La literatura dominicana parece que va sin rumbo. Nuestros literatos, la mayoría de ellos jóvenes escritores, aporta sus obras y las promueve; algunas de excelente calidad; otras, mediocres, insustanciales, desahogos personales que no aportan nada, pero que producen el impacto mediático que va convirtiendo en dioses a sus autores, y como decía nuestro amigo Clodomiro Moquete, recientemente fallecido, provocando que “cada uno de ellos se crea un dios en la literatura nacional”. Pero, ¿quién analiza y valora las decenas de libros publicados en el país? ¿Quién está en capacidad de emitir juicios que vayan más allá de las simples opiniones marcadas por relaciones primarias, de compadrazgo y de rancias amistades deudoras de cómplices adulaciones?

Álex Ferreras.

Las preguntas apuntan a la necesidad de una literatura que por su calidad resista el escudriñamiento crítico, que no tema al análisis de contenido, al manejo lingüístico de los temas, que tienda a la trascendencia nacional e internacional. Una literatura que acepte el reto de ser auscultada sin sonrojo, que no se resienta con las opiniones de los especialistas, intelectuales con cultura y atrevidos, dispuestos a poner el dedo sobre las llagas de aquellos escritores que esperan convertirse en los mejores de la literatura nacional. Parece urgente la necesidad de una renovación en la crítica de la literatura, una crítica armada con teorías, especialistas, estudiosos que vayan a fondo. A nuestro parecer, van quedando en el olvido los Pedro y Max Henríquez Ureña, René Contín Aybar, Pedro Conde Sturla, Antonio Fernández Spencer, Daisy Cocco De Filippis, Diógenes Céspedes, Giovanni Di Pietro… Pero, para suerte de las letras dominicanas, van apareciendo los que, preparándose cultural, profesional e intelectualmente, parecen retomar las riendas abandonadas y el látigo necesario para marcar, bien o mal, a la producción literaria de nuestros jóvenes escritores.

Esta breve reflexión nos lleva al profesional de la literatura Álex Ferreras, quien acaba de ser publicado por el Archivo General de la Nación con su obra La imagen de la primera intervención militar de los Estados Unidos en la literatura dominicana (1916-1924), y la pregunta de rigor se convierte en exigente:

Tenemos entendido que Ferreras tiene décadas dedicado a la labor docente universitaria. Catedrático de literatura inglesa y norteamericana, profesor fundador de la Maestría en Lingüística Aplicada a la Enseñanza del Inglés como Lengua Extranjera en la Universidad Autónoma. Álex Ferreras es egresado de la licenciatura en Lenguas Modernas, mención inglés, magna cum laude, de la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña (UNPHU). Como exbecario Fulbright, Ferreras cursó Maestría en Literatura Comparada en la Universidad de Massachusetts-Amherst y un doctorado en Estudios del Español: Lingüística y Literatura en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra. Tiene en su haber múltiples reconocimientos literarios, académicos y profesionales. La Feria Regional del Libro de Neiba 2023 ha sido dedicada en su honor. Las preguntas para el doctor Ferreras son casi obligatorias; pero, antes se hace necesario que sea él quien nos cuente brevemente de dónde viene.

Álex Ferreras, escritor.

Alejandro Paulino Ramos: Alex, ¿cuáles son tus raíces sociales, tus parentescos y estudios académicos?

Álex Ferreras: Alejandro, vengo de una familia muy pobre de Villa Jaragua (la antigua y poética Barbacoas de Carnavá, Viejo El Mocho, Che Blanco, Emiliano Díaz y Elías Ferreras), pero rica en valores, de una madre, Aulana Cuevas, con una visión de hasta dónde un hijo podía llegar con mucho sacrificio. Un tío materno y mentor, Raimundo Cuevas Sena, fue uno de los integrantes de la fallida conjura de los sargentos contra Trujillo, y, más tarde, catorcista de los que se alzaron en la loma de Polo en Barahona en apoyo a Manolo Tavárez en Las Manaclas.  Otro tío materno, Pedro Franklin Cuevas, me impartió las primeras lecciones de inglés y francés, ambas lenguas, aprendidas por mí de manera autodidacta al final. Desde niño, muy inquieto, formé parte de un grupo cultural de la iglesia Católica de la comunidad, dirigido por el cura belga, Jean François Brughmans, fundador de Radio Enriquillo. Sin duda, este fue mi primer contacto con el mundo de las letras. Realicé mis estudios primarios en la escuela Anacaona, y los secundarios en el liceo Rafael O. Matos de mi pueblo. Ya tú has hablado de mis estudios a nivel superior, y no hay que repetirlo.

