La libertad de la creación artística, que puede sentirse claramente, está fundada una peculiaridad ontológico-fundamental de las creaciones estéticas. Éstas no son aprendidas en su contenido específicamente estético por todos, sino sólo por aquellos que traen consigo las condiciones para ello. (Nicolari Hartmann)

El arte de factura internacional del reputado maestro Guillo Pérez, denota un indiscutible testimonio de verdadera consistencia estética y está avalado por tan rigurosa y singular estructura compositiva. Por otra parte, muestra su ecléctica y valiosa finalidad de la vida, poniendo con ello de manifiesto un papel decisivo y referencial en cuanto a su evolución y desarrollo.

Sus composiciones claras y equilibradas dan una mayor importancia a su lenguaje y a sus numerosos recursos técnicos que engloban la consecución de tonos, luces, sombras, perspectivas atmosféricas y aéreas, provocando sus puntos focales una belleza poética producto de la agudeza psicológica que, con una representación fantástica, el maestro Guillo Pérez logra exaltar.

Los dominios técnicos en nuestro maestro permiten establecer una fértil producción pictórica ora en la adecuada perspectiva, ora en la experiencia pictórica radical, ora en la impresión visual que deviene en espectáculo, ora en el equilibrio y serenidad de sus imágenes cuyo núcleo de atracción provoca una emotividad imaginativa de valor estético estable.

En este apartado, conviene tomar en cuenta el enfoque que sobre la obra del maestro Guillo Pérez, hizo el destacado y brillante periodista Orlando Martínez, al considerar que “Guillo Pérez redescubre nuestro pasado colonial”. Más adelante, apunta: “Es el destino de todo artista la búsqueda continua del tema que le inquieta, que le apasiona, y luego la lucha tenaz por domarlo y hacerlos definitivamente suyo”.

Agrega, Orlando Martínez: “Muchas veces el combate entre el creador y su intento de traducción de sí mismo, no concluye nunca; otras veces la catarsis, la liberación anhelada, se produce (…)  Cuando este último sucede, el artista se siente reconciliado con el universo y con la historia humana. Ha reducido el Cosmos a su Yo (¿O el Ego se ha convertido en Cosmos?) y la creación brota como una fuente inagotable”.

Obra del maestro Guillo Pérez.

También, añade: “Caminando por calles, callejuelas, ruinas, patios y techos de la ciudad intramuros ha encontrado definitivamente los elementos con los cuales expresarse (…) Hemos utilizado el vocablo definitivamente y lo hemos hecho con plenitud de conciencia. En el encuentro de Guillo con el Santo Domingo colonial, subyace una historia. (Orlando Martínez, El Nacional, 1970).

Los criterios plásticos de sus pinturas denotan y definen la dimensión de su capacidad artística que forma parte de la narrativa novedosa del arte de su tiempo y que se convirtió en referencia hispanoamericana por sus imprescindibles imágenes y sus hegemónicos signos, símbolos, técnicas registros de un poder imaginativo inigualable.

Su arte es distinto y magnífico al mismo tiempo al plasmar el consagrado maestro Guillo Pérez las preocupaciones de su tiempo. Hábil conocedor de las técnicas y difusor de las vanguardias de las cuales asimiló sus lenguajes originales. Con el paso de los años consolidó sus creaciones plásticas hasta convertirlas en un lenguaje fantástico-histórico y también en la línea de los pintores más importantes de América Latina.

Las finas manos del maestro Guillo Pérez produjeron obras antológicas cuyo deleite obliga al espectador a formarse una idea de su amplio contenido estético, social y humano. Sus obras se caracterizan por la variedad de contenidos, significados y colores; es por esa razón que cuando los espectadores y críticos de arte contemplan sus cuadros se maravillan de la formulación estructural suficientemente pictórica que el artista conseguía mediante las técnicas que había asimilado de los grandes maestros del arte contemporáneo universal.

El éxito clamoroso de los cuadros del maestro Guillo Pérez surgía a partir de las emociones que ponía al pintar, por lo que, quien escribe, en su categoría de investigador del arte dominicano, decía con frecuencia que los cuadros de este pasional maestro del arte poseían un lenguaje poético y musical. Valoración que encontraba en la alegría de sus colores y en la osadía que ponía en sus prominentes signos y símbolos. De modo que sus cuadros se componen de diversos motivos, pero uno de ellos, quizás, el más importante, es el gozo desenfrenado que percibe cualquier sujeto cuando se presenta frente a uno de sus lienzos y en completo silencio va descifrando cada elemento o detalle.

Pero la verdadera razón de su arte está contenida en su modelo estructural de donde emanaban sus secciones de trabajo artístico largas y pasionales para el maestro Guillo Pérez, razón por la cual fue muy prolífico y versátil. En su repertorio pictórico se acrecienta la experiencia gozosa que de manera enérgica hace que la luz focal sea la propiciadora de esta sensación. Y como puede apreciarse, los linderos estéticos de sus cuadros tienen el alcance de un vendaval de imágenes que emergen de los mismos por la poderosa imaginación de este consagrado maestro que dio cátedras magistrales de cómo se logra el éxito en el arte. Éxito que, en su concepción innata provoca una especie de ilusión artística que arranca en los espectadores las emociones prodigiosas. Desde ese prisma, su arte se convierte en confidente del simbolismo por el evidente lenguaje pictórico que determina un mundo cambiante y vanguardista. Desde esta perspectiva, su arte, consigue una eficacia argumental porque los elementos que lo sostienen poseen un expresionismo estilístico que justifica su signo grafía.

