Dividir lo unido, unir lo dividido, eso es la vida de la Naturaleza. (Goethe)

 

Ponemos a disposición del público la visión suficiente del arte del maestro Guillo Pérez, incitadora y reflexiva la cual se sitúa más allá de los ámbitos estéticos del vanguardismo que coinciden con los finales y principios de los siglos XX y XXI. En cada obra de este ilustre artista existe una diversidad de símbolos que permiten al espectador reconocer la nitidez de las imágenes de sus cuadros los cuales rezuman pinceladas combinadas que a su vez denotan su auténtica evolución artística.

En algunas ocasiones, en su taller, veíamos como sus manos iban y venían en el espacio físico del lienzo. Nos gustaba observar con alegría como el maestro Guillo Pérez, iba aplicando una diversidad de tonos que cubrían toda la atmósfera y las superficies del cuadro. Los colores caminaban dentro de la estructura   y formaban metáforas de donde brotaba una música poética que nos arrancaba las emociones más sublimes.

Se puede asegurar, que se trataba de un acto lúdico que iba formando una contextualidad pictórica de fondo histórico y una visión enriquecedora por   los diferentes sistemas del lenguaje estético que configuraba una pluralidad connotativa de espacio-tiempo. Los signos y símbolos explícitos confirmaban la estrategia del maestro al distribuir en el lienzo de manera magistral las formas, las imágenes y los colores.

Cualquier esbozo sobre la obra del maestro Guillo Pérez requiere de una reflexión analítica que imaginariamente vaya a la velocidad y ritmo de un tranvía por la furiosidad de sus imágenes y la manera con que los ámbitos de las formas enfrentan abiertamente la expresión artística. Otros elementos a poner en contexto en su arte son la efectividad de la gama de colores aplicados con modalidades que resultan indispensables para embellecer el cuadro y también la claridad de la luz que irradia su atmósfera de manera definidora.

Guillo Pérez fue uno de los más altos maestros de la pintura dominicana de los últimos cien años. Su personalidad poseía un aire de dignidad al estilo de los grandes maestros clásicos de Hispanoamérica. En sus composiciones plásticas pobladas de símbolos expresionistas la materia le proporciona una perfección que encaja perfectamente con el historicismo de un arte de objetividades.

La hegemonía de su arte se centra en su fidelidad a la composición y los distintos procedimientos estéticos que la integran.

Sin dudas, el maestro Guillo Pérez fue admirable al lograr la cristalización óptica de sus obras, un efecto que denota los tópicos de su creación personal, posee la característica de lo excepcional. Desde este punto de vista, conviene señalar que su arte es la suma de años de aprendizajes, imponiendo en el mercado del arte su presencia; se convirtió en una marca por su receptividad continua.

Suscita su arte un dominio tal de la composición frenética que invade densas atmósferas y superficies de los cuadros que realiza a partir de la aventura creativa, la eficacia precisa de lo matérico y la yuxtaposición de los colores, los cuales se revelan intrínsecos en el lienzo por el dominio que llegó a alcanzar el maestro Guillo Pérez y cuya aplicación y técnica desde el inicio de su vocación artística lo había asimilado de Yoryi Morel, su singular maestro.

En aquella época en que el maestro Guillo Pérez se inició en el arte -estamos hablando de la década 1950 del pasado siglo- era difícil competir con maestros de la talla de Jaime Colson, Darío Suro, Celeste Woss y Gil, Gilberto Hernández Ortega, Clara Ledesma y Eligio Pichardo, entre otros. Sin embargo, años después el maestro Guillo Pérez había alcanzado la categoría de estos maestros considerados los referentes más destacados en la pintura dominicana al lograr que su arte se convirtiera en centro de atención del público y la crítica de arte.

En efecto, los críticos de arte de la envergadura de René Contín Aybar, Manuel Valldeperes y María Ugarte (inmigrantes españoles quienes se establecieron en el país a raíz de la Guerra Civil Española, 1936-1939); Humberto Soto Ricart, Carlos Curiel, Anurfo Soto y otros, se volcaron en elogios sobre la obra del magnífico pintor nacido en la comunidad de San Víctor, perteneciente a la provincia de Moca, el 3 de septiembre del año 1926. Tiempo después, sus padres se establecieron en la segunda ciudad del país, Santiago de los Caballeros, donde creció e inició su carrera artística bajo las orientaciones del pintor costumbrista más importante de todas las épocas del arte pictórico nacional.

A partir del año 1952 el maestro Guillo Pérez se traslada a Ciudad Trujillo y es nombrado profesor de la Escuela Nacional de Bellas Artes (ENBA) y más tarde director de esa institución. Su bon artístico arranca en el año 1958, 1959, 1960 y 1962 con su primera, segunda, tercera y cuarta exposiciones individuales llevadas a cabo en la Escuela Nacional de Bellas Artes, San Cristóbal, Escuela Nacional de Bellas Artes, Instituto Cultural Domínico-Americano, Ciudad Trujillo, y en el Salón Sociedad Odontológica Dominicana, Santiago de los Caballeros.

Hubo un momento trascendente en la carrera del maestro Guillo Pérez al viajar al exterior y frecuentar museos muy importantes y establecer amistad con Salvador Allende, expresidente de la República de Chile, asesinado en el Palacio de la Moneda, como consecuencia del golpe de Estado propiciado por el general genocida Augusto Pinochet; el portentoso cantante mexicano Pedro Vargas, el tenor Luciano Pavarotti, el novelista Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura, el Gobernador puertorriqueño Luis A. Ferré, el destacado artista mexicano José Luis Cuevas, el presidente de Ecuador León Febles Cordero, el crítico de arte Rafael Squirru, el pintor español Teo Grandio y el pintor chileno Nemesio Antune.

En el país, con Joaquín Balaguer, presidente de la República seis veces; don Alejandro Grullón, Leonel Fernández Reyna, expresidente de la República tres veces; José y Eduardo León Jimenes, Dominique Bluhdorn, Hipólito Mejía Domínguez, expresidente de la República; Antonio Prats-Ventós, don Popy Bermúdez, Iván Tovar, Fernando Peña Defilló, Radhamés Gómez Pepín, don Rafael Herrera, Justo Liberato, don Perelló, cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez,  Ranier Sebelén, entre otros.

A lo largo de su carrera artística el maestro Guillo Pérez jamás dejó de ser auténtico por la motivación admirable de su arte, el cual nos revela la evidencia de su espíritu pictórico que define la operