Al asumir el tema de la ciudad, me traslada a reflexiones anteriores que he hecho sobre el tema.
En el tomo IV de El Espectador, José Ortega y Gasset nos hace saber que la historia de los pueblos clásicos comienza con una fundación de ciudad, con una fiesta municipal.
Pensar la ciudad supone filosofar su lugar, figura de tiempos y territorios diseminados; recuperar su entusiasmo cósmico, con el deseo silencioso inscrito en el ritmo verbal de la poesía: sombra omnipresente cuya fugacidad suscita gritos y cantos inherentes a la noche que tiembla entre risas y órficos dientes urbanos. Un instante poético podría retener la ciudad para siempre, nombrarla en ese hueco donde aparece lo otro. (Octavio Paz)
Son las ciudades cosas ausentes que penetran la frontera invisible del poema, rememoran imágenes que ahora se transfiguran en la apariencia melancólica de lo que solo existe en el paraíso del lenguaje. La más bella obra de arte en la his- toria de la humanidad, llegará a decir Hegel.
Desde Las flores del mal el tránsito de la ciudad i- rrumpe lejano y maldito. El poeta desarraigado e incapaz de acceder al punto de equilibrio, le declara un canto de odio y lamento. Y lo hace porque ama aquello que lo devora. Apenas celebra a la manera de los antiguos líricos. Próximo al fuego solitario de la multitud recuerda el Canto III del Inferno dantesco.
En la tradición poética, autores como José Martí en su poema Amor de ciudad grande, Walt Withman en Raíces; Arthur Rimbaud, en Vigilias; Efraín Huerta en Declaración de odio y Lorca en Poeta en Nueva York, son algunos de los ejemplos de esta temática, a nivel universal.
Pero hablamos en el caso de Ciudad interior. Y destaco la densidad y precisión de sus poemas. El juego de las palabras y las ideas que concluyen siempre con el deseo de volver al comienzo para degustar la masa escritural que llega en momentos a ser no solo una poesía, sino también una poética, como en Imagen que es un poema antologable en cualquier libro exigente, pasando por el signo desaparece de repente hasta sus símbolos condensando el discurso. Otros como Aquí en la ciudad, Inaugurando la eternidad y Mujer son mis preferidos. Con este libro Carlos Sánchez entra por una puerta donde no se retrocede si se acompaña el talento que tiene con la perseverancia y el rigor que deberían acompañar todo andamiaje artístico que emprendamos.