Tres notas

1.Geogertte Vallejo

César Vallejo y Georgette María Phillippat Travers o Georgette Vallejo.

 Georgette María Phillippat Travers o Georgette Vallejo se hizo tema reiterado en el fluir de la semana, por momentos, y fueron muchos, cubría la generalidad de lo que se exponía-Y a la verdad, no eran halagos que sobre ella caían, más bien reproches y retorcidos comentarios. Uno dijo que había vuelto un revoltillo los poemas del poeta, y que ya no había forma de organizarlos como fueron dándose en ese lapso que cubrió su matrimonio (1934-1938). Cuatro años de casados, pero el ayuntamiento venía de atrás, de cuando hicieron correr a Maisse Henriette, con la que el poeta se entendía, antes de su aparición. Cuenta, ella misma, que veía a Vallejo de lejos, pero en 1927 hablaron por primera vez. Y cuenta, que cuando se quitó el sombrero para saludarla, vio una luminosidad blanca-azul alrededor de su cabeza

Se dijo allí también que ella había organizado Los poemas humanos a como quiso. Dueña y amo era de las pertenecías del poeta; era su compañero, vio escribir, en esa última etapa de vida, lejos ya de correr ora hacia Rusia ora hacia España en ese trajín ideológico que desembocó, como natural era, en un desengaño que arropó con silencio y, tal vez, apurando el vivir mismo. Otro dijo, en misma dirección de reproche, que había pisoteado con rabia y furia la mascarilla del rostro del esposo hasta hacerla destrozos.

Nadie se apiadaba: azotes y azotes. Oía y no entendía. Desconocía. ¿Por qué tantos golpes sobre ella? Y entonces que le tocó el turno aquel profesor, rostro y hombros recogidos, con una timidez provocada por el decir de sus antecesores. E inició, bien baja la voz, hablando de ella en los más adecuados términos hasta alcanzar el elogio y la justificación. Y terminó leyendo poemas de ella, escritos antes de conocer a Vallejo, y en el transcurrir del vivir de los dos. Y nadie dijo más nada: los poemas, testimoniaron…

Reitero, la memoria reproduce sin fidelidad, más las informaciones precisan: Georgette Vallejo nació en París en 1908 y murió en Lima, Perú, en 1984. Poeta, escritora. Vivió en Perú lo que le restaba de vida y desde ahí con brío, fuerza y rabia _ así se testimonia_ luchó por la obra del poeta, por su actitud ante la vida, y no con figuras menores, sino con alturas: Juan Larrea, Gerardo Diego. Se opuso rotundamente a la expatriación de sus restos.  Tomó su puesto hasta el último día, atada a una silla de madera, rodeando un destino que lo abrazó a los dos: en límites del vivir con lo muy poco. Y batallando, protegiendo una aspiración, un definitivo deseo de su esposo, del poeta. Me moriré en París _ y no me corro_ que ella hizo suyo en totalidad.  Aún no sé, por qué tantos golpes sobre ella_ me remito, en memoria, a un pronto de Carlos Francisco Elías_ la intimidad profunda, la honda, decisiva e histórica, es propiedad siempre de dos que habitan en un espacio_. Y ellos se llevaron, con buenas distancias en el morir, las razones de sus intimidades.

2. La mujer del filete

Este episodio, uno que cargaba el testimonio, que ella le depositó en él. Una mujer, _ el nombre, que nombró el señor, y que no grabó mi memoria_ distinguida en múltiples órdenes: de distinción y porte, y de suprema inteligencia, adoradora de la poesía del poeta_ caminaba con apresurados pasos por una calle de París. Y no era el helado frío que filtraba el abrigo, que empujaba ese caminar que, por momento el paso se acercaba al huir. Vallejo la divisó a los lejos, venía en misma dirección, de modo que el encuentro era directo, no había forma que ocurriere lo contrario, y más, tratándose de los dos, amigos reales. El poeta, en su adentro se dijo _dijo el contador_ hoy tengo un filete seguro. Y cuenta la dama al que contó la historia en ese evento (el que estuvo allí, me corrija, pues reproduzco hasta donde la memoria da alcance) que era costumbre de ella dejar en sus manos, algún dinero para que cubriera necesidades del ordinario vivir.

Mas aconteció que ella divisó también al poeta y, apresurando el paso, cruzó hacia la otra acera. Y quedó lanzando al aire su nombre que, por suerte no alcanzó distancia, y manoteando en el aire. Ella era miembro de la resistencia internacional e iba en una misión muy comprometida y, algo que agrava más, le seguían los pasos.

