Con esta proclama del ilustre estadista y valiente general Charles De Gaulle, iniciamos este breve esbozo para poner en contexto sus mayores logros y su espléndido espíritu liberal. Uno de los hombres más heroicos de Francia, quien no temió a las circunstancias por tempestuosas que fueran. Fue un líder excepcional de visión apocalíptica que estuvo a tono con el reloj de la historia.

Charles de Gaulle, hizo del arte de la guerra y la experiencia humana, un mundo obsesivo y a sus anchas. Desde cualquier ángulo que se le analice, no hay dudas de que se convirtió en monarca al crear por decisión propia, “la frontera imperial” que representó Francia en   momentos en que le tocó dirigir su destino político y militar.

Cabe señalar que De Gaulle fue un estadista insobornable, pleno de sinceridad y fiel a su deslumbrante capacidad como constructor del futuro de Francia, luego de pasar sus generales por las peores derrotas en la Segunda Guerra Mundial. Pero De Gaulle la salvó de los juicios negativos de los inquisidores vinculándola a los mitos que desde su asiento la engrandecieron para evocar siempre su nombre.

El caso es que la historia militar y política de Francia no puede escribirse sin tomar en cuenta el nombre de Charles De Gaulle. Esto nos permite situar su figura en el pico más alto de la historia de Francia, cuyas proezas dan cuenta de su fuerza real que motivó su universalidad y agregó por consiguiente nuevos valores a la interpretación de la libertad guardando los motivos y las circunstancias que motivaron la Revolución de 1879.

Se trata pues de un Charles De Gaulle visto como prócer de la libertad, cuyo esquema de gobernar provocó hostiles controversias, pero su ingenio superó toda clase de improperios y conspiraciones de sus adversarios, y, con el tiempo, su enconado enemigo Edouard Daladier, reconoció la capacidad y el valor De Gaulle. Se recuerda, según narra en su biografía Don Cook que, al convertirse Paul Reynaud en el nonagésimo octavo y penúltimo premier de la Tercera República, convocó a De Gaulle en París de inmediato y le pidió que escribiera su primera declaración de los finales del nuevo gobierno, que después leyó ante la Asamblea Nacional, prácticamente sin cambios.

Expresa que Reynaud quiso incluir a De Gaulle en un Consejo de Guerra recientemente creado, con el título de subsecretario de Estado, pero Daladier y los radicales protestaron y amenazaron con retirar su apoyo si esto ocurría, por lo que Reynaud no podía arriesgarse a caer de la noche a la mañana y, ante esta situación, De Gaulle tomó un tren para regresar a Wagenbourg, su cuartel general en Alsacia, y esperar allí los acontecimientos. (Don Cook, Charles De Gaulle, traducción de Patricio Canto, Ediciones B, S. A., Barcelona, 2006, p. 65).

Pero De Gaulle no les daba importancia a las acciones de sus adversarios ni tampoco rehuía a los debates y a las circunstancias por difíciles y peligrosas que parecieran. En una ocasión, llegó a escribir: “La soledad, que era mi tentación, se convirtió en mi amiga. ¿Qué otra cosa podría satisfacer a alguien que ha estado cara a cara con la historia?”

En ese tenor, Don Cook, indica: “De semejante hombre no se podía esperar ligereza o levedad que, por cierto, tampoco había. El humor de De Gaulle, por así decirlo, era principalmente sardónico, mordaz, y consistía por lo general en frases terminantes o dardos acerados”. Y añade: “Cuando uno de sus partidarios D´Astier de la Vigerie, se atrevió en una ocasión a decirle que sus amigos estaban preocupados por la línea política que seguía el  gobierno, la respuesta de De Gaulle fue: “En ese caso, mon cher D´Astier, ¡cambie de amigos!” Puntualiza Cook, “A veces alguna caricatura o chiste ingeniosos lograban arrancarle una sonrisa a De Gaulle; pero no era la clase de hombre al que se podía ir con una broma o un chiste. Muy raras son las fotos en las que sale sonriendo”. (Ibidem, p. 20).

Poseía una integridad monolítica que fue reconocida por líderes políticos mundiales y, en particular por Francois Miterrand, en conversación con el líder sueco de la Internacional Socialista Olof Palme.  De Gaulle demostró el desarrollo de una inteligencia fecunda y siempre en evolución. Su perfil de líder-histórico se fue desarrollando hasta alcanzar la categoría de mito referencial al legar a Francia los valores que encarnó en su tiempo la humanidad.

No obstante, la mayor grandeza de De Gaulle se halla en las grandes reformas que realizó como consecuencia de la posguerra, con motivo a la  contienda bélica, de la que Francia, salió muy debilitada militarmente hablando. Desplegó ingentes esfuerzos para convertirla en una superpotencia. De modo que su optimismo y estrategia en tal sentido, permitieron al país galo. Intensificar su poder con tal de que representara la supremacía de una nueva era.

