, a las plantas, a los animales; ver el cielo estrellado, el mar, las selvas… admirar la vastedad de la naturaleza y regocijarnos en el respeto por la palabra bien hablada o por la música y el canto que nos salen del ama.
Decía que de no acontecer una acción conjunta que detenga la incidencia de las falsedades que arrojan sobre nosotros las fuerzas de la bestialidad, no nos sobrepondremos al atraso ni superaremos los niveles de miseria material y espiritual que signan nuestro vivir.
Ahora bien, de acontecer la acción conjunta de la que hablamos, entonces entraríamos a otra dimensión, que nos llevaría a hablar de un programa de luchas sociales que habrá de terminar con el triunfo del pueblo o con la imposición definitiva del terror.
Hablamos, pues, de la urgente necesidad de que las organizaciones populares y cuantos individuos interesados en limpiar el camino hacia la libertad y el progreso se unan en los colores de una misma bandera y se dispongan a conquistar la identidad sobre la cual debemos forjar nuestro presente, como garante fiel de un futuro esplendoroso.
No olvidemos que hoy, como nunca antes, las fuerzas enemigas de la paz nos masacran física y mentalmente, y no descansan ni un segundo siquiera: lo hacen a todas horas en sus planes de perpetuar sus vicios en la esfera global que hoy controlan desde el aire.
De modo que ante la nefasta presencia de una cultura destructora de los valores humanos debe surgir una respuesta beligerante, que habrá de convertirse en violenta a fin de vencer la violencia de la bestialidad.
Hablo, pues, de violencia liberadora y violencia de la crueldad: la primera defiende los intereses del pueblo, y la segunda los niega.