Literatura y moneda en América
En nuestra América, el célebre escritor argentino Jorge Luis Borges llama monedas a algunos de sus poemas cortos. Precisamente, en 1999, a cien años de su nacimiento, el Banco Central de la República de Argentina, conmemoró tan singular evento con una emisión numismática en tres tipos de aleaciones: Oro y plata, en calidad proof y Cuproníquel. En el poema A la Moneda, el insigne intelectual nos dice, entre otros versos:
Tuve la sensación de haber
cometido un acto
inenarrable,
de agregar a la historia del
planeta
dos series incesantes,
paralelas, quizá infinitas:
mi destino, hecho de
zozobra, de amor y de
varias vicisitudes,
y el de aquel disco de metal
que las aguas darían al blando abismo
o a los remotos mares que aún roen
despojos del sajón y del fenicio.
A cada instante de mi sueño o de mi vigilia
corresponde otro de la ciega moneda.
A veces he sentido remordimiento
y otras envidia,
de ti que estás, como nosotros, en el tiempo y su laberinto
y que no lo sabes.
Pero también en nuestro país, “donde ruedan montañas por los valles como frescas monedas azules”, como escribiera nuestro poeta nacional, don Pedro Mir, pensadores, poetas y artistas le han cantado a la moneda y esta, a su vez, ha honrado a algunos de ellos. “La moneda gastada” es un cuento que escribiera Ramón Francisco (1929-2004), un poeta puertoplateño, lamentablemente poco conocido. Busquen el cuento, léanlo y disfrútenlo. El Centavo es un cuento corto de Manuel del Cabral, santiaguero, por cierto. Se trata de una historia fantástica y conmovedora, que todos deberíamos leer. Y claro, no podemos dejar de mencionar el célebre cuento de nuestro cuentista mayor, Juan Bosch: Dos pesos de agua, publicado en el año 1937 en la Revista Carteles, de La Habana.
Transcribamos al menos el comienzo de este magistral cuento:
“La vieja Remigia sujeta el aparejo, alza la pequeña cara y dice:
—Dele ese rial fuerte a las ánimas pa que llueva, Felipa”.
Recordemos que después de la declaración de la Independencia en 1844, las primeras monedas dominicanas aparecen en la denominación de un cuarto Real, acuñadas por la Scoville Manufacturing Company de los Estados Unidos, llamadas popularmente “cuartillos”.
El 21 de febrero de 1937 fue promulgada la Ley No. 1259, considerada como la creadora de la moneda nacional, y en la que se contemplan una serie de normas tendentes a regir la acuñación de monedas de todas las denominaciones, tomando en consideración que las mismas debían ser acuñadas en igualdad de condiciones a la moneda americana en lo referente a la fineza, peso, forma, dimensiones y escala de unidades. Este modelo estuvo vigente hasta el año 1975.
Desde entonces y hasta la fecha, figuras como Salomé Ureña y Pedro Henríquez Ureña, además de nuestros patricios, y héroes y heroínas, como el general Gregorio Luperón y las hermanas Mirabal, están presentes en nuestras monedas. Quién sabe si mañana nos animamos a homenajear a poetas tan insignes como Domingo Moreno Jimenes, Franklin Mieses Burgos, Pedro Mir, Manuel del Cabral, Aida Cartagena Portalatín y Freddy Gatón Arce, entre otros no menos importantes.
Es mucho lo que habría que agregar sobre el tema de escritores, poetas y pensadores en la acuñación de monedas dedicadas a ellos, desde Alejandro Magno a los trágicos griegos Esquilo, Sófoces y Eurípides, el más joven y más trágico de todos, y desde entonces acá los que han ocupado el anverso y reverso de la moneda.
Y ya, para darle término a esta participación mía, he de decir que hasta yo le he cantado a la moneda. En un poemario inédito que escribí hace ya algún tiempo con el título de Canto a las cosas simples, señalo:
Me tiraban monedas en las manos,
para probar si era mago, y las rechazaba.
Trataron muchas veces
de que mis bolsillos estuvieran llenos
de plata, cobre y oro,
y jamás consiguió nadie
doblegar la pureza
que me alentaba,
cada vez más discreta
en los pliegues que adornan
la modestia.
Puesto que el dinero no me tienta ni me seduce,
solo hago aquello que no lastima a nadie.
En fin, y es tal vez ahora que lo pienso, no he hecho otra cosa sino escribir una aproximación a la historia de aquellos dos niños nacidos en tierra yerma. Qué bien nos haríamos si acuñáramos una moneda con el retrato de ellos, a modo de subsanar las heridas propiciadas en el devenir de la historia por el mal uso de esta unidad de cambio que facilita la transferencia de bienes y servicios, en el entendido de que debería circular de modo equitativo entre los humanos y ser usada en obras que enaltezcan nuestro espíritu, y favorezcan el desarrollo del arte, la ciencia y la tecnología.