Si pueblos que por prolongados periodos han sido víctimas de violencia y polarización no se han derrumbado se debe, en buena parte, al trabajo de poetas, escritores y artistas, imposible de silenciar o disolver. En medio hostilidades y cerrazón, los libros cobran una misteriosa habilidad para circular sin ser vistos por los censores, habilidad para burlar al odio.
De las muchas maneras de leer la historia de un pueblo o una época la literatura es la menos pretenciosa, la más flexible, participativa porque emana de todo y de todos, la más abierta y apasionante. A lo largo de milenios, ha salvaguardado los frutos de la lucidez, los imaginarios plenos de enigmas, sacralidades y sueños.
Primordial y fascinadora es la red de lazos comunicantes propiciados por la actividad creativa y escritural. Este momento es oportuno para notarla, con Pedro Henríquez Ureña presidiendo. Resistencia a las servidumbres, el vivificante deslumbramiento que produce la obra humana, la pasión por el conocimiento, el “obstinado amor” a sus pueblos, ideales con sello personal, todo eso, y más, me luce que vincula a Salomé Ureña (1850-1897), Pedro Henríquez Ureña (1884-1946), Rubén Darío (1867-1916), Sergio Ramírez (1942) y Gioconda Belli (1948). Y a nosotros, aquí y ahora, de algún modesto modo. Veamos.
Hoy es el Día Nacional de la Poesía, fecha del natalicio de Salomé Ureña, la poeta que cambió la educación de las dominicanas, perfiló un programa de progreso para la Patria y asentó principios éticos e intelectuales en su familia. “Servir fue para ella, como para el poeta griego, la aspiración única”, escribió su hijo Pedro Henríquez Ureña , sobre el que ejerció una influencia determinante. “…cuando él todavía no leía lenguas extranjeras, ella [Salomé] le traducía de varias lenguas y comentaban juntos las lecturas. La casa era realmente una casa de estudio. Toda la familia se dedicó siempre a estudiar ”, contó Camila Henríquez Ureña.
El adolescente que con los años se convertiría en un esclarecido humanista, se sorprendía consultándole sus asuntos a su progenitora, incluso cuando está ya había fallecido. Tan recóndito era el lazo que los unía.
De la poeta madre, pasemos al poeta que despierta una excepcional admiración en Pedro Henríquez Ureña.
“Al morir Rubén Darío, —escribió PHU en 1916— pierde la lengua castellana su mayor poeta de hoy, en valor absoluto y en significación histórica”. “… Ninguno, desde la época de Góngora y Quevedo, ejerció influencia comparable, en poder de renovación, a la de Darío” .
Ahora, una vez más, Nicaragua y República Dominicana se enlazan y celebran sus letras trascendentes, al entregar el Premio Internacional Pedro Henríquez Ureña a Sergio Ramírez y Gioconda Belli, cuyas obras y trayectorias son motivos de orgullo no solo para su patria, sino para toda América Latina.
Hay escritores que una vez conoces una obra suya, no los olvida jamás. Me sucedió con Margarita está linda la mar, 1998, de Sergio Ramírez. Una vuelta a Rubén Darío redivivo, un relato de justicia poética.
Sergio Ramírez ha vivido con intensidad. Desde muy joven emprendió el camino de la política, a arriesgando su propia vida. Política y escritura convivieron, se rozaron, pactaron, hasta un punto. Pero la vocación es una fuerza imponente. Y en Sergio las letras han sido vocación y devoción; relación vivaz y espléndida con las palabras y las culturas.
Ayudó a derrotar la dictadura. Ayudó a refundar a Nicaragua. Fundó revistas, editoriales, festivales, movimientos; ha obtenido las máximas distinciones que se otorgan a un escritor de nuestra lengua. Entre ellas, Premio Cervantes 2017.
Pero creo que su mayor júbilo es arribar a este ciclo de su vida con la dignidad y la satisfacción de ser un humano íntegro, crítico, cálido, activo, merecedor de figurar junto a Rubén Darío en cualquier aula, en cualquier espacio.
Ya no está en las lides políticas convencionales, pero sigue siendo un hombre comprometido con la libertad, que ama su gente y cifra en la educación la única posibilidad de cambiar el mundo para bien. Sigue siendo, un escritor comprometido con la literatura.
Gioconda Belli : Con la publicación del poemario Línea de fuego, ganador del Premio Casa de las Américas en 1978, la joven mujer Gioconda Belli, libertaria, insumisa, con un aliento poético y una fuerza lúdica y genuina que seducía a los lectores, mujeres y hombres, del continente y más allá. Gioconda es maestra en el arte de potenciar con poesía la prosa. Por ejemplo, en El infinito en la palma de la mano mostró cuán bella puede ser la audacia poética.
Desplegó en sus páginas un fino erotismo, una original mirada al Génesis, una recreación de Ada, Eva y el paraíso en un relato donde destellan las palabras “como si fueran pronunciadas por primera vez”, dentro de un híbrido orden celestial terrenal. Esta novela, se podría decir, es sobre el asombro primigenio, la recia alegría de vivir, de experimentar, de sentir, aún sea en un mar de perplejidades y contingencias. No por casualidad, esta obra mereció dos prestigiosos premios: Biblioteca Breve de Seix Barral y Sor Juana Inés de la Cruz de la FIL, Guadalajara. La obra narrativa de nuestra valerosa y brillante autora no ha cesado de desafiar límites y de llegar a nuevos públicos.
Por último, son de admirar en Gioconda el goce de ser mujer de letras, mujer de palabra, de ser mujer a secas, causando la sutilísima impresión de haber encontrado el secreto de la esperanza. Ese modo de ser “humana y libre” con el que soñó Rosario Castellanos. “Nunca estoy sola —escribe— / me habita la marea incesante de un mar imaginario / una corriente de días imborrables / una vida vivida sin descanso”.
Sergio, Gioconda, nuestra casa, nuestro país, es también su casa. ¡Enhorabuena! ¡Salud!