Construir el conocimiento es lo que un aprendedor autónomo hace de forma deliberada.

Y la tarea central de la escuela es formar aprendedores autónomos.

Es la real enseñanza que hay que impartir, porque es el individuo quien construye su propio conocimiento a partir de sus experiencias.

Ni los niños ni los jóvenes, tampoco los adultos, son vasijas que un agente externo, llámese maestro, instructor, coach, facilitador, catedrático o como se le quiera llamar, llena de contenido.

Al revés, son los actores de su propio aprendizaje.

Ese concepto arcaico y falaz de que hay que rellenar de contenido a los alumnos en vez de formarlos para que sean aprendedores autónomos, nos ha llevado adonde hemos llegado: a la mediocridad educativa y a resultados deleznables a nivel de la educación nacional a todos los niveles.

Nadie puede enseñar a nadie, si la persona no quiere aprender.

Por el contrario, si enseñamos a una persona a aprender, ella orientará su capacidad de aprender en función de sus intereses, vocaciones, talentos y dones.

Hablamos de enseñar a las personas: niños, preadolescentes, adolescentes, jóvenes, adultos, adultos mayores, ancianos, etc. (nunca se está viejo para aprender, porque el cerebro siempre disfruta aprender), a construir su propio conocimiento.

Pero ¿qué es el conocimiento?

Los componentes del conocimiento

En nuestro país persiste una creencia de que el conocimiento equivale a poseer mucha información.

Suele ser una visión discursiva del conocimiento. Y es una tontería: información no es conocimiento.

De ahí que embucharse información para recitarla en nada significa que esa persona sepa o tenga conocimiento de lo que parlotea. Simplemente, posee información y buena memoria. Punto.

Abunda en nuestro país gente que pontifica sobre lo que no sabe y nunca ha hecho. Cuando lo pones a prueba, tartamudean, se excusan y evaden demostrar su competencia.

Suelen ocupar puestos para los que no están calificados, porque, como en el Principio de Peter, alcanzaron su máximo nivel de incompetencia.

Suele decirse que los elementos que conforman el conocimiento son cuatro: sujeto, objeto, operación cognoscitiva y pensamiento o representación mental, pero más bien eso se refiere al proceso de construcción del conocimiento.

¿Cuándo puedo decir que una persona es un conocedor de algo?

Para empezar, definamos conocimiento.

Nuestro enfoque será pragmático, útil a nuestros propósitos.

Suele entenderse el conocimiento como el conjunto de habilidades, destrezas (parte comportamental), procesos mentales e información (parte intelectual) adquiridos por un individuo, cuya función es: 1. Facilitarle interpretar la realidad; 2. Resolver problemas y 3. Dirigir su propio comportamiento.

Y se expresa en distintos ámbitos: profesional, familiar, interpersonal

Es claro que el conocimiento implica, sobre todo, dos áreas claves: capacidad de ejecución o desempeño y el logro de resultados previstos (calidad y cantidad).

Fuera de estas dos áreas, la persona más bien posee información, pero si esa información no impacta en su comportamiento y en la calidad y cantidad de los resultados que produce, es cuesta arriba decir que esa persona posee conocimientos sobre ese campo, pues su saber opera como una grabadora: lo reproduce, pero no sabe o puede aplicarlos y hacerlos productivos.

Para mí tiene que ver con su desempeño, con su saber hacer y alcanzar un resultado digno y positivo.

Ese saber hacer tiene unos prerrequisitos que la persona conviene que cumpla:

Explicación general y conceptos

Datos validados

Habilidades y destrezas

Experiencia

Indicadores de éxito

Diríamos, usando los conceptos de la gnoseología o teoría del conocimiento, que el saber contiene el conocimiento proposicional, el operacional y el directo. Una persona que sabe suele poseer esas cinco características que, en mi opinión, son las que conforman y certifican el conocimiento. Veámoslas una por una.

Explicación general y conceptos

Quien tiene conocimiento posee una explicación general sobre un tema, sus antecedentes, orígenes, procesos y consecuencias. Tiene una teoría. Mucha de esa explicación deriva de su experiencia y percepciones; otra se construye con referencias y aportaciones. Suele entender y darse a entender y maneja los conceptos claves del tema. Corresponde al conocimiento proposicional.

