Los hechos del 27 de febrero de 1844 no sólo significaron nuestra ruptura con la dominación haitiana liderada por Boyer desde 1822. También anunciaron la quiebra de 350 años de explotación contados a partir de la llegada del Almirante a la Española. Durante ese tiempo predominó una sociedad colonial  que limitaba el rol de la mujer, a usanza de la Metrópoli. La ruptura de este modelo se advierte en el acompañamiento femenino recibido por los líderes trinitarios en sus afanes revolucionarios, en ciertos casos, contraviniendo sus deseos. Los resultados de dicha compañía son esbozados por Vetilio Alfau Durán en su opúsculo Mujeres de la independencia, que incluye a Josefa Antonia de la Paz (Chepita), Ana Valverde, María Baltasara de los Reyes, María de las Angustias Villa, María Trinidad Sánchez, Manuela Diez, Rosa Duarte y Diez, Juana Saltitopa, Micaela de Rivera, Filomena Gómez de Cova, Rosa Montás de Duvergé, Froilana Febles, Petronila Abreu y Delgado, Rosa Bastardo de Guillermo, Concepción Bona y María de Jesús Pina.

Concepción Bona.

De esta relación, nos detenemos en Concepción Bona, nacida en Santo Domingo en 1824. Su padre, Ignacio Bona, apoyó con su firma la declaración de independencia conocida como el Manifiesto del 16 de enero de 1844. Convivir en este ambiente facilitó su participación en la lucha emancipadora, atraída por convicción y por asunto de parentesco, pues era sobrina de Juan Alejandro Pina, padre del trinitario Pedro Alejandrino Pina. Además, era prima de Josefa Brea, esposa de Matías Ramón Mella, quien le encomendó la confección de la bandera dominicana. Cumpliendo esa noble tarea, en compañía de su prima María de Jesús Pina, que sólo tenía 15 años, Concepción Bona bordó con esmero el símbolo nacional, sin que su “patriótico entusiasmo y nerviosidad juvenil” le impidieran interpretar con certeza la descripción que sobre nuestro pabellón tricolor presentara Duarte en el juramento trinitario. Otras mujeres mostraron esta devoción por la libertad sirviendo como protectoras de los trinitarios, confeccionando cartuchos y llenando sus ruedos de pólvora la noche del 27 de febrero y para las campañas militares que siguieron. Por el bien de toda la nación, mantengamos vivo el faro de su acción liberadora.