¿Cuál es el rasgo predominante en nuestros profesionales y jóvenes, incluyendo adultos? La inseguridad. Muchos padecen el denominado Síndrome del Impostor. ¿De dónde proviene esa inseguridad, esa desconfianza en uno mismo que lastra y limita a nuestros adolescentes y jóvenes, y por igual a muchísimos adultos?
De su experiencia escolar. Resulta que, cuando niños, somos arrojados a una experiencia que suele ser altamente frustratoria. Nos enfrentan a contenidos de distintos tipos que debemos memorizar y repetir, sin que nos enseñen cómo aprenderlos. Es decir, cada quien, como Dios lo ayude, debe inventarse e improvisar una estrategia propia de aprendizaje.
Algunos tienen la fortuna de hallarla o por lo menos una que les permita pasar materias y sobrevivir académicamente. Otros desesperan y se sienten ineptos, brutos, incapaces de aprender. Desarrollan una autopercepción de que la escuela y los estudios no es lo de ellos. Y no es así.
Todos tienen cerebros brillantes, aunque no lo sepan o lo crean. El problema no está en ellos. Pero ellos no lo saben. Y lamentablemente hasta ahora tampoco nuestros docentes o nuestras autoridades educativas.
Es hora de que eso cambie.
¿De dónde proviene esa inseguridad?
A cualquier persona a la que obligan a hacer una tarea sin darle el entrenamiento y las competencias para acometerla con éxito, lo va a arropar la inseguridad y la falta de confianza en sus posibilidades. Y generan una expectativa de derrota, de fracaso, que acelera su descalabro. Una especie de profecía que se confirma a sí misma.
Es como si le pidiéramos a una persona que hable y se desempeñe en otro idioma sin antes hacer que lo conozca y domine.
Si vamos a entrenar y capacitar personas, y esto vale no solo para los estudiantes, sino también para todas las empresas que gastan ingentes sumas (no tanta como debieran, pero si suele existir un presupuesto de capacitación), en formar a su personal, upskilling y reskilling, para decirlo en terminología de recursos humanos, el primer paso, que nunca se asume, es habilitarlos en competencias de autoaprendizaje, de manera que puedan aprender con eficiencia.
Eso no se hace. ¿Resultado? Un altísimo porcentaje del dinero que se gasta en educación y en capacitación se desperdicia. Y la mejor manera de comprobar esto es que no hay un cambio significativo, ni siquiera percibible, en la calidad del desempeño.
Lo mismo ocurre en nuestras escuelas, colegios y universidades.
Se acumulan títulos, diplomas y certificados que abultan currículums, destinados a impresionar a empleadores incautos, pero que no están respaldados en un saber y una calidad de ejecución correspondientes. Son humo. Bulto. Allante y movimiento, en terminología de guardia.
Pese a los miles de millones que se gastan (la palabra inversión en realidad no encaja, porque se desperdician, ya que no hay cambios significativos en el resultado), los indicadores de aprendizaje más elementales siguen por el suelo.
¿Cuál es el problema? El que dijimos. Los estudiantes no saben cómo aprender. Peor aún, tampoco lo saben los profesores.
Para empezar a producir un cambio hay que empezar a hacer un reskilling de los profesores en habilidades de aprendizaje, porque ¿cómo podrían enseñar lo que no saben hacer?
¿Y por qué no lo saben? Porque eso no se enseña en nuestras escuelas, liceos, colegios y universidades. Al estudiante, al igual que se hizo en la primaria y en la secundaria, lo enfrentan a contenidos y cada estudiante que llega a las universidades dominicanas, ducho en las artes del fraude (chivos, mandar a otro que se examine por uno, sobornos, plagios y demás prácticas de sobreviviencia), se las busca como Dios se lo permita para pasar las materias.
La realfabetización de los alfabetizados
Conviene que entendamos que todos, incluyéndome, requerimos realfabetizarnos y adquirir las capacidades y medios de mantenernos actualizados y de pulir, mejorar e incluso sustituir y reinstalar habilidades, destrezas y competencias para mantenernos en sintonía con la realidad y sus demandas.
De nuevo me parecen muy certeras las palabras del periodista y catedrático universitario español José Manuel Pérez Tornero, de la Universidad Autónoma de Barcelona, quien, en su artículo sobre Los nuevos analfabetos, escribe:
“En un horizonte donde el aprendizaje será la confluencia de la actividad de los educadores, los padres y el nuevo medio tecnológico. Y el reto al que nos enfrentamos es el de acceder a una alfabetización múltiple crítica y creativa, que favorezca la transparencia y la interacción libre de las personas con las personas y con las máquinas, y que desarrolle activamente la autoconciencia y la conciencia social. Pero, sobre todo, que promueva soluciones imaginativas a problemas concretos.”
Podemos proceder de manera soberbia, negar la necesidad de ese reskilling, considerarnos suficientes y hacer una alharaca defensiva. Bien. Nada tapará que estaremos escogiendo perder, cuando bien pudimos escoger ganar.
En realidad, la renuencia al reskilling es otro reflejo de la convicción de que no se sabe aprender. Sin embargo, eso es enseñable. Hay estrategias y recursos que nos devuelven uno de los mayores placeres del cerebro: aprender, porque cada cerebro es una máquina de aprender y disfruta hacerlo.
