En este libro del destacado académico Fernando Lázaro Carreter (1923-2004), fue parte de sus cátedras que impartía en la universidad, cuando era profesor de filología y de español, por su prestigio intelectual también alcanzó a ser director de la Real Academia de la Lengua Española.

La breve pero concisa obra testifica la experiencia del maestro para empoderarse de la apreciación del comentario literario para que contenga, un tipo de instrumento de análisis al momento de ser abordado. El autor plantea un método para el comentario de un texto literario, aunque no es un procedimiento cerrado ni único, nos ofrece unas quías para su ejecución, las que deben ser aplicadas para poder concretar y analizar el objeto literario.

Cómo se comenta un texto literario (séptima redición en el año 1995), es una obra que está escrita con sencillez, pero con una altísima profundidad intelectual, el autor va revelando su dominio en el análisis de los textos literarios. El hecho mismo de clasificarlo en comentario es parte de su honda humildad de maestro, pero también es la conciencia de un académico e intelectual que sabe muy bien lo que hace.

La escritura no tiene que ser una armadura de complejidades lingüísticas, se puede escribir con una claridad tan limpia como un manantial que desde las montañas vierte sus aguas más cristalinas. Carreter nos escribe sencillamente para que cualquier estudiante o lector pueda entender su método, hasta los ejemplos que nos coloca son simples, empero contienen una gran formación y conocimiento de los textos literarios; utilizando su método de análisis nos presenta diferentes géneros de la literatura en diversos escritores y poetas.

Fernando Lázaro Carreter. Imagen cortesía de página del ejército de España.

Un elemento importante que recupera Lázaro Carreter es la textualidad como recurso esencial a la ahora de ser analizado un poema, un cuento, un fragmento o una obra completa, dejando a tras los procedimientos pretextuales donde solo se procura a aislar el contenido y los recursos literarios, hablando o analizando cosas que no están en los textos. Aunque reconoce que se puede utilizar la historia de la literatura y un diccionario como un complemento para contextualizar o ubicar el escritor y algunos de sus rasgos, dentro de un determinado periodo histórico, para encontrar sus teorías literarias.

Estamos ante un libro práctico y bien concebido, de un humanista que solo procura darle rigor y especificidad al comentario de los textos, adaptando y aplicando sus conocimientos y sus experiencias. Nos abre la puerta de un saber apropiado para profundizar en el análisis de los textos literarios desde su propia impronta.

Siempre se ha pensado que el comentario es algo fácil, empero con esta obra se confirma que es una tarea difícil y compleja, que se requiere de un nivel de formación intelectual para desarrollar y aplicar alguna metodología filológica o de apreciación literaria, para poder entrar a sus vericuetos conceptuales para fijar sus concreciones textuales.  Para aplicar su método del comentario de textos literarios plantea seis procedimientos: 1) «Lectura atenta del texto. II) Localización. III) Determinación del tema.) IV) Determinación de la estructura. V) Análisis de la forma partiendo del tema. V) La conclusión» (pág. 25).

Nos desarrolla cada uno de ellos, explícita y teóricamente con suficientes ejemplos, de cada uno. La lectura atenta del texto, es lo primero que debemos enfrentarnos, hasta recomendar una nueva relectura para hacer anotaciones, ya sea de cada uno de los versos o de los párrafos. Segundo la localización; aquí localizamos el género y ubicamos algunos elementos y situaciones tanto del autor como del texto. Tercer paso, determina el tema del texto, con precisión y claridad, cero divagaciones y percatas minutas, que solo sirven para no ahondar en su temática: es comprenderlo en su cabalidad, no es interpretarlo ni es usar el asunto del tema como pretexto. No debe faltar o sobrar nada, es irse a lo fundamental para poder fijar el tema.

Cuatro, determinación de la estructura, un texto tiene una unidad estructural que son armónicas, cualquier texto posee una composición que se interrelaciona con otros elementos que son solidarios, que van proporcionando coherencia y cohesión, porque un escrito no es un caos. Para aplicar y ver la estructura del texto, vamos haciendo algunos apartados o guías que nos muestran la composición del escrito.

