Según revela el escritor Juan P. Ribas: “La obra de arte, como toda obra humana, está sometida al juicio definitivo de los siglos”. Cita al consagrado intelectual Paul de Saint Victor, quien declara que “Las grandes obras tienen, como las montañas, ecos que se responden a través de las edades… Porque el espíritu del hombre es uno y es eterno”.

Si hacemos una cronología de la obra de arte del “Supremo Júpiter de la imaginación”, como siempre le he llamado, necesariamente tenemos que admitir que su propósito en el arte fue buscar la supremacía de la calidad estética e integrar al hombre a una humanidad cuyos estremecimientos despierten los misterios que esta nunca habrá de descifrar o conocer.

Solo un artista como Ramón Oviedo pudo acercarse a estos paraninfos de la creación artística dando un paso gigantesco en el arte hispanoamericano.

Obra-de-Ramon-Oviedo-en-el-Museo-Bellapart.

El arte forma parte de una dramaturgia, de una presencia morfológica y de una dimensionalidad de la vida que, según revela el historiador de arte español José María Moreno Galván, representa un testimonio sintético y genuino.[1]

En esta tesitura se inscribe la obra del gran maestro Ramón Oviedo, símbolo trascendental del arte hispanoamericano, creador sin fronteras, cuya marca pictórica representa un océano de argumentos y disquisiciones que hablan por sí solas de cómo combina idea y ejecución a la hora de pintar un cuadro o realizar un dibujo.

El maestro Oviedo ofrece un retrato muy humano por sus persistentes preocupaciones sociales. En ese aspecto, su vida está bien fundamentada por el contenido que imprimió al arte y su disposición de ponerlo al servicio de la colectividad, a partir de una preocupación por el ser humano y la sociedad.

Siempre le sobraron motivos para pintar la realidad cruda de los sujetos, pero también la inspiración para recrear ilusiones relativas a la materia prima, traducidas estas en sentimientos, libertad y esperanza, elementos que, en esencia, ponen de manifiesto la verdad y los compromisos sociales por encima de todas las cosas.

Otros elementos para tomar en cuenta en su arte son los ámbitos de las formas subversivas, guerreras, en su combate con la materia, y el discurso que le sirve de correspondencia con la realidad subjetiva. Por su parte, en la sutil y coherente composición, es donde el maestro Oviedo alcanza la ilusión del arte convirtiéndolo en lenguaje supremo.

Su arte se distingue por su acento vanguardista y la sintaxis de sus composiciones que, en sentido general, formula una metáfora de los símbolos y, al mismo tiempo, un contrapunteo donde el espectador se convence de que sus creaciones pictóricas son el resultado de una vigorosa expresión material y psíquica, por cuanto se transforma en belleza poética e invención analítica.

El maestro Oviedo fue una figura clave y determinante en el desarrollo del arte latinoamericano, como lo confirmara el afamado crítico José Gómez Sicre, quien trabajó para la Organización de Estados Americanos (OEA). Este, en su rol de director del departamento cultural y en visita que realizara a la República Dominicana y visitara el Museo de Arte Moderno, al contemplar dos obras del maestro Oviedo –que se encontraban colgadas en el vestíbulo de la institución– se quedó tan maravillado de las mismas que, a su regreso a los Estados Unidos, de inmediato sugirió, al entonces secretario de ese organismo, el encargo de un mural al maestro dominicano para la sede de la OEA.

De igual manera, el embajador en Francia solicitó al secretario general de la UNESCO, la creación de un mural que representara a todas las razas; propuesta que fue aprobada a unanimidad por los miembros del Consejo de ese organismo que trabaja por la educación, la ciencia y la cultura, siendo el maestro Oviedo felicitado por los embajadores ante el citado organismo por tan magno fresco.

También en la Suprema Corte de Justicia y en la Cámara de Diputados de la República, hay dos murales que ponen de manifiesto la fuerza creativa de este consagrado maestro, que encumbra el nombre del país al exhibirse un autorretrato suyo en la importantísima Galería de Los Uffizi, en Florencia (Italia).

No hay dudas de que en el arte del maestro Oviedo, la materia adquiere el espíritu de lo insondable y una función mitológica que no es más que un choque entre la realidad y la ficción y, en ambos casos, las superficies de sus cuadros forman parte de una unidad superior que impacta por la fuerza que representan sus formas, símbolos e imágenes.

Sus obras se caracterizan por la estructura antropológica, por su maridaje entre la individualidad y la conjunción de símbolos que, en sus elementos plásticos, enriquecen la función trascendente de su arte.

Cabe anotar que su arte descansa en cuatro ejes o estilos fundamentales: expresionismo, impresionismo, muralismo y abstraccionismo, los cuales le sirvieron de método o mecanismo para subvertir la materia y encuadrarla en una arquitectura composicional en la que muchas veces el espectador se pierde en la contemplación de un archipiélago de líneas que recorren toda la atmósfera de sus cuadros.

[1] José María Moreno Galván, La última vanguardia, Colección Pintura Española, Magius Ediciones de Arte, Barcelona, 1968.  p. 16