No hay dudas de que fue un auténtico líder mundial y de ahí su relevancia e influencia que le permitió convertirse en el arquitecto de esa aludida era. Para conseguirlo venció todas las circunstancias intransigentes de la política y allanó el camino de la confianza de tal manera que la mayoría de los franceses de los franceses llegaron a idolatrarlo.

Fue directo y cortante en sus argumentos y por ello no desperdiciaba su tiempo en reuniones y conversaciones pues siempre estaba preocupado y empeñado en lograr la libertad y la democracia política, militar y económica para Francia. Tenía claro su destino y por ello no estaba en disposición de que sus objetivos encontraran obstáculos por falta de voluntad y coraje.

Por esta razón, Don Cook narra en su biografía Charles De Gaulle, que Clement Attlee, el jefe del partido laborista británico, primer ministro de la posguerra y primer ministro delegado de Winston Churchill durante la guerra, escribió un comentario sobre las Memorias de guerra de De Gaulle; según él, De Gaulle era un gran general, pero un político mediano. Attlee recibió entonces una carta del general, en la que éste le agradecía el comentario e invertía secamente el epigrama de Clemenceau sobre las guerras y los generales: “He llegado a la conclusión de que la política es un asunto demasiado serio para dejarlo en manos de los políticos”. (Ibídem., p. 21).

Por otra parte, uno de los aspectos en que se basa la trascendencia de Charles de Gaulle, fue su desinterés por las riquezas materiales, lo que no deja de ser sorprendente en su persona pues, muchos gobernantes una vez en el poder se dedican a acumular fortunas. Movido por la concepción de que el deber primario de un jefe de Estado es su preocupación por el desarrollo de los individuos, debemos valorar el hecho de su pasión indisoluble en la que puso de manifiesto la felicidad del sujeto como elemento constitutivo de todo lo que emana del poder.

Su integridad moral nos recuerda lo que escribió sobre ese particular en su tiempo Bertrand Russell, al afirmar que hay unos cuantos hombres, para los que la consecución de un gran éxito financiero es el móvil dominante. En ese tenor, acota, algunos hacen mucho bien, otros hacen mucho daño; algunos hacen o adoptan una invención útil, otros manipulaban la bolsa o corrompen a los políticos. (Russell, Bertrand, Elogio de la ociosidad y otros ensayos, traducción de María Elena Rius, Edhasa, España, 2004, p. 145).

La moral política en De Gaulle formaba parte de su salud mental, de una férrea disciplina, homogénea con el ejercicio del poder y la preocupación de caer en los peligros de un exceso, cuya práctica impidiera el bienestar de los franceses. Yendo más allá de estas virtudes basta leer los cientos de ideas y principios de la personalidad de De Gaulle, y que Marcel Jullian reúne en un texto de 253 pensamientos y testimonios.

Ideas y preceptos políticos que han perdurado en el tiempo por sus significados éticos. Testimonios que absorben la pureza de su vida personal, intelectual y militar. Sinteticemos algunos de esos testimonios y compromisos nacionalistas; por ejemplo, pongamos de ejemplo lo expresado con relación a Argelia, en Mostaganem: “A lo que habéis hecho por ella, Francia debe responder cumpliendo aquí con su deber: considerar que no tiene, de un extremo a otro de Argelia, en todas las categorías, en todas las comunidades que pueblan esta tierra, más que una sola especie de hijos. ¡Gracias, Mostaganem! ¡Gracias desde el fondo del corazón, del corazón de un hombre que sabe que carga con una de las responsabilidades más pesadas de la Historia. ¡Viva Mostaganem! ¡Viva la Argelia francesa! ¡Viva la República! ¡Viva Francia!”.

En definitiva, su vasta obra militar y política correspondió a un orden progresivo y todo indica que heredó de Francis Bacon el pensamiento de que “el conocimiento es poder. El móvil principal de su inmensa inteligencia estuvo basado en lo imprescindible, causa y efecto que originan el motor de la historia, es decir, condujo a Francia hacia una concepción universal, lo que permitió que sus ciudadanos experimentaran la grandeza del saber, de la libertad y el progreso económico. En una palabra, fue un líder ejemplar.

Otro importante testimonio es el que sigue:

“Soy un francés libre, creo en Dios y en el futuro de mi patria. No soy el hombre de nadie. Tengo una misión y nada más que una, la de proseguir la lucha por la liberación de mi país. Declaro solemnemente que no estoy vinculado a ningún partido político, ni ligado a ningún político, quienquiera que sea, ni de centro, ni de derechas ni de izquierdas. Solo tengo un objetivo: liberar a Francia”.

 

Cándido Gerón en Acento.com.do