La mujer le dijo al que narró que el dolor más terrible que había experimentado en su existencia, lo que ocurrió ese día, le dolía lo que pensaba de su comportamiento, pero era la única forma que encontró para ignorarlo y, salvarlo de la muerte: detrás le seguían agentes del espionaje alemán, y tenía que evitar todo contacto con él. Él que contó, subrayó esto que ella le dijo: que el dolor se le pegó a la piel y no la abandonó nunca a ver de lejos la extrañeza del rostro de Vallejo, ese rostro de dificultades, pero también de dignidad histórica que no proviene del oro que se cansa en el tiempo y, mucho menos, del poder que se destiñe a cada instante, su dignidad procede, sí, de la poesía.

3.Un duelo

El duelo, sin que intención de organizadores y protagonista, se volvió una real puesta en escena. El escenario: el salón del Instituto, convertido en una sala propia del teatro de los corrales, tal vez propio del teatro de Almagro, donde Lope de Vega montaba sus obras. El asunto: la naturaleza de la obra de Vallejo. protagonistas: Saúl Yorkievich y André Coyné. Y los espectadores, nosotros, los del salón, y también, los de las gradas.

Contextualicemos, pues:

Saúl Yorkievich, argentino, poeta y crítico, nació en 1935 y murió en 2005. Dentro de su amplia producción tiene dos libros que nos compete para estas notas: Fundadores de la nueva poesía latinoamericana (1971) y Valoración de Vallejo (1958). Fue uno de aquellos niños que Pedro Henríquez Ureña le corregía con detenida atención. Tenía quince años cuando murió el maestro. Frente a mí, se le salían las lágrimas cuando, en la cafetería, El Conde, esa cafetería, que está frente a la Catedral, memoraba a su entrañable maestro. Fue su alumno de niño. Había venido al país para el Congreso homenaje a Neruda, en 1972. Y, sin duda, a conocer el país en el que nació su amado maestro. No sé cómo nos topetamos, entre café y unas cervezas, solo allí, Don Pedro y sus lágrimas. En Madrid, volvimos a vernos. Es la la imagen que prevalece en mí, una persona agradable y sensible.

André Coyné, escritor, traductor, y crítico francés  (1927_2015), el otro de la contienda. Doctor en letras por la Universidad de San Marcos, Perú. Miembro de la Academia de la Lengua de Perú, en su reglón correspondiente a extranjero, profesor en la Universidad Complutense de Madrid, Autor, entre sus obras: César Vallejo y su obra poética,1958; Medio siglo con Vallejo,1999.

Y esto fue lo que aconteció: Saúl Yorkierich habló primero. Su exposición, en su mayor parte la centró en los aspectos vanguardistas de la obra de Vallejo, hacia ese lado inclinó sus palabras y argumentaciones. Y todo iba bien, pues eso también le pertenecía, vanguardista por ser, lo era: mas lo otro, también por ser, lo era. Pero cuando sube André Coyne y se sentó en el mismo asiento dejado por Yorkierich, el rostro no puedo esconder el enojo. Comenzó diciendo que a Vallejo no se le podía reducir al vanguardismo, que eso era disminuirlo. Era con rabia lo que decía…y no salió de ella…los papeles que iba leyendo o comentando caían al suelo, primero a su alrededor, cerca de la silla, luego caían más lejos, arrugados, retorcidos, rabiados, y llegaban hasta el público que estaba en las primeras filas….

Y Yorkierich, viendo la dura forma de abordar lo que en el aire dejó su exposición, tomó la de callar y oír, y aguantar, refugiarse en el silencio. Ellas, sus palabras, como espadas enhiestas se defendían. Lo que vimos fue un verdadero happening. cada papel leído o comentado, al suelo, y el espacio se llenó hojas

Y aquella puesta en escena me remitía, desde luego, con distancias, a Natta y Septtembrine, a La montaña Mágica, Thomas Mann.

Pienso, a distancia de aquel evento, que a los dos le asistía, en cierto modo, la razón, y el mismo poeta se la da, viéndolo de este modo: Trilce se inclina hacia Saúl Yorkierich, mientras que  un soneto, y subrayo estructura, soneto, Piedra negra sobre piedra blanca, fundamenta la posición de Coyné: Lo trascendente humano en direcciones múltiples manifestados en esos catorce versos.

César Vallejo en sus 130 años de nacer: unas notas (I)

José Enrique García en Acento.com.do