APR: Revisando el listado de tus obras publicadas, encontramos que ya sobrepasan veinte títulos, entre ellos numerosos ensayos, producción poética, una novela, antologías… Son conocidos tus libros Los lamentos de Lázaro, Memorias del dolor, De cenizas y naufragios, El precio de Danielito y otros cuentos, Primeros ensayos, Mi palabra: refugio y combate, Al pie de la escalera del otro, Estudios de novelas dominicanas, La patria vulnerada, Musa patriótica de antaño, Patria y amores de Ayer, Ínima, de Emilio A. Morel y otros poemas indigenistas dominicanos, pero, ¿cuáles entiendes son tus principales aportes en el campo de la literatura nacional?

AF: En verdad, mis aportes al campo de la literatura nacional creo que todavía están en su comienzo, ya que me falta mucho por indagar y decir acerca de tan vasto y, a veces, complicado campo. Algunas de mis publicaciones, como las más recientes, Ínima, Musa patriótica de antaño, Patria y amores del ayer (esta última, junto a Giovanni Di Pietro), tratan de escarbar en la historia cultural del país con la idea de desenterrar ciertas ideas, ciertos sentimientos, que hemos perdido los dominicanos. Por ejemplo, el concepto de la Patria, con la “P” mayúscula, o sea, como ideal de un pueblo. O el amor como era concebido antes, cuando los hombres eran hombres y las mujeres mujeres…

Es la senda que pienso seguir trillando, pues la escena cultural actual en el país no es muy halagadora que digamos. No lo es por la sociedad fragmentada que ahora tenemos. Esto, naturalmente, no solo aplica la República Dominicana, sino también a muchos otros países, especialmente de Occidente.

APR: La crítica literaria es una tarea intelectual muy exigente, que requiere de mucho tiempo para el estudio y la lectura, que obliga a la permanente actualización que trascienda los límites de nuestra insularidad. ¿Estás tú dispuesto a aceptar ese reto, dejando atrás las pasiones y los prejuicios generacionales? ¿Qué es realmente lo que te ha empujado al difícil y tortuoso camino de la crítica literaria?

AF: Claro, la crítica literaria es una tarea intelectual muy exigente. Hace falta siempre más y más preparación. El crítico no puede permitirse dormir en sus laureles. No es que se escribe y publica una obra crítica y eso hace que seamos críticos literarios bona fide. Hay que seguir luchando para estar al día en asuntos literarios, leer mucho, ponderar las ideas que se proponen.

Yo puedo estar todo lo dispuesto que se quiera a aceptar el reto que eso implica; sin embargo, hay que reconocer el hecho de que en la vida del intelectual dominicano, pese a lo que muchos piensan, se necesita tiempo y se necesitan recursos para llevar a cabo cualquier proyecto de cierta envergadura. Soy docente universitario, como sabes, pero ¿de qué tiempo dispongo para la investigación? ¿Con qué recursos cuento? Todo mi tiempo se me va asistiendo a mis clases, lo que, dicho sea de paso, es algo que me gusta. De los recursos, ni hablar. ¿Crees que el sueldito de un profesor alcanza para que alguien pueda dedicarse a la crítica literaria o la investigación histórica? Es de bobos si se piensa así.

El investigador dominicano investiga, podemos decir, a medio tiempo y con muchísimas limitaciones, esencialmente de tiempo y recursos. Es una tarea que él emprende esencialmente por amor al arte y lo hace en su propio tiempo y con sus propios escasos recursos. Con la excepción de mi último libro, el que me publicó el Archivo de la Nación, todos los demás libros los he pagado de mi propio bolsillo. Es hacer esta labor intelectual por puro amor al arte. ¿Qué te parece? Otros escritores están en la misma situación. Para mí, deberían considerarse héroes de la patria, esta vez con la “p” minúscula.

