A Héctor Pastor Vásquez.

Derhens Hon es un extraterrestre. Varado en la tierra, desde hace poco más de un siglo, perdió el rastro de su especie, de su propio rumbo. Curiosamente, sus poderes galácticos permiten que se adapte al aspecto humano con graciosidad en la medida que una época florece y muere.

Es, en demasía, híbrido, hermoso, sofisticado, preciso. Su rostro, perfilado y pequeño como el de un arce, armoniza prodigiosamente con su boca acorazonada y cuello de cisne.

Quienes le tratan, quienes le ven, viajeros de una dimensión u otra, creen que es el señor de la muerte por la ambigüedad con la que actúa. No obstante, lejos del descabellado pensamiento, tan atractivo resulta a ojos humanos, que su belleza se aproxima a la de un rey bizantino, de cerca, orgulloso y, a veces, compasivo.

El-descanso-de-Derhens-cuadro-en-acrilico-coleccion-Dimension-y-Tiempo-de-la-autoria-de-Ana-Almonte2-441x728
El descanso de Derhens, cuadro en acrílico, colección: Dimensión y Tiempo, de la autoría de Ana Almonte.

Podría deciros: la nobleza con la que Derhens, envuelto en suaves túnicas, habla y camina se confunde con la lindura de Ana, niña de largas pestañas, que dormita sobre el lomo del risco, debajo de aireadas montañas que renacen con el nombre de Kenskoff. En su despertar, Ana, cimbra sobre escritos extensos donde aguarda penetrar al mundo maravilloso de Jacques Stephen Alexis.

En plena claridad, el poeta que da vida a la niña de largas pestañas, en Romancero de las estrellas, levanta su mirar al viento, que agita las manitas de unas torpes y verdes ramas apegadas al árbol de la vida que, después del primer hombre, yace allí con otra conciencia.

Stephen Alexis mueve la cabeza, taimado de mudez, saciado de reconciliación consigo mismo. A distancia: contemplativo, despreocupado de las sombras que, acaso, un día marchitaron la efectividad evolutiva en un país deprimido por invasiones y dictadores, siente su final. Jacques, desde el exilio, imagina estar prisionero, cual encadenado Mackandal, dentro de la superchería que le recuerda a su país. Expira bañado en sudor sobre una cama de helechos, pétalos de amapolas y jazmines en la que despide la agonía, y que, toda vez en descanso, su puño rinde honor a su origen engarzando historias miméticas de antiguos herbolarios, de habladores, de soplados vientos, tormentas, pájaros de grandes alas, ranas, grillos, lagartos, luciérnagas, mariposas…. con el propósito de hallar la libertad explorando la natural esencia de Haití.

¿Murió el poeta de las estrellas? – sí, ha muerto el poeta de las estrellas, contesta una voz trémula, que sale del universo, se hace y deshace y mueve como noria.

Jacques Stephen Alexis, en su juventud.

Al cruzar del otro lado, por encima de ciudades hundidas, una planicie se levanta. Jacques sale del cuerpo nuevamente y asciende, ligero, por la vasta pradera donde navegan almas blancas.

En ese momento, un enjambre de saltamontes en Jacmel colorea parte del firmamento en señal de buena ventura para la ida de Stephen Alexis y, a distancia, un coro, grita:

Gracia silvestre, gracia infinita, buena ventura en tu ascenso, gorjean avecillas.

Desde la velocidad que emprende su cuerpo holístico, ya no teme a la muerte, al zombismo, al mismo infierno, otra vida descubre escudado entre lienzos destellantes que traen a su nariz olores a romero y sándalo.

Ese mismo día, pero alterno a otra dimensión, el invasor Derhens Hon pasa una noche triste en un rincón del continente asiático. Una rara diferencia espacial entre su planeta y el vuestro modifica cualquier teoría cuántica que explique sus perpetuos años de primavera sin que ocurra el milagro que lo transporte a su habitad natal.

En el suelo, boca arriba, soberbio por la yerba, observa la perfecta redondes de la luna. En duermevela desconoce por qué no se convierte definitivamente en humano conforme no desaparece.

Portada del poemario, Romancero de las estrellas.

Se halla en Shandong, en el siglo XXII, sobre la punta de la montaña   La piedra del alma, mojada por las nevadas.  En ocasiones como esa se sumerge en un fango de dudas en cuanto a si, verdaderamente, queda bondad en los humanos ante un planeta cuasi destruido por guerras y deforestaciones, y esto, mientras, a medida que prolonga visiones despierto, cree saber, por qué, generalmente, la vida en la actual era cibernética es catastrófica, lo que, supone complejidades e inmisericordias.

En la medida que el tiempo inexistente de ese día abandona la parcial negritud, aquel invasor, aparentemente despreocupado, deja caer en lo creado una mirada limpia, limpia y profunda extendida en el ocaso de ese espacio arbitrario, donde se desprenden las primeras gotas de agua estancadas en peñones.

Ahora recorre con sus viajes caminos inimaginados de civilizaciones pasadas. Aunque no parece que pudiera existir nostalgia en sus pupilas marrones, sí habita dolor, un dolor vinculado con su incapacidad para entender los desafíos del apego material.

Por ello:

En el más allá de la creciente inmensidad, la fenecida noche extiende su falda sombreada en la silueta de Derhens. Y la transición se pavonea con la llegada del día en Shandong. La luz madrigal de luna, que aluza mitad de su barbilla, acentúa una ráfaga de melancolía dada la pena que, en su letanía, lo crucifica.

Yo, simplemente lo sé, el alienígena vino de otra galaxia a experimentar silenciosamente emociones en la tierra. Su casa es una estrella bipolar que dejó para cabalgar poblados de altas dinastías provistos de monarcas, justicieros, tártaros, también princesas con ropajes de seda. Derhens Hon, igual que Jacques Stephen Alexis, según discurría el tiempo, aprendió a llorar, reír y amar, a no tener ira, a esperar el momento de irse y desintegrarse en la levedad de los átomos… en fin, ambas entidades dejarían en libertad el alma que por gravedad les correspondió tener, amén de monstruosidades que los terrícolas arrastran nombrándoles calvario.

(*) Gracias al escritor, diplomático y periodista Héctor Pastor Vásquez por obsequiarme, hace más de veinte años, cuando este construía la columna Tierra Alta en el periódico Hoy, un ejemplar traducido al español del libro citado, el que, aún, conservo.