Datos validados

Los datos, hechos, etc., que maneja quien posee un conocimiento cabal, normalmente han sido verificados, contrastados y referenciados. Son creíbles. Han sido comprobados. Poseen utilidad.

Habilidades y destrezas

Trabajadores en sus labores.

Quien posee conocimiento tiene la aptitud para desempeñar con eficiencia y eficacia una tarea, sea de tipo física, mental o social.

Las destrezas se ubican más en la facilidad operacional, física, del hacer y provienen de la práctica mejorada.

Las habilidades y destrezas son un indicador clave de la posesión del conocimiento, porque implican ser capaz de emplearlo y aplicarlo productivamente. Corresponde al conocimiento operacional o práctico.

Experiencia

Todo quien posee un conocimiento cabal posee experiencia, ya que las habilidades y destrezas no se obtienen de otra forma.

Eso significa que han hecho repetidamente lo que conocen, han derivado no solo pericia, sino también, aprendizajes empíricos que han reafirmado, modificado y enriquecido sus saber teórico y respaldado y validado los datos. Corresponde al conocimiento directo.

Indicadores de éxito

Quien es conocedor también posee una parrilla de criterios forjada en la experiencia que le permite distinguir cualquier resultado en el grado de excelencia alcanzado, detallar logros y deficiencias, puntualizar las áreas a mejorar y separar lo bueno de lo mediocre o mal hecho.

La tarea de la escuela es entrenar en aprendizaje autónomo a sus alumnos

Alumnas de la escuela primaria Gabriela Mistral.

El modelo que prevalece, basado en contenidos, fracasó. No funciona. Nos ha llevado al atolladero. Hay que revisarlo.

Necesitamos enseñar a nuestros estudiantes a aprender.

Aunque se define la escuela dominicana como una escuela centrada en el desarrollo de competencias, en la práctica andamos lejos de ahí. Se siguen los viejos métodos de enseñanza.

Y necesitamos enseñar a nuestros maestros y catedráticos a aprender, para que puedan enseñar a aprender a sus alumnos.

¿Recuerdan el primer artículo de esta serie? Era precisamente la falencia mayor de nuestra educación: enfrentar a los niños al aprendizaje de contenidos sin enseñarles cómo se aprenden los contenidos, forzarlos a la memorización acrítica, a la botella, a la repetición de lo que no se entiende.

Se les enseña a aborrecer el estudio, la lectura y el conocimiento.

Y eso está en el origen de la alta tasa de deserción escolar.

No es la pobreza, porque pobres, y más pobres de lo que somos como país, lo hemos sido.

Es simplemente que si algo carece de sentido para quien lo ejecuta, se desalienta y abandona.

Y cuando no se entiende, el asistir a la escuela carece de sentido para el alumno.

¿Por qué aprender a aprender es urgente?

Vivimos en la sociedad del conocimiento: la robótica y la inteligencia artificial harán al conocimiento nuestra única posibilidad de ser empleables.

Todos tenemos el equipo necesario para producir conocimientos: nuestro cerebro.

Pero ese equipo, sin las habilidades apropiadas, se hace inútil.

¿Han visto las máquinas de impresión 3D que construyen viviendas de 200 m2 en solo tres horas con un ahorro en dinero extraordinario?

Y con un mínimo de “mano de obra”.

La economía del conocimiento se instala a ritmo acelerado.

Y si es una economía del conocimiento y una sociedad del conocimiento, necesitamos habilitar los cerebros de nuestros ciudadanos para que puedan salir del analfabetismo funcional y sean capaces de aprender, desaprender y reaprender.

Urge hacerlo.

Ni podemos cerrarnos al futuro y sus avances, por proteger puestos de trabajo obsoletos, ni podemos pedirles a las masas que pierdan sus empleos que dejen de existir.

El reskilling es el camino obligado.

La escuela del siglo 21 no es para formar mano de obra para el siglo 20

En el siglo 21 cada vez más la mano de obra será superflua.

Los robots serán más eficientes, económicos y productivos, así que no es para operarios que hay que formar a los niños y jóvenes y recalificar a los adultos. Es para que se conviertan en actores del conocimiento.

