De la bestialidad a la sangre
La opresión a la que está sometido el pueblo por parte de las fuerzas de la bestialidad se traduce, en el terreno cultural, como alienación cultural, ya que obramos en función de los intereses de las clases dominantes.
En base a la desinformación y a la imposición de estereotipos sociales, nos deforman la mente hasta hacernos creer que somos seres inferiores, palabra o término despectivo, aplicado comúnmente a la persona, etnia o grupo social que se menosprecia por ser considerada de menor valor, categoría o peores cualidades.
Así, de esta manera, y sin que nos demos cuenta, vamos generando una opresión internalizada que ocurre entre miembros del mismo grupo cultural y se expresa de la manera siguiente: obramos en función de las informaciones que los estamentos sociales, en poder de la bestialidad, diseñan para mantenernos en conflicto entre nosotros mismos y no contra los responsables de nuestra miseria material, moral y espiritual.
La miseria material se identifica con la pobreza y requiere una ayuda urgente si las víctimas llegan a carecer de derechos fundamentales o de bienes de primera necesidad como la comida, el agua o las condiciones higiénicas.
En cuanto a la miseria moral, está relacionada con el infortunio, la desdicha y la desgracia: es tanto el sufrimiento que se vive a diario en las sociedades dominadas por las fuerzas de la bestialidad que olvidamos los valores y principios que defendieron nuestros antepasados y nos inclinamos, reverentes, ante iconos de programas y documentos dirigidos a guiar nuestra conducta: nos emboban hasta convertirnos en marionetas o en títeres que se desprecian entre sí.
En este mismo orden, nos dirán que crearán un plan efectivo para acabar con la violencia, pero no nos educarán para ello, por el contrario, nos facilitarán las herramientas más adecuadas para incrementar la violencia insustancial, es decir, la violencia familiar y la violencia de género, entre otras muchas que no nos aportan bienestar ni ninguna transformación social.
En cuanto a la miseria espiritual, hay quienes la definen como la peor de las discapacidades, y yo creo que sí, que lo es, en tanto y cuanto trae consigo el corolario transgresor de las dos anteriores.
Como vemos, somos apenas un conglomerado social que obra en función de una cultura impuesta, dirigida con el fin de enajenarnos y apartarnos de cualquier tipo de beligerancia que ponga en peligro los intereses de las fuerzas bestiales.
Es esta una de las muchas razones que impulsan a esas fuerzas a llenarnos el cerebro de anuncios comerciales, para lo cual se valen de las páginas periodísticas y de los medios audiovisuales, así como de instalaciones de carteles y vallas enormes en las ciudades, carreteras y lomas, de por sí deterioradas por falta de políticas de conservación del medio ambiente, carencia que afecta los principios naturales de la vida humana y el fomento de un desarrollo sostenible (sostenibilidad es, por definición, el desarrollo que satisface las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones, garantizando el equilibrio entre el crecimiento económico, el cuidado del medio ambiente y el bienestar social).
Decíamos que nos llenan el cerebro de anuncios comerciales y ningún estamento del Estado se pronuncia en contra de este abuso. Y lo peor, se nos inculca la idea de que esa práctica es propia de países desarrollados, como si desarrollo y alienación fueran parte de una acción conjunta indisoluble.
El manejo de políticas establecidas para alienarnos y reconocernos como seres inferiores, se aplica igualmente a todos los estamentos de la sociedad. Así, por ejemplo, hay tanta falsedad y tanta turbidez en el manejo de las leyes de orden público que solo un movimiento social de carácter participativo podría torcer el curso de esta realidad que muchas veces solo sabe a sangre.