Lo conocí como poeta, o, mejor, nos conocimos hablando de poesía, y de ese modo continuó y continúa esa humana y literaria relación hasta hoy, que trazo estas líneas a propósito de su poemario Crisantemos. uno de los tres poemarios que ahora pone a circular. Como poeta fue la primera impresión, la que se trasladó a las distintas etapas que cubre nuestra vida individual. Siempre que nos encontramos, el tema que salta de inmediato es la poesía en sus múltiples variaciones. Y, desde luego, con ella, otras manifestaciones del área creativa. Esto ocurre, en el caso de Antonio del Orbe, cariñosamente, Nacho. El, esencialmente, procede, vida y visión del mundo, de raíces y relaciones íntimas profundas de la cultura. Siempre ha permanecido conectado con el mundo creativo e intelectual. Doctor en medicina, diplomático, muy cercano a la música, la cual estudió y la que le viene de ese extraordinario músico Gabriel del Orbe, una de las figuras prominentes la historia dominicana, añadamos a esto, su vinculación directa con el historiador Emilio Rodrigo Demorizi, su tío abuelo, de quien fue secretario desde los diez años. Agreguemos a estos datos biográficos, uno que amerita atención:

Desde el año 1986, pasó a trabajar directamente como asistente del doctor Joaquín Balaguer, función que, esencialmente, se asentaba en asuntos literarios tanto en la creación como en la investigación. Esta experiencia solidificó esa inclinación que procedía desde mucho antes de su nacimiento, la que se robustece en los mismos iniciales años de vida. De modo que desde los umbrales de su existencia estuvo muy ligado a la poesía en estos tres sentidos: a su estudio, a su lectura y a su escritura.

 Crisantemos

Planta que en su morfología y sustancia nos muestra la belleza y plenitud de la vida, la belleza que es la poesía esencial. Y esa belleza, y esa plenitud del follaje, de raíces, ramas, de flores y de vida, se torna concreta, en una palabra: amor.

El poeta acude a ella pues el poemario, en sus poemas como en su totalidad, se levanta, se sostiene y se proyecta en esa palabra, amor, un   amor concretado en unos y otros, en hombre con hombres, en mujeres y mujeres, en la totalidad, como lo vemos en este poema:

                   Somos

Solo somos tú y yo

Sosteniendo la esfera

De este amor de crisantemo

Y peonías

que somos

tú y yo.

He aquí el centro del poemario, el hombre y la mujer en conjunción y plenitud de un amor sostenido y sosteniendo al universo, pero también manifestado en lo mínimo, en el rasgo, en el gesto, la peonía, esa esfera reiterada en la peonia, asume el ying y el yang, también la esfera. Es tan completo el amor, que se devela a través de estas flores, que invocan la redondez, la limpieza, el amor, la plenitud.  Totalidad de hombres y mujeres, abrazados en medio de un amor puro: realidad humana en una de sus ramificaciones diversas, el amor de dos, el amor de uno y otros, al final de cuentas, el amor.

                                      De dos

Este amor de dos, solo tú lo evocas,

lo invitas

a tus labios que besan,

a tus brazos que abrazan,

a tu vientre

que ansía

Centro mismo del poemario, pues el amor, amor, requiere de esa participación del uno y del otro, de los dos en comunión, mas nunca en disyunción.

Es un poemario atravesado por un gesto, por una invocación y por una práctica sustancial carnal que en el ámbito etéreo subjetivo imprime los pasos hacia un universo esotérico, metafísico.

Una mujer que susurra, ella habla por los dos, no solo por ella, ese dejo, la disyunción, el uno y el otro, no opera en el poema. Se trata de lo compacto, ella es el otro, no ella, que es un rasgo singular del poema, pero en este caso hay una trasgresión del mismo hecho humano.

Cierro mis ojos

Cierro mis ojos

Y te pienso

Y te presiento

siempre a mi lado

amándote,

amándonos

en la eternidad

que somos.

Así, uno y otro, y uno solo en las cotidianidades y en los eventos que salta de esa linealidad buscada, amasada y protegida, porque es bueno el vivir en esa dimensión donde lo humano se concreta en cada acto que construye ella y el, los dos, que son uno en el abrazo que se prolonga. Así, Crisantemos, el poemario, la vida por igual…