La literatura, como todas las disciplinas artísticas, nace de lo que rodea al creador, que no hace más que un ejercicio de recrear la realidad humana, hasta el punto de crear pequeños universos llenos de experiencias que nacen de la imaginación, pero ¿qué hay de aquella literatura que reproduce algo tan cotidiano como es el placer de comer?
Desde La epopeya de Gilgamesh en todo el quehacer literario hay tres temáticas constantes: el sexo, la comida y la muerte. Tanto la muerte como el sexo son temas que se captan al instante por el lector, sin embargo, la comida pasa desapercibida, como un recurso menor dentro de la trama. No obstante, cuando el lector se detiene puede percibir que muchos de los pasajes en los que se habla de gastronomía en la literatura, no son ni fortuitos ni gratuitos.
Veamos, por ejemplo, que, en uno de los relatos más representativos de la literatura universal, la comida tiene un papel central. Me refiero al inicio de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes:
«Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían tres partes de su hacienda».
«Sherlock Holmes tocaba el violín. Yo cocino», dice en algún párrafo Pepe Carvalho, el detective de Manuel Vázquez Montalbán, tótem sagrado de la literatura española y creador de una de las series de novela negra más exitosas y prolíficas.
Siguiendo la senda abierta por Vázquez Montalbán y su detective, cuya sabiduría gastronómica fue reunida en Carvalho Gourmet, la cocina se ha convertido en un elemento indispensable en las novelas de Andrea Camilleri, cuyo comisario se llama Salvo Montalbano en homenaje al escritor catalán y a quien le encanta comer, o de Donna Leon, quien ha publicado su propio libro de recetas, El sabor de Venecia.
En Rayuela, ese monstruo sagrado que es Julio Cortázar, caracteriza a la Maga, y a la relación de Horacio con ella, de la siguiente forma:
«Llegué a aceptar el desorden de la Maga como la condición natural de cada instante, pasábamos de la evocación de Rocamadour a un plato de fideos recalentados, mezclando vino y limonada, bajando a la carrera para que la vieja de la esquina nos abriera dos docenas de ostras, tocando en el piano descarado de madame Noguet melodías de Schubert y preludios de Bach, o tolerando Porgy and Bess con bifes a la plancha y pepinos salados».
Ese mismo recurso lo utiliza James Joyce en el Ulises para presentar al personaje principal:
«El señor Leopold Bloom comía con deleite los órganos interiores de bestias y aves. Le gustaba la sopa espesa de menudillos, las mollejas, de sabor a nuez, el corazón relleno asado, las tajadas de hígado rebozadas con migas de corteza, las huevas de bacalao fritas. Sobre todo, le gustaban los riñones de cordero a la parrilla, que daban a su paladar un sutil sabor de orina levemente olorosa».
Por otro lado, las recetas son un recurso frecuentísimo en la literatura, y pienso ahora en el sabrosísimo libro Fictitious Dishes: An Album of Literature’s Most Memorable Meals de la fotógrafa estadounidense Dinah Fried, quien recrea en fotografías platos y recetas de la literatura universal, y de donde provienen las fotos que ilustran este texto.
Y si hay una receta provocadora es la que da Herman Melville en Moby Dick:
«Las marsopas están consideradas como plato exquisito desde el punto de vista gastronómico. La carne se prepara en bolas del tamaño de las de billar, y si se sazonan bien con especias pueden ser tomadas por albóndigas de tórtola o cordero».
Una de las recetas más recordada es la de «Codornices en pétalos de rosa», que aparece en Como agua para chocolate de Laura Esquivel, novela que está redactada a modo de recetario:
«Se desprenden con mucho cuidado los pétalos de las rosas, procurando no pincharse los dedos, pues aparte de que es muy doloroso (el piquete), los pétalos pueden quedar impregnados de sangre y esto, aparte de alterar el sabor del platillo, puede provocar reacciones químicas, por demás peligrosas».
Otro libro con recetas es Afrodita de Isabel Allende. En ellas la narrativa innova el uso habitual del lenguaje culinario en recetarios. Veamos la «Sopa de la reconciliación»:
«Desde que cumplí diecinueve años he estado casada cada día de mi vida, excepto tres meses de parranda entre un divorcio y el segundo marido. La creación de esta sopa no es cosa del azar, sino de la necesidad. Es un afrodisíaco prácticamente infalible, que preparo después de alguna pelea fuerte, como una bandera de tregua que me permite hacer las paces sin humillarme demasiado», luego menciona los ingredientes necesarios «para dos amantes» y el método de preparación, que no copiaré acá por falta de espacio.
En la literatura dominicana hay dos casos peculiares del uso de lo gastronómico como recurso narrativo:
Anadel, novela escrita por Julio Vega Batlle, subtitulada como «novela de la Gastrosofía», en la que se describe la vida del solitario Trigarthon Rymer que vivió en la hermosísima playa Anadel de Samaná, hasta que arriba en su yate el multimillonario francés Charles Croiset con un séquito de aristócratas. Comenta las culinarias más exquisitas del mundo, así como la historia de los grandes banquetes, y la belleza de la zona donde se desarrolla, que es la otra protagonista del libro.
Por otra parte, Gastrocuento, colección de relatos de la autoría de Daniela Cruz Gil, en la que la comida es, no una circunstancia humana o una mera mención, sino, un elemento central del texto cuyo aromas y sabores sirven de guía al lector hasta el mundo ficcional construido con grandes dosis de humor negro, muerte, sexo y otras obsesiones humanas.
Quiero terminar este texto con un ejemplo del uso de la comida como método de tortura citando un párrafo de Musiquito del siempre genial y provocador Enriquillo Sánchez:
«El Poblador ordenó que taponaran por el culo al doctor Socías Ramos, su más encarnizado enemigo, que llevaba veintiocho años presos en la cárcel modelo de La Victoria. Socías fue taponado con cal y alimentado durante cuarenta y cuatro días con moro de habichuelas negras, filete encebollado, ensalada rusa y frituritas de yuca».
Finalizo así este brevísimo recorrido que muestra la relación simbiótica y natural de la gastronomía y la literatura. ¡Que tengan buen provecho!
Nota: Una primera versión de este artículo fue publicada en Aldaba Gourmet (Año 07, N.° 07, 2019, págs. 158-159).