Pincelaba mi cara frente un espejo cuando tomé entusiasta mi teléfono inteligente para solicitar el servicio de Uber. Allí encontré una oración escrita por Soraya Pérez portando una triste noticia. Minutos después, otras amigas de infancia la repetían mientras cruzaba por el Malecón de Santo Domingo.

Me dirigía a Centro América Cuenta, evento esperado por los lectores dominicanos hace meses. En su décima edición, la actividad de literatura y pensamiento se realiza por primera en nuestra isla.

El mar Caribe, laminaba al sol y recogía mi silencio mientras un taxista me trasladaba hasta la Zona Colonial, y, sentada en el auditorio, continuábamos las antiguas amigas del colegio comunicándonos por la vía digital en duelo común a distancia.

Tres poetas conversaron esa tarde en el panel “Escribir desde el Caribe”: Mayra Santos-Febres, de Puerto Rico, Shirley Campbell Barr de Costa Rica y Frank Báez de República Dominicana.

Nos hacemos llamar caribeños, gente de la gran nación de agua caliente. La nuestra es una identidad líquida. Somos hijos de ese oleaje de rápidos y cortos abrazos. En sus aguas la estrella deja un retrato de sus mejillas ardientes. El vaivén de sus olas nos reúne y nos separa.

A los caribeños nos separa la imposibilidad de explotar una fuerza energética común. Hasta aquí, detrás del sol, han llegado y seguirán llegando tribus que enriquecen la experiencia humana del archipiélago.

Afortunadamente, las letras caribeñas bailan de pie sobre el agua. Escuchando a los tres poetas dialogar, comprendía mejor el ritmo común que trenzan costumbres y filosofías de vida, ayudándome a una reflexión.

Shirley, Mayra y Frank, son autores de letras profundas que documentan su largo aliento oral, yo, en cambio, me subo cada semana en una nube digital a dejar caer una lluvia corta de palabras, apenas una jarina.

Formo parte las últimas generaciones de colegios de niñas. Para nosotras la transformación de la educación en ese medular aspecto del desarrollo llegó tarde. No obstante, al tenernos unas a otras, nos quisimos mucho y esa relación guarda un significado especial en nuestras vidas como mujeres.

Decía Báez que el escritor dominicano de hoy debe escribir pensando en el dominicano de cincuenta años después. Hace justo esa cantidad de años, conocí en la primaria de niñas a una que desde los ocho era una mujercita. Se llamaba Lilly y se nos fue el jueves a otra dimensión. Era aplicada para el estudio, líder en el juego, llevaba un espejito en el bolsillo, debajo de su abrigo blanco a juego con sus zapatos de dos tonos.

Campbell Bar explicó que empezó a escribir para afirmarse a sí misma. Ahora escribe para las mujeres negras. Santos-Febres agregó, una escribe desde un lugar particular. Yo quiero escribir desde aquí (el Caribe) para completar el mundo, ideas hermosas y valiosas.

Dejo caer palabras para mujeres que corrimos en pequeños mocasines por la grama mojada por el rocío a jugar en el patio de nuestro antiguo colegio. Si algo puedo completar como sugiere la poeta, es el pequeño Caribe de una generación, la nuestra; la última que puede contar a las siguientes por qué no debemos regresar a las tensiones sociales que fomentaron entre las personas prejuicio y división.

Jarineo palabras para pasadas niñas privilegiadas de los años setenta, que nos columpiábamos felices apuntando al mar Caribe con nuestros dedos de los pies arropados en medias mojadas dentro de los zapatos. Desde el patio en el farallón del Colegio Santo Domingo no imaginamos la hora del recreo que vive en nuestro corazón sin Lilly.

Una tarde fui a pagar las clases de inglés de mis hijos todavía niños y la persona a cargo de los procesos administrativos, sentada en un escritorio dando instrucciones a los alumnos corriendo por el pasillo era ella, mi vieja amiga de infancia.

Do not run. Go to your class. Be quiet. Simon your Mon and I went to school together.

Esto ocurrió hace algunos años, pero me quedo con ese bello retrato como la imagen para conservar su memoria. Estaba en su elemento, entre chicos siendo su líder. Se me pareció tanto a nuestras maestras, organizada, dulce y la vez estricta. Se me pareció a la niña Alpha que fue en nuestro recreo infantil. Conversamos un buen rato. Se la veía feliz la entonces mujer con ángel de niña.

Hay muchos Caribes se dijo en el panel y cada uno cuenta una historia diferente. Permeo instancias escritas de hora a hora, las defiendo como parte de un Caribe generacional, cada semana en este medio.

Las niñas de mi patio escolar estarán siempre debajo del sol espejado por el Caribe. Nuestra inocencia nunca dejará de columpiarse frente al mar.

A la memoria de Elizabeth Beauchamps Trujillo, querida amiga de infancia.