APR: Alguna vez leí un escrito tuyo publicado en la página web CuestaLibros, referido a Giovanni Di Pietro, a quien señalas como “amigo y maestro”, y en el cual dices que los escritores dominicanos que los han adversado no han leído su obra, pero les reconocen sus aportes, mientras que otros han reaccionado “verdaderamente escandalizados, unos, y profundamente heridos, otros, a la crítica que se les ha hecho, no a sus personas, cuanto que a sus “magnum opus”, como con acierto ha ironizado Giovanni. Sin embargo, nuestro crítico no ha escatimado ni un instante en realzar en su justa medida aquellas obras narrativas ahí donde alcancen calidad estética incuestionable tanto en el pasado remoto como en la actualidad”.

Otras veces, marcado por el interés de aportar desde tus conocimientos a la literatura dominicana, he escuchado decir que, ya que Di Pietro se marchó del país y  dejó un vacío, tú estás dispuesto a llenarlo. ¿Podrías explicarnos cuáles son las razones de ese interés por la crítica literaria y levantar el cetro del amigo que se ha alejado de Santo Domingo?

AF: Todo el asunto de Di Pietro, quien fue mi profesor de Literatura Inglesa en la UNPHU y después terminamos siendo amigos, sería risible si no fuera porque los escritores dominicanos, especialmente los novelistas noveles, no lo tomaran como una auténtica tragedia.

Para Di Pietro la crítica es un asunto serio. Sin embargo, su tendencia es a restarle esa aura de oficialismo que siempre la caracteriza.  Entiendo que tiene razón Di Pietro cuando en varias ocasiones ha dicho y también ha escrito que la crítica literaria no tiene que ser necesariamente “un velorio”. El escritor quiere decir con esto que la crítica, su práctica, puede muy bien ser algo agradable e incluso divertido. Sus muchos ensayos al respecto, siempre recopilados en sus libros, son una muestra de lo que plantea. Al leerlos, parece que Giovanni se esté burlando del autor (por lo menos, es así que el autor lo percibe erróneamente); pero, no es así: es que él se está divirtiendo en hurgar en las mismas entrañas de la obra y, al hacerlo, va descubriendo sus muchas fallas, a veces, y, cuando sea el caso, también sus aciertos. Que esos aciertos a menudo sean pocos por la mala preparación del autor, no es culpa de Di Pietro. Él simplemente está reaccionando a lo que ve en blanco y negro en el texto.

También existe el hecho de que haya escritores dominicanos, especialmente entre las nuevas generaciones, que, con escasa preparación y poca inclinación a remediar sus fallas, se creen gran cosa. Se lo creen por la crítica complaciente que a menudo se le hace. El amigo, el intelectual interesado, el lector ideológicamente comprometido, todos conspiran contra la creación de una reputación literaria inexistente del desafortunado escritor; conspiran contra la creación de una mera burbuja de jabón que, al más mínimo pinchado por parte de un crítico objetivo, serio y sin escrúpulos, como lo es Di Pietro, explota en el aire sin dejar rastro alguno.

En cuanto a yo tomar el lugar dejado por Giovanni al salir de la República Dominicana, es verdad, se ha dicho eso; sin embargo, yo no pretendo ni nunca he pretendido tal cosa. Lo digo en serio. Di Pietro me tomó de la mano desde mi comienzo en las letras nacionales, orientándome y guiando mis pasos hasta que yo pudiera tomar mi propio camino, pues él entiende, como se entendía en el mundo clásico, que el alumno que logra superar al maestro, al final, no hace sino honrar a ese maestro.

Se me criticó el título de ese libro que publiqué, Giovanni Di Pietro: amigo y maestro. Fue porque se decía que era que tenía que poner al maestro ante que al amigo. Pero me acuerdo que Giovanni objetó esa idea, ya que entendía que un amigo vale más que un maestro. Lo he escuchado sostener que él prefiere un mal escritor que es amigo a un buen escritor que es un mal amigo.

En suma, Di Pietro no escatimó esfuerzos en incentivarme a que tomara mi propio camino como crítico y escritor, en prepararme por mi propia cuenta. Lo que ocurre es que coincidimos en muchísimas cosas acerca de la literatura y la misma vida. Lo que ha hecho que a menudo hayamos trabajado juntos en determinados proyectos, y esto ha sido provechoso para ambos.

APR: De acuerdo a las publicaciones, que ya son muchas las que han circulado, el listado abarca la poesía, el ensayo literario y la novelística. ¿En cuál de esos renglones  te sientes más cómodo a la hora de decidir en tu producción literaria, y las razones para que así sea?