De manera pues que el simbolismo narrativo del arte del maestro Guillo Pérez, nos recuerda las apuestas asumidas por los pintores vanguardistas españoles durante todo el siglo XX como el caso de Antoni Tápies, José Caballero, Antonio Saura, Manuel Millares, José Guinovart y Luis Feito, entre otros, por la recurrencia de la realidad y la deliberación de sus imágenes preñadas de un colorismo que, en definitiva, proporcionan fórmulas y definiciones verdaderamente peculiares.

Por ello el coloquio de signos y símbolos de su arte encierra una finalidad en sí misma. Que queremos decir con esto, que en sus cuadros la metamorfosis de los elementos constitutivos de la composición, y más concretamente, la adecuada perspectiva de las imágenes coloreadas que se movilizan por toda la atmósfera del cuadro y que declaran una disposición subjetiva que los mismos expresan a partir de enriquecedores matices.

De esa manera se descubre el espectáculo de todo el conjunto del cuadro porque el maestro Guillo Pérez poseía la particular forma de concentrar los elementos esenciales de la composición, los que concuerdan con sus pinceladas ágiles y de gran concentración psicológica debido a que sabía colocar cada elemento, tema y color, en su lugar. Por ello cuando se colocaba frente al lienzo no encontraba obstáculo en la aplicación de las más atrevidas técnicas, las cuales dominaba con ímpetu y metodología, obteniendo furiosas imágenes que resultan un oasis debido al placer que producen en los amantes del arte.

La orquestación de sus composiciones, tienen una densidad sorprendente por las masas matéricas que empleaba en algunos cuadros que se transfiguran en poesía y deleite estéticos. Se trataba de una ficción, porque el arte pictórico puede ofrecernos esa dimensión cuando refleja un conjunto de símbolos, imágenes, formas y colores de máxima intensidad. Los vigorosos rasgos de su arte también nos permiten reconocer que el maestro Guillo Pérez tenía una forma especial de mirar y pintar la naturaleza.

Por otro lado, hay una parte autobiográfica en su creación plástica porque refleja su temperamento y la manera apasionaba con que captaba el mundo. Fue, en realidad, como Constantin Guys, guardando la diferencia de nacionalidad y estilo, porque fue “Insaciable en su hambre de ver, un vicioso del ver”, porque frente al lienzo, aún en blanco, se imaginaba las cosas que pintaría con una emoción desenfrenada. Paul Westheim, El pensamiento artístico moderno y otros ensayos, Sep/setentas, México, 1976, p. 125.

En ese tenor, el maestro Guillo Pérez, en otro paralelismo del arte y en su excesiva pasión por el mismo, como inventor de sus novedades y sin salirse un ápice de la creación artística nos recuerda a Paul Cézanne, quien decía que “El arte debe ser depuración, orden, debe ser supra personal como la naturaleza. Su estructura obedece a una ley; captar esta ley le incumbe a la ciencia; hacerla consciente es tarea de la creación artística”. Paul Westheim, op. cit., pp.131- 134. Estas impresiones de Guy y Cézanne nos revelan la clave para que el arte sea funcional. Lo fundacional en el arte de nuestro maestro Guillo Pérez, no es la teoría del color, ni la forma y el estilo sino su soliloquio con la naturaleza.

La liberación de su arte interioriza con un mundo donde la idea con relación al espíritu de reproducir la naturaleza es un acto ritual. Por esa razón, el tinglado de sus invenciones pictóricas lo llevaba a estadios inimaginables. Y es que, según refiere Jean Cassou, “El acento debe recaer en la invención, y el arte, presentarse como una sucesión de revoluciones. Pero esta situación es desgraciada. Implica la soledad, el esfuerzo, un dolor estoicamente consentido e incluso ostentado. Ya no causará asombro el descubrir en los artistas la nostalgia de otro estado de cosas”. Jean Cassou, tomado de El arte contemporáneo, presentación de Torrente Ballester, Ediciones Guadarrama, Madrid, 1958, p. 31.

Cabe entonces, traer a colación la versión de Westheim, que al referirse al artista ruso Kokoschka, nos aproxima también al espíritu del maestro Guillo Pérez, que, en su inquietud singularísima de recrear la naturaleza, siempre estuvo atrapado en las circunstancias del oficio y en la iniciativa excepcional de la idea estética. Aquí, cito de nuevo a Westheim: “El mundo -también para este artista- es idea, es algo que hay que configurar por medio de la creación…Lo que convierte al artista en creador es la idea platónica de la libertad”. Westheim, op. cit., p. 163.

 

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