Cinco, análisis de la forma partiendo del tema, es decir, el tema y la forma están unidos, entre sí. El tema de un texto evidencia sus rasgos formales, sus recursos literarios y lingüísticos; estos son importantes para poder determinar y fijar la estructura del texto, dentro de su temática. Justificamos su formalidad para encontrar la existencia del tema: «La explicación de un texto consiste en «justificar» cada rasgo formal del mismo como exigencia del tema» (pág. 40).   Esto se puede hacer asumiendo unos apartados que podemos enumerar o fijar con letras, según el abecedario (a, b, c). La seis, es la conclusión, que es un balance de las cosas que hay en el texto, pero no debe hacerse de manera detallada, sino general, entonces volvemos al tema y a la forma. Una cosa significativa de esta parte final es que podemos poner nuestras opiniones a partir de la compresión que hemos hecho del texto analizado.

El libro, aunque es pequeño para la dimensión y la trascendencia del tema, está muy bien concebido, teorizado y equilibrado para ejecutar y desarrollar el método propuesto por el especialista español Fernando Lázaro Carreter, quien escribió el libro conjuntamente con Evaristo Correa Calderón. Ahora nos disponemos aplicar su metodología, comentando el cuento Un niño de Juan Bosch.

Fase 1

[Lectura atenta del cuento Un niño, de Juan Bosch]

Niño en carretera de Monte Plata, República Dominicana. Imagen de la página de Amnistía Internacional.

«A poco más de media hora, cuando se deja la ciudad, la carretera empieza a jadear por unos cerros pardos, de vegetación raquítica, que aparecen llenos de piedras filosas. En las hondonadas hay manchas de arbustos y al fondo del paisaje se diluyen las cumbres azules de la Cordillera. Es triste el ambiente. Se ve arder el aire y sólo de hora en hora pasa algún ser vivo, una res descarnada, una mujer o un viejo».

Descripción del ambiento rupestre del lugar, donde el acceso se hace difícil producto de que su carretera fue hecha de piedras filosas. De una naturaleza desolada y apenada, que de vez en cuando pasa un ser humano, donde el «paisaje se diluyen las cumbres azules de la Cordillera».

«El lugar se llama Matahambre. Por lo menos, eso dijo el conductor, y dijo también que había sido fortuna suya o de los pasajeros el hecho de reventarse la goma allí, frente a la única vivienda. El bohío estaba justamente en el más alto de aquellos chatos cerros. Pintado desde hacía mucho tiempo con cal, hacía daño a la vista y se iba de lado, doblegándose sobre el Oeste».

En la segunda parte del cuento, aparece el lugar nombrado Matahambre, comienza la acción del relato, a partir de que el vehículo donde iban se le picha una goma, frente a la única casa que había por allí, relatando su fachada.

«Sí, es triste el sitio. Sentados a la escasa sombra del bohío, los pasajeros veían al chofer trabajar y fumaban con desgano. Uno de ellos corrió la vista hacia las remotas manchas verdes que se esparcían por los declives de los cerros».

«—Allá —señaló— está la ciudad. Cuando cae la noche desde aquí se advierte el resplandor de las luces eléctricas. En efecto, allá debía estar la ciudad. Podían verse masas blancas vibrando al sol, y atrás, como un fondo, la vaga línea donde el mar y el cielo se juntaban. Pasó un automóvil con horrible estrépito y levantando nubes de polvo. El conductor del averiado vehículo sudaba y se mordía los labios».

La tristeza del sitio, ante la modernización de la ciudad, presentándolo con cierta gracia poética: «(, …) la vaga línea donde el mar y el cielo se juntaban. (…) levantando nubes de polvo».

«De los tres viajeros, jóvenes todos, uno, pálido y delicado, arrugó la cara.
—No veo la hora de llegar —dijo—. Odio esta soledad. El de líneas más severas se echó de espaldas en la tierra. —¿Por qué? —preguntó. Quedaba el otro de ojos aturdidos. Fumaba un cigarrillo americano».

Presentación de los tres pasajeros que iban en el carro, uno de ellos siente odio por la soledad del lugar.

«—¿Y lo preguntas? Pareces tonto. ¿Crees que alguien pueda no odiar esto, tan solo, tan abatido, sin alegría, sin música, sin mujeres? —No —explicó el pálido—; no es por eso por lo que no podría aguantar un día aquí. ¿Sabes? Allá, en la ciudad, hay civilización, cines, autos, radio, luz eléctrica, comodidad. Además, está mi novia».

Ante una pregunta de uno de los pasajeros, dice no odiar la zona, porque no tiene los avances de la vida en la ciudad.

«Nadie dijo nada más. Seguía el conductor quemándose al sol, golpeando en la goma, y parecía que todo el paisaje se hallaba a disgusto con la presencia de los cuatro hombres y el auto averiado. Nadie podía vivir en aquel sitio dejado de la mano de Dios. Con las viejas puertas cerradas, el bohío medio caído era algo muerto, igual que una piedra».