Estamos erróneamente educando con el manual equivocado. Educando para el pasado, en vez de para el futuro.

¿Vamos a formar mecánicos en motores de combustión para un mundo de autos eléctricos o de energía alternativa?

Como los cambios en tecnología y los entornos productivos serán maleables, sometido a las presiones de las disrupciones cada vez más estremecedoras, porque ahora van a empezar los usos de las computadoras cuánticas, la inteligencia artificial se perfeccionará al igual que la robótica, estamos en la era de lo que se denomina conocimiento líquido, provisional, que va a durar suficiente hasta que todo alcance su fase de meseta y se estabiliza hasta la próxima oleada disruptiva, que puede ser o una profundización de la cuarta revolución o los pininos de la quinta revolución industrial (ya vimos en un artículo anterior cómo se reducía en años la brecha entre una revolución y otra).

De hecho, ya tenemos varias potencias compitiendo por dejar atrás a las otras, lo que anuncia la irrupción de máquinas e inventos más eficientes, procedimientos optimizados y recursos que irán trastornando las prácticas y usos establecidos y creando nuevas realidades.

Hay que preparar a nuestra población para ese mundo, porque no es que viene, sino que ya existe.

¿Cuál es la carrera que hay que enseñar en nuestras escuelas y universidades?

Dada la precariedad y transitoriedad de todo saber y de toda competencia en el actual entorno, creo que lo central es entrenar en aprendizaje autónomo, capacidad de aprender de forma independiente, pensamiento crítico y competencias emocionales a nuestros estudiantes. Y después de eso, cualquier otra cosa.

Hay que aprender a ser flexible, oportuno, adaptativo y abierto, entendiendo que hoy mismo distintas tecnologías, enfoques e intereses colisionan y cada uno busca sobreponerse a los demás y constituirse en paradigma.

¿Qué pasa si todos los mecánicos se forman para carros eléctricos y el paradigma que se impone es el carro movido por hidrógeno? ¿Si nos derivamos hacia la energía solar y el paradigma que triunfa, por eficiente y costo asequible, es la energía nuclear?

Así andan las cosas. Y como país de la periferia, pequeño y pobre, no somos los que marcamos la tendencia, pero seremos los que la padeceremos o nos beneficiaremos de ella.

De ahí el tema del primer artículo de esta serie: la falencia mayor, el pecado más grave, de nuestra escuela es que no enseña a los estudiantes a aprender, a pensar y a gestionar su propio aprendizaje.

Y que los propios docentes no tienen ni idea de esto y mucho menos cómo implementarlo.

Mientras, el mundo no aguarda a que reaccionemos y se nos está haciendo tarde para iniciar los cambios apropiados.

El verdadero reto docente no son los contenidos, sino crear un ambiente de aprendizaje

Nancy Frey y Douglas Fisher.

Los niños, los preadolescentes y los adolescentes, los jóvenes y los adultos, los seres humanos, en general, no son tripas que se rellenan con información.

Nadie puede enseñarles, solo facilitarles el aprendizaje que es algo que únicamente cada quien, individualmente, puede lograr para sí.

Eso desmonta todo el actual modelo, centrado en contenidos, aunque se disfrace de construcción de competencias, pues el alumno se concibe como un ser pasivo, a quien el docente rellena de contenido y entiende que eso es educar y cumplir su rol de maestro.

No es así.

No lo es en ningún nivel o grado.

De hecho, una metodología que conviene aplicar es la enseñanza estructurada o de enseñanza explícita, modelo desarrollado por Douglas Fisher y Nancy Frey porque es un modelo de transferencia de la responsabilidad, del docente al estudiante.

Así, los docentes organizarán la transferencia de saberes aplicando los cuatro pasos del proceso:

Explicación por parte del docente (yo hago)

Modelaje por parte del docente (yo hago)

Práctica guiada por el docente (nosotros hacemos), y

Práctica independiente del estudiante (tú haces).

Ese proceso es extraordinariamente eficiente para transferir la responsabilidad del aprendizaje desde el docente al alumno.

Seguiremos sobre este tema.

Aquiles Julián. Presidente del Centro PEN RD Internacional