Durante la colonia, las fiestas religiosas de mayor solemnidad en España eran las de Semana Santa, Santiago o Patrón de las Españas, las patronales, las beatificaciones y canonizaciones, y Corpus Christi. Este fue instituido en 1264 por el papa Urbano IV mediante la bula Transitorium de hoc mundo. En América hispánica, el Jueves Corpus se inició con procesiones en cada parroquia, pero, avanzado el siglo XVI, esta modalidad fue prohibida y su organización se concentró en las máximas autoridades eclesiásticas. La festividad de este símbolo del sacramento de la comunión se esperaba desde los meses precedentes, en los que militares y civiles competían por la asignación de funciones. Con entusiasmo, los dramaturgos escribían sus libretos con la ilusión de que fueran leídos ante los altares, mientras que los bailadores, procedentes de los estratos sociales bajos, preparaban sus danzas. Con carácter obligatorio, otros se ocupaban de construir las enramadas que acogerían a los participantes, y de adornar con flores la ruta de la procesión.

Catedral de Santo Domingo.

Por disposición de los cabildos, las ventanas y balcones de las viviendas, lo mismo que sus frentes, debían estar limpios y decorados para el inicio de la procesión del Día de Corpus, que se anunciaba con fuegos artificiales y repiques ensordecedores. La ceremonia era presidida por las autoridades de la iglesia, seguida por los superiores civiles y militares, las cofradías, los gremios y los feligreses vestidos de gala. Portando sirios, la cruz y otros símbolos, los asistentes paraban en los diferentes altares para el disfrute de la palabra, de los dramas escenificados y los cánticos que se entonaban. Vale destacar que la danza también era parte de la fiesta, a pesar de que la elite ni los estratos medios asumían el rol de bailadores. En tal virtud, indios, pardos y negros libres bailaban, a veces por gusto y otras por obligación. Las contorsiones de origen africano, quizá exageradas por efectos del alcohol que proporcionaba el cabildo, provocaban risas que restaban solemnidad a la ocasión, y repulsa de orientación moralista, motivos suficientes para la prohibición del baile en los desfiles de Corpus Christi. Contrario a lo esperado, esta medida no detuvo el avance del sincretismo cultural contenido en aquellas coreografías hispano-indo-africanas.