El rechazo de uno de los hombres que iban en el vehículo, al pueblecito tan carenciado y distante, donde el chófer al estar cambiando el neumático se estaba «quemándose al sol». El área hasta había sido olvidada por la divinidad: «Nadie podía vivir en aquel sitio dejado de la mano de Dios».

«Pero sonó una tos, una tos débil. El de ojos aturdidos preguntó, incrédulo:
—¿Habrá gente ahí? El que estaba tirado de espaldas en la tierra se levantó. Tenía el rostro severo y triste a un tiempo. No dijo nada, sino que anduvo alrededor del bohío y abrió una puerta. La choza estaba dividida en dos habitaciones. El piso de tierra, disparejo y cuarteado, daba impresión de miseria aguda. Había suciedad, papeles, telarañas y una mugrosa mesa en un rincón, con un viejo sombrero de fibras encima. El lugar era claro a pedazos: el sol entraba por los agujeros del techo, y sin embargo había humedad. Aquel aire no podía respirarse. El hombre anduvo más. En la única portezuela de la otra habitación se detuvo y vio un bulto en un rincón. Sobre sacos viejos, cubierto hasta los hombros un niño temblando. Era negro, con la piel fina, los dientes blancos, los ojos grandes, y su escasa carne dejaba adivinar los huesos. Miró atentamente al hombre y se movió de lado, sobre los codos, como si hubiera querido levantarse.

—¿Qué se le ofrece? —preguntó con dulzura. —No, nada —explicó el visitante—; que oí toser y vine a ver quién era. El niño sonrió. —Ah —dijo.

Durante un minuto el hombre estuvo recorriendo el sitio con los ojos. No se veía nada que no fuera miserable. —¿Estás enfermo? —inquirió al rato. El niño movió la cabeza. Después explicó: —Calentura. Por aquí hay mucha. El hombre tocó su bracito. Ardía, y le dejó la mano caliente. —¿Y tu mamá? —No tengo. Se murió cuando yo era chiquito. —¿Pero tienes papá? —Sí. Anda por el conuco. El niño se arrebujó en su saco de pita. Había en su cara una dulzura contagiosa, una simpatía muy viva. Al hombre le gustaba ese niño. Se oían los golpes que daba el conductor afuera. —¿Qué pasó? —preguntó la criatura. — Una goma que reventó, pero están arreglándola. Así hay que arreglarte a ti también. Hay que curarte. ¿Qué te parece si te llevo a la Capital para que te sanes? ¿Dónde está tu papá? ¿Lejos? —Unjú… Viene de noche y se va amaneciendo. —Y tú pasas el día aquí solito? ¿Quién te da la comida? —Él, cuando viene. Sancocha yuca o batata».

Descripción de la parte interior de la choza, donde aparece el personaje central del hecho narrativo: el niño, se detallan sus condiciones físicas y de hambruna, porque su padre se iba temprano a trabajar en el campo, entonces su madre había fallecido. Por estas situaciones, no tenía quien lo cuidara, además de que estaba enfermo, producto de una calentura. Se muestra una criatura amable y solidaria ante la situación de los visitantes.

«Al hombre se le hacía difícil respirar. Algo amargo y pesado le estaba recorriendo el fondo del pecho. Pensó en la noche: llegaría con sus sombras, y ese niño enfermo, con fiebre, tal vez señalado ya por la muerte, estaría ahí solo, esperando al padre, sin hablar palabra, sin oír música, sin ver gentes. Acaso un día cuando el padre llegara lo encontraría cadáver. ¿Cómo resistía esa criatura la vida? Y su amigo, que había afirmado momentos antes que no soportaba ni un día de soledad…

—Te vas conmigo —dijo—. Hay que curarte. El niño movió la cabeza para decir que no.
—¿Cómo que no? Le dejaremos un papelito a tu papá, diciéndoselo, y dos pesos para que vaya a verte. ¿No sabe leer tu papá? El niño no entendía. ¿Qué sería eso de leer? Miraba con tristeza. El hombre estaba cada vez más confundido, como quien se ahoga.
—Te vas a curar pronto, tú verás. Te va a gustar mucho la ciudad. Mira, hay parques, cines, luz, y un río, y el mar con vapores. Te gustará. El niño hizo amargo de sonreír —Unq unq, yo la vide ya y no vuelvo. Horita me curo y me alevanto.
Al hombre le parecía imposible que alguien prefiriera esa soledad. Pero los niños no saben lo que quieren. Afuera estaban sus amigos, deseando salir ya, hallarse en la ciudad, vivir plenamente. Anduvo y se acercó más al niño. Lo cogió por las axilas, y quemaban —Mira —empezó—… allá…»