Lo que hay es que cambiar la actitud, el mindset.
¿Qué sucede cuando alguien aprende a aprender?
Si un joven o un adulto, para no hablar de los niños, porque un niño y un adolescente disfrutan aprender (de hecho, dedican a aprender conocimientos, habilidades y destrezas que les interesan muchísimo tiempo), si un joven o un adulto, repito, descubre que puede aprender y adquirir conocimientos, destrezas y habilidades a voluntad, eso lo reempodera.
Descubre que puede ser dueño de su vida y destino, porque puede aplicar ese poder a adquirir las competencias en áreas significativas para su vida.
Readquiere la alegría de aprender y realizarse.
Recordemos que en la cumbre de la Escala de Maslow está precisamente la necesidad de autorrealización, y esa autorrealización descansa en canalizar y desarrollar nuestros talentos, vocaciones y tendencias naturales, aquello para lo que estamos excepcionalmente dotados, donde podemos hacer nuestros mayores aportes, destacar y brillar.
Todos, sin excepción, si tenemos un cerebro sano y normal, poseemos esos talentos, vocaciones y dones y venimos preparados para destacar y brillar. Solo requerimos el estímulo, la oportunidad y el apoyo.
Entender que todos los dominicanos podemos destacar, brillar y sobresalir si alimentamos su capacidad de aprender y orientamos esa capacidad a sus áreas de talentos, vocaciones y dones, es orientar la acción a explotar el mayor capital con el que cuenta el país: el cerebro de sus ciudadanos.
Mi experiencia en El Seibo
Recientemente, invitado por Marcos Hernández Goico, participé en el IX Foro Educativo El Seibo 2024, organizado por Seibo al Progreso, organización Wisconsin, Inc.
Que en una provincia haya una institución que fomente el debate sobre la educación y apoye iniciativas en ese sentido es algo fuera de lo común en nuestro país.
Y en los minutos que me concedieron, precisamente hablé de este tema frente a las autoridades educativas y civiles de la provincia y ciudad natal. De hecho, Marcos Hernández Goico y yo hemos conversado sobre iniciativas para aplicar estas ideas a El Seibo.
¿Cuál es el mayor cambio que se puede impulsar en una provincia? Pues enseñar a aprender a su población.
Eso impacta en el cambio cultural, en el cambio conductual y tiene proyección al cambio productivo y social.
Gente que descubre y se entusiasma con su poder de aprender y adquirir nuevos conocimientos, habilidades y destrezas puede, desde donde esté, participar en la economía global a través del teletrabajo y dejar su impronta.
¿Por qué? Porque la internet y la globalización rompen el aislamiento y nos conectan con el mundo. Ahora bien, ¿qué tenemos que ofrecer’ ¿Qué tenemos para aportar? Personas que trabajan sobre sus talentos, vocaciones y dones tienen algo excepcional que agregar como valor a las vidas de otras personas, instituciones y organizaciones.
Ese es el mayor de todos los regalos que podemos hacer a nuestra ciudad y provincia, en mi opinión.
El activo más desperdiciado
En el 2008 escribí y publiqué un ebook titulado: “El activo más desperdiciado en las empresas”.
¿Adivinan cuál era? Sí, el cerebro de sus empleados.
Es igualmente, el activo más desperdiciado en nuestro país. Y en el mundo.
Y ese activo es nuestra mayor riqueza, aunque en la actualidad es nuestro peor pasivo, ya que, plagado de seudoinformación, creencias limitantes, sentimientos de incapacidad e inferioridad, malos hábitos y agredidos por el alcohol, el tabaco, drogas y fármacos, produce comportamientos disfuncionales y altamente dañinos.
Podemos buscar paliativos, pero el problema de raíz es que hay que readueñar a las personas de su cerebro y que aprendan a ponerlo en acción de manera creativa y positiva.
Los neurotransmisores como la dopamina, la serotonina, la oxitocina y las endorfinas se multiplican cuando una persona está aprendiendo, creando, adquiriendo una nueva habilidad y destreza.
Al cerebro le encanta aprender.
¿Saben los millones de pesos que se desperdician en el país porque se intenta hacer que aprendan personas a las que previamente no se les ha enseñado cómo se aprende?
Ah, porque aprender es un trabajo, ya que ¿qué es un trabajo? Es toda acción que tiene un propósito y tiene como consecuencia un resultado útil.
Aprender no es una entretención, aunque entretenga. No es una diversión, aunque divierta. No es un pasatiempo. Es la tarea más importante para el cerebro porque el cerebro disfruta aprender.
Solo hay que enseñarle cómo.
Y ese cómo existe y es enseñable.
¿Habrá quien quiera entender lo que hemos planteado?
Preguntas
¿Cómo empezaste a escribir?
¿Tus experiencias tempranas?
¿Cuáles son los temas que te apasionan?
¿Cómo trabajas una novela?
¿Cuáles sientes que son tus novelas más logradas?
¿A qué autores admiras y relees?
¿Qué te apasiona en literatura?
¿Qué género es tu favorito?
¿Háblanos del cuento y sus exigencias?
¿Cómo editas (corriges) una novela?
¿Qué anécdotas nos puedes compartir’
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