Esta breve novela de Alejandro Dumas hijo fue publicada en 1848, el mismo año en que vio la luz su célebre La dama de las camelias, obra canónica, que ha inspirado piezas de ópera, como La Traviata, así como numerosas películas. Pero no me ocuparé de Margarita, la joven cortesana tísica y sacrificada, sino del universo femenino de Cesarina.
Desde su mirada distanciada e irónica, el narrador nos instala en la ciudad de provincia de una Francia que obliga a abdicar del trono a Luis Felipe I para instaurar la República. Es clara la antipatía del autor hacia lo que representa el antiguo régimen, los nobles arruinados y caza fortunas, así como las mujeres frívolas, románticas e inconscientes. A este tipo femenino se opone la mujer práctica, que valora a los hombres por sus cualidades morales y capacidades, más que por la apariencia externa.
Como en un sainete, se presentan los personajes con sus ambiciones, debilidades y defectos. La mirada se detiene en dos jóvenes doncellas que despiertan a las sensaciones del amor, Julieta y Cecilia. Las dos muchachas encarnan posturas opuestas; enfrentan la sensatez a la pasión, en diálogo con sus intuiciones, temores, presentimientos y esperanzas. Su tema de conversación es el joven que ronda a Julieta, a quien la madre reserva otro candidato del lugar, sin títulos nobiliarios, pero con grandes cualidades morales.
Para resolver el dilema sobre cuál de los dos jóvenes la hará más feliz, Julieta consulta a una adivina de feria de nombre Cesarina quien, con gran agudeza, consigue hacerla ver su vida en un vaso de agua. Antes que comprometerse facilitándole una elección, Cesarina deja en manos de la muchacha la decisión, lo que implica jugar con el azar.
Pero Julieta desvía forzosamente su destino hacia el hombre que prefiere, y con quien decide casarse, sin atender a los consejos de la madre y la amiga. El elegido es el sobrino de un libertino arruinado por sus vicios, descendiente de las viejas familias de la aristocracia. Por el contrario, Héctor, el otro pretendiente, es hijo de un notario, sin títulos de nobleza, pero capaz de hacer fortuna e incrementar su patrimonio con sagacidad.
Tan importante en este relato es la intriga amorosa presentada con una precisión de relojero, como el sentido del humor que resulta grato para cualquier lector, así como la relación cómplice de las amigas. Es ejemplar la solidaridad de Cecilia para con Julieta quien, naturalmente, cae en desgracia debido a su errónea elección. Cecilia, en cambio, se ha casado con el hijo del notario. Ni celos, ni inseguridades, ni pasados errores destruyen la amistad entre ellas; al contrario, se refuerzan los lazos ante la adversidad. Viuda y arruinada, Julieta busca el amparo de su amiga. Práctica, pero fiel a sus sentimientos, Cecilia prepara una estrategia para ayudarla, no sin antes asegurarse del amor de su marido.
Con Julieta se comprueba hasta qué punto fueron acertadas las predicciones de Cesarina, a las que debe su fama de adivina. Este final resulta una vuelta de tuerca al relato tradicional en el que las mujeres, inseguras y en ocasiones despiadadas, rivalizan entre sí por el favor de un hombre. También es una forma mordaz de ver aquel mundo desde la conciencia de la diferencia que desarrolló Dumas. Ya la había manifestado su padre, criollo descendiente de una negra liberta de Haití, quien en sus memorias reivindicaba su condición de mulato en la Francia convulsa de su tiempo. Por todo esto, Cesarina puede ser una novela corta, pero no es una novela menor, aunque sea poco recordada entre las más populares del siglo XIX.