AF: Es una pregunta difícil de contestar. Depende de los mismos tiempos. Hay períodos en que me siento bien haciendo crítica; otros, en que me meto a escribir poesía; en otros más, me siento a gusto con la simple investigación histórica. He publicado una novela, Bajo la escalera del otro, que, dicho sea de paso, Di Pietro me criticó de una forma bastante ácida. ¿Por qué? Porque, como él dice, la crítica literaria seria no reconoce ni amigos ni enemigos, es la pura verdad.

En estos tiempos, después de la publicación del libro por el Archivo de la Nación, que trata de un período histórico visto a través de la literatura, creo que estoy volviendo a la crítica literaria pura y simple. De vez en cuando, escribo algún poema. Estos son desahogos que después puedo fácilmente organizar en un poemario de hecho y de derecho.

APR: En República Dominicana existen varios premios literarios, algunos que resultan atractivos por los emolumentos con los que se acompañan los diplomas, además de la publicación de las obras galardonadas y del renombre y difusión personal que conceden a los autores premiados.  Nos gustaría conocer tu opinión sobre los concursos literarios de las últimas décadas. ¿En qué benefician la literatura dominicana y cuáles fallos se tendrían que corregir para que cumplan con una labor cultural incuestionable?

AF: Está bien que existan premios literarios. El reconocimiento, cualquier reconocimiento, es importante para un escritor, ya que lo incentiva a seguir produciendo, especialmente en un medio como el nuestro ya tan propenso a dejarse deslumbrar por los flashes de la farándula. Es penoso, por ejemplo, ver cómo no existe ni un solo programa en la TV que trate de cultura y, en especial, de literatura. Y esto no se da solo en nuestro país, sino que es universal, para no pecar de insularismo. Lo que pasa es que a los poderes que rigen los destinos de los pueblos no les interesa un carajo que el individuo, para no decir el ciudadano, piense y opine de forma crítica. Se prefiere que un pueblo sea bruto y tonto, pues obviamente puede ser manejado más fácilmente y mejor. Las nuevas tecnologías se han vuelto el sueño prohibido de las élites dominantes. Dale un “smart phone” a un joven y lo tienes drogado para el resto de su vida.

¡Tan diferentes los tiempos de antes! Hasta los años sesenta, los jóvenes razonaban y criticaban; después, con la caída del muro de Berlín y el cuentico aquel del “fin de la historia” (¿cómo puede haber fin de la historia si existe tanta injusticia en el mundo?), todo se vino abajo. Los jóvenes perdieron interés por la cultura, abandonaron el pensamiento crítico, la lucha social sincera (no la de ahora, la de la “cancel culture”, que es pura pantalla, pues es dirigida por las mismas élites dominantes), y ahora no saben lo que ocurre en el mundo en que viven, ni tan siquiera más allá de la punta de su nariz.

Los premios literarios, para regresar a la pregunta, son válidos solamente si reflejan una indudable calidad literaria que se esté premiando. No pueden ser “premios sociales”, como un prominente intelectual nuestro los ha definido. El Premio Nacional, por ejemplo, debería reformarse de tal manera que la persona a la cual se le otorga tenga una obra que abarque toda su vida, y no solo un reducido espacio de esa vida y la producción que ha logrado. Así era al inicio, cuando Juan Bosch y cuando Balaguer. Cuando Fernández Spencer o cuando Lupo Hernández Rueda, ¿qué sé yo?

APR: ¿Qué tú crees que está pasando con la literatura dominicana? ¿Será verdad que, como decía el fenecido Clodomiro Moquete en su revista Vetas, los escritores dominicanos “solo se leen entre ellos”, o realmente la literatura contemporánea se prepara para dar un salto en la calidad?

AF: El pueblo dominicano, como muchos otros pueblos del globo, está perdiendo rápidamente su identidad tradicional. Se está optando, en este país como en otros, por una identidad promiscua, sin raíces, fundamentada en lo que opinan e imponen las élites dominantes, las cuales son y han sido siempre apátridas. En ese tipo de identidad, no valen las tradiciones, los valores positivos, el idioma, las costumbres a veces milenarias; vale solo lo que dice la farándula, la cual, como todo el mundo puede constatar, ha logrado tomar el lugar que le pertenecía a la cultura. Es una verdadera tragedia, como no lo es para nada menos ese extraño maridaje que se está dando entre literatura y farándula, no solo en este país, sino en los demás países de Occidente. Toda una “civilización del espectáculo”, con sus historias de vientos y de alcobas, ¿verdad? Je, je. ¿Te imaginas a un Pedro Henríquez Ureña en esta situación? Es un absurdo total.

