Los datos publicados en Wikipedia destacan que Amín Abel Hasbún murió por graves heridas provocadas por armas de fuego. No, no murió así. Su asesinato lo produjo uno de los planes de exterminio contra la izquierda dominicana mejor diseñado del planeta. Tierra arrasada. Quedaron pocos para contarlo. Siempre he imaginado que Amaury, aquel atardecer de enero de 1972 empuñaba su fusil y decía para sí “conmigo no cuenten, aquí me entierran en esta cueva”.
Con Amín pasó casi igual. “Conmigo no cuenten”. Nunca pudieron contar con ninguno de los dos. A esta hora de mi vida sus maneras de concebir la política ya no es mi mejor opción.
Lo que sí sé es que el inútil derramamiento de su sangre contribuyó a que pudiéramos estar sobre esta tierra hablando sobre ellos sin ningún temor.
El asesinato de Amín es uno de los más salvajes, sádicos e inhumanos en nuestra historia republicana. Quiero seguir escribiendo pero ahora mismo mis manos y mi cerebro se paralizaron. Las fotos de Amín bañado en sangre y brutalmente lanzado a la escalera de su casa recrean mi memoria.
Mi hermana y yo apenas iniciábamos el camino hacia la adolescencia cuando mi padre llamó desde Santiago al enterarse de los hechos. Trabajaba como reportero en uno de los periódicos de circulación nacional.
“No salgan de la casa. No dejes que los muchachos salgan de la casa. Mataron a Amín”, le comentó a mi madre. Los dos super asustados. Todo lo que oliera a juventud era el delito y la sospecha. El plan de exterminio era voraz. Solo discriminaba a las familias de los altos jefes militares, del empresariado más encumbrado y del circulo del hierro del dictador que recreaba sus discursos ante la Asamblea Nacional con citas de la Memoria de Adriano de la Yourcenar. Un ilustrado que entonaba sus oratorias con pausas largas y tonos de voces autoritarias. Su eterna mirada de perro triste al mediodía.
Ayer recordaron a Amín los de siempre. Así será. Otra página más de la historia para el olvido. Normal.