Hoy, en Cinco preguntas para un escritor o escritora de la República Dominicana, tenemos el placer de conversar con José Acosta, destacado poeta y narrador nacido en Santiago en 1964. Con una carrera literaria que abarca más de dos décadas, Acosta ha sido galardonado en múltiples ocasiones con el Premio Anual de Literatura de la República Dominicana, uno de los más prestigiosos del país, en los géneros de novela, cuento y poesía. Su obra, que incluye títulos como Territorios extraños, El evangelio según la Muerte y Perdidos en Babilonia, ha trascendido fronteras, llevando la literatura dominicana a diversos rincones del mundo. En esta entrevista, compartirá su visión sobre el proceso de creación literaria, la importancia de los premios, el impacto de sus temas recurrentes, y su consejo a las nuevas generaciones de escritores.
José Acosta (Santiago, República Dominicana, 1964) es poeta y narrador. Desde 1995 reside en Nueva York. Ha ganado en ocho ocasiones el Premio Anual de Literatura de la República Dominicana, el más importante del país, en los subgéneros de novela, cuento y poesía. Entre sus obras se encuentran los poemarios Territorios extraños (Premio Nacional de Poesía “Salomé Ureña de Henríquez” 1993), El evangelio según la Muerte (Premio Internacional de Poesía “Nicolás Guillén” 2003), y Viaje al día venidero (Premio Nacional de Poesía “Salomé Ureña de Henríquez” 2016); los libros de cuentos El efecto dominó (Premio Nacional de Cuento Universidad Central del Este 2000), Los derrotados huyen a París (Premio Nacional de Cuento “José Ramón López” 2005), El patio de los bramidos (Premio Nacional de Cuento “José Ramón López” 2015); y Muchacha negra en un banco del parque (Premio Nacional de Cuento “José Ramón López” 2021), y las novelas Perdidos en Babilonia (Premio Nacional de Novela “Manuel de Jesús Galván” 2005), La multitud (Premio Nacional de Novela “Manuel de Jesús Galván” 2011), Un kilómetro de mar (Premio Casa de las Américas 2015, en la categoría de Literatura Latina en los Estados Unidos), y El lodo y la nieve (Premio Nacional de Novela “Manuel de Jesús Galván” 2019). En 2010, su novela La tormenta está fuera estuvo entre las 10 finalistas del XV Premio Fernando Lara de Novela, de la editorial Planeta, y en 2011, fue finalista del Premio Internacional de Cuento Juan Rulfo, de Francia. En 2016, el Banco Central de la República Dominicana editó e incluyó en su Colección Bibliográfica su novela La tormenta está fuera.
Gerson Adrián Cordero: A lo largo de su carrera, ¿cómo ha cambiado su percepción sobre el proceso de escritura y la creación literaria?
José Acosta: Mi proceso creativo se apoya en tres fuentes principales: la experiencia personal, la experiencia vicaria (aquella que obtenemos de las vivencias de otros) y la imaginación. Faulkner decía que un escritor necesita tres cosas: experiencia, observación e imaginación. A veces, una de estas puede suplir la falta de las otras. En mi caso, mis cuentos y novelas suelen nacer de una idea, una frase o incluso una imagen poderosa. Recuerdo, por ejemplo, un cuento que nació de ver en mi mente la imagen de un hombre gordo sentado en un banco; en otros casos, una historia surge de un sueño o de algo que, sencillamente, se instala en mi mente y me pide ser contada.
La poesía, sin embargo, tiene para mí un carácter más espontáneo y casi místico. No podría sentarme a escribir un poema de forma planificada, como sí lo hago con un cuento o un capítulo de novela. La poesía llega de forma impredecible, como una sacudida, una especie de llamado que no puedo ignorar. Recuerdo haber tenido que salir de la ducha empapado para escribir un poema antes de que desapareciera. En este sentido, la poesía sigue siendo un misterio para mí.
A lo largo de los años, este proceso no ha cambiado mucho, salvo que en narrativa he aprendido a domar un poco el impulso creativo. Pero el misterio y el instinto siguen siendo parte esencial de mi trabajo.
G.C: ¿Qué papel han jugado los premios y reconocimientos en su desarrollo profesional y personal como escritor?
J.A: Los premios son un impulso importante para cualquier escritor; funcionan como un termómetro que ayuda a medir si nuestro trabajo está en sintonía con la época. En mi caso, los premios no solo han sido un reconocimiento, sino que han abierto puertas para que mis obras lleguen a más lectores. La visibilidad que ofrecen despierta el interés en el público, y eso es invaluable en el camino literario.
G.C: ¿Cómo selecciona los temas que aborda en sus obras y qué factores influyen en esas decisiones?
J.A: Me gusta pensar que los temas me eligen a mí. Un buen ejemplo es el tema de la ceguera. Mi abuela paterna perdió la vista ya mayor, y su fortaleza y determinación en la casa de campo donde vivía me marcaron profundamente. Esa imagen se quedó en mi interior, y, aunque no pensaba en escribir en aquel momento, terminó cobrando vida en mi novela El lodo y la nieve, donde la madre del protagonista, una mujer ciega, le pide a su hijo que la lleve a “ver” la casa de su infancia a través de sus ojos. También es el hilo central de mi poemario Viaje al día venidero, donde el hablante lírico es un ciego. Creo que los temas brotan de lo que nos impacta, atormenta o incluso salva de la monotonía.
G.C: En su experiencia, ¿qué importancia tienen las colaboraciones con otros escritores o artistas en su trabajo?
J.A: Para escribir, el escritor necesita la soledad, un espacio en el que se repliega incluso en medio de una multitud. Sin embargo, una vez terminada la obra, la colaboración es esencial. En mi caso, cuento con tres amigos que leen mis textos no para halagarme, sino para hacer una crítica sincera y señalar aquello que no funciona. Sin la crítica, el escritor se estanca y pierde perspectiva; por ello, considero crucial estar abierto a la retroalimentación si se desea crecer.
G.C: ¿Qué consejo les daría a escritores jóvenes que buscan desarrollar su propia voz y estilo en la literatura?
J.A: Leer sin descanso. La lectura no solo enseña a escribir mejor, sino que ayuda a dominar el idioma, que es la herramienta esencial de todo escritor. Y, por supuesto, escribir todos los días, aunque sea una línea. El ejercicio constante de la escritura es indispensable para desarrollar las técnicas narrativas y, sobre todo, para encontrar la propia voz.