Los escritores dominicanos no solo no se leen a sí mismos, como Clodomiro lo expresaba, sino que no leen, punto. Su cultura muchas veces no rebasa la asidua lectura de alguna página en la red, y siempre una página con cuyas ideas (si así se les puede llamar) está de acuerdo. ¿Te acuerdas de los suplementos culturales que todos los periódicos dominicanos antes tenían? ¿Qué pasó con ellos? Los eliminaron porque, para las élites dominantes, la idea era eliminar el pensamiento crítico y el debate público de los asuntos serios de un país.

La República Dominicana está a punto de desaparecer como país con su propia identidad, lo que se aplica a muchos otros países, especialmente en Europa, y ¿de qué se habla en los periódicos nacionales? De faranduleros y peloteros, de los chismes de alcoba, de las costumbres más estrafalarias y dañinas para el pueblo que provienen de sociedades, como la norteamericana, que han fracasado y están en franco declive.

Esa es la idea que estuvo detrás de la publicación de mis libros Ínima. . ., La Patria vulnerada, Musa patriótica de antaño y Patria y amores del ayer. Ha sido el intento de salvar lo salvable. Una especie de lucha en retaguardia, para los que quieran entender.

APR: Y hablando de la literatura y del libro, pues de eso trata este conversatorio, ¿cuál es tu opinión con lo que ha pasado en los últimos años con la Feria Internacional del Libro? ¿Qué tenemos que cambiar o modificar para que ese evento se convierta en una verdadera fiesta centrada en la promoción y comercialización de la literatura dominicana?

AF: La Feria Internacional de Libro de República Dominicana es una fiesta, no tanto del libro, el cual muchas veces, aunque esté presente en la materia en el lugar, no lo está en el espíritu, y, como tal, me parece que vale mucho la pena. Es mejor tenerla que no tenerla. Solo que habría que quitarle ese aspecto de carnaval que tiene y volver a lo que fue antes, al inicio, cuando era un evento pequeño y se celebraba en la Fortaleza Ozama. Admito que eran otros tiempos, tiempos en que la gente, y en especial los jóvenes, leían y hasta coleccionaban libros. Sin embargo, ese es exactamente el ambiente que habría que recrear. ¡Basta ya de tarantines de picalonga y chimichurri en ella! ¡Basta ya de payasos y estatuas vivientes! Hay que reestablecer cierto decoro, cierta dignidad para el libro y la cultura.

Pero, como te lo puedes imaginar, le estoy hablando al viento. En un mundo donde la cultura, y especialmente la literatura, ya perdieron importancia, ¿de qué feria del libro seria vamos a hablar? No se trata de elitismo cultural, como seguro muchos dirán; se trata de darle un enfoque que destaque lo mejor de lo que somos como pueblo y como nación.

APR: Por último, conociendo que en las tareas que asumes vinculadas a la literatura nacional te vas a encontrar, igual como sucedió con tu amigo Di Pietro, con rechazos, enemistades, halagos, abrazos fingidos, ¿te sientes en condiciones de pisar esa arena movediza, sin que para ello tengas que negociar con tus principios?

AF: No es que me sienta o no de mantener mis principios ante el ambiente que se opone a lo que intento realizar en el ámbito de la cultura dominicana; es que tengo que mantenerlos. O sucede eso o fracaso como intelectual y escritor estrepitosamente. Con lo cual quiero decir que claudicar ante ciertas situaciones que seguramente se dan y se darán, lo que es normal, mi esperanza es que nunca flaquee y claudique. De hacerlo, estaría falsificando mi propia y mejor identidad como persona responsable.

Di Pietro siempre me dice que, para él, un extranjero, era más fácil decir y hacer ciertas cosas. Como extranjero, se situaba por encima del ambiente a menudo mezquino del vedetismo cultural y literario del país. O sea, tenía una ventaja, y siempre la reconoció como tal.

Yo vivo y tengo que vivir en el ambiente, no puedo sacarle el cuerpo. Tendré, pues, que vencer sus tentaciones. Solo Dios sabe si lograré resistir hasta el final. Con toda humildad, me lo auguro.

 

Alejandro Paulino Ramos en Acento.com.do