Uno de los pasajeros se conduele del niño, le propone llevárselo para la capital para alimentarlo y curarlo, diciéndolo con una prosa poética: «Algo amargo y pesado le estaba recorriendo el fondo del pecho. Pensó en la noche: llegaría con sus sombras». Como era lógico ni el papá ni él sabían leer, pero no quería irse a la ciudad: «—Unq unq, yo la vide ya y no vuelvo. Horita me curo y me alevanto». Aquí el autor usa el acto de habla, en su contexto real.

«Estaba levantando al enfermito y le sorprendió sentirlo tan liviano, como si fuera un muñeco de paja. El niño le miró con ojos de terror, que se abrían más, mucho más de lo posible. Entonces cayó al suelo el saco de pita que lo cubría. El hombre se heló materialmente se helo. Iba a decir algo, y se le hizo un nudo en la garganta. No hubiera podido decir qué sentía ni por qué sus dedos se clavaron en el pecho y en la espalda del niño con tanta violencia. —¿Y eso, ¿cómo fue eso? —atinó a preguntar. —Allá explicó la criatura mientras señalaba con un gesto hacia la distante ciudad—. Allá … un auto».

Al tomar el niño en las manos, notó que tenía algo en el pecho y la espalda, entonces el infante señala hacia la ciudad y, dice un carro. Es decir, había sido atropellado en aquel lugar, que ahora querían llevarlo.

«Justamente en ese momento sonó la bocina. Alguien llamaba al hombre y él puso al niño de nuevo en el suelo, sobre los sacos que le servían de cama, y salió como un autómata, aturdido. No supo cuándo se metió en el automóvil ni cuándo comenzó éste a rodar. Su amigo el pálido iba charlando:

—¿Te das cuenta? Es la civilización, compañero… Cine, luz, periódicos, autos…
Todavía podía verse el viejo bohío refulgiendo al sol. El hombre volvió el rostro.
—La civilización es dolor también; no lo olvides —dijo. Y se miraba las manos, en las que le parecía tener todavía aquel niño trunco, aquel triste niño con sus míseros muñoncitos en lugar de piernas».

Cuando el hombre está hablando con él, suena la bocina para indicarle que había llegado su papá, yéndose en el carro que ya se le había colocado la nueva llanta, para irse rumbo a la ciudad que, para ellos, era el símbolo de la civilización, pero también donde hay dolor.

Juan Bosch, gran intelectual, narrador, ensayista.

Fase II.

[Localización]

Un niño es un cuento del destacado escritor, intelectual y político Juan Bosch (1909-2001). Considerado el maestro del cuento dominicano, por la calidad de su obra, hasta creó una teoría sobre la narrativa breve, pero cultivó otros géneros como la novela, el ensayo y la historia. Su cuentística se caracteriza por tratar los temas sociales del campo dominicano, en sus distintas manifestaciones. Su vasto trabajo fue reunido en 40 tomos, labor realizada en el 2009, por la Comisión Permanente de Efemérides Patrias. Su obra narrativa fue compilada en cuatro volúmenes, en la página 237 del número uno, encontramos el cuento Un niño, a sabiendas de que fue publicado por primera vez, en el año 1940, en la Revista Carteles de Cuba, donde el autor por razones políticas tuvo exiliado, como lo hizo en otros países. Este vegano, publicó los siguientes libros de cuentos: Camino real (1933), Indios (1935), Dos pesos de agua (1941), Ocho cuentos (1947), muchacho de la Guaira (1955), Cuentos escritos en el exilio y apuntes sobre el arte de escribir cuentos (1962) y Más cuentos escritos en exilio (1966).

Fase III.

[Tema]

 

El tema principal del cuento es la soledad y el abandono por las dificultades existenciales de un niño que vive en el campo, donde su madre muere y su padre tiene que irse a trabajar la tierra, dejando solo durante la faena laboral. El infante tiene que pasarse en día entero solo en el bohío, porque su papá salía al amanecer y llegaba cuando entraba la noche a cocinarle. Es un lugar empedrado y de dificultoso acceso y poco transitado, lo que lo convierte en un lugar desolado y triste para la convivencia de un niño. Juan Bosch en este cuento retorna a su narrativa campestre, igual vuelve a utilizar como personaje central a un chiquillo, ofreciendo más dramatismo a la historia.

Fase IV.

[Determinación de la estructura]

El cuento pertenece a la narrativa breve, es uno de los géneros que más se cultiva en el mundo, siendo uno de los más antiguos como acontece con la poesía. Existen diferentes teorizaciones para su realización, sobre todo, la mayoría conviden en su brevedad, intensidad y que solo debe narrar un hecho, que tenga novedad o que sea diferente, a la normalidad de cualquier acontecimiento. Así lo infiere el propio Juan Bosch, en sus apuntes teóricos sobre el arte de escribir cuentos. (…) un cuento es el relato de un hecho que tiene indudable importancia. La importancia del hecho es desde luego relativa, mas debe ser indudable, convincente para la generalidad de los lectores (Juan Bosch). El mismo autor, explica que la selección del tema es trascendental, porque es parte de la técnica del cuento, que significa contar con palabras un hecho. El cuento no debe confundirse con una novela que crea un universo o micromundo ficcionario, donde la narración puede ir y venir a distintos lugares, hechos y situaciones, a través de un conglomerado de personajes.

Fase V.

[Análisis de la forma partiendo del tema]

Precisamente, eso es lo que hace el autor contar la historia desolada y triste de un niño que vive en una zona rural del país, donde hay poco acceso a una vida más esperanzadora y humana. Ahora bien, el texto nos exhibe un campo de los años 20 y 30, donde todavía hasta en la ciudad principal era difícil hasta para transitar el extenso camino de la educación.

En el cuento existen varias hipótesis de cómo debe comenzar y terminar, algunos sostienen que debe iniciar con una acción, mientras otros dicen, que la historia narrada puede cerrarse o abrirse, desde luego esto depende tanto de la técnica y el estilo que quiera asumir el autor. En el caso, que nos ocupa el cuento empieza con una acción: «A poco más de media hora, cuando se deja la ciudad». La acción del cuento es el abandono de la ciudad, para entonces desarrollar todo el drama de la existencia de un chico que vive en un campo dominicano. La acción del cuento se desarrolla y se concreta en ese pueblo identificado simbólicamente como Matahambre, lugar que se describe con holgura y con algunos recursos literarios: (…) «al fondo del paisaje se diluyen las cumbres azules de la Cordillera». «(, …) la vaga línea donde el mar y el cielo se juntaban. (…) levantando nubes de polvo». «Seguía el conductor quemándose al sol». «Algo amargo y pesado le estaba recorriendo el fondo del pecho. Pensó en la noche: llegaría con sus sombras». «—Unq unq, yo la vide ya y no vuelvo. Horita me curo y me alevanto». Aquí el autor utiliza el acto de habla, en el contexto del hablante. Anteriormente, ya había usado «Unjú». Otra característica que se destaca en la forma de este breve relato, es el hecho de que ninguno de los personajes es nombrado, pese a que cada uno tiene su rol en la historia, sobresaliendo el personaje principal que es el niño.

Fase VI.

[La conclusión]

Con una consistente sencillez expresiva, se construye la narrativa de este cuento.  Con un manejo técnico del género, el autor relaciona forma y fondo.  El tema del texto, es la soledad y la desesperanza de un niño que vive en el campo. Su padre tiene que dejarlo solo en el bohío, para poder irse a trabajar y ganarse la subsistencia en ese lugar agreste y desolado, con el inconveniente de que ya su madre había fallecido.

Este texto, nos reafirma las sobresalientes condiciones que tenía el escritor Juan Bosch, no solo para el género, sino también para tratar los temas humanos y sociales de los campesinos dominicanos, olvidado por las políticas públicas de los gobernantes. Los tres viajantes que iban pasando por la apartada comunidad, cuando se le ponchó una goma al carro frente al viejo y deteriorado rancho, representan la vida urbana y civilizada de la ciudad, donde también existe el dolor, porque años antes el niño había sido atropellado por un vehículo.

Juan Bosch fue uno de los políticos de mayor dignidad y principios que tuvo el país. Sacrificó sus extraordinarias facultades literarias, para dedicarse enteramente a la política fundando dos partidos: el PRD y el PLD, con el primero llegó a la presidencia, pero por su visión de socializar las riquezas y los bienes de la nación, fue acusado por la Iglesia Católica de comunista, uniéndose a los sectores más retrógradas del empresariado y las fuerzas armadas, fue depuesto por un golpe de Estado el 25 de septiembre de 1963, durando solo 7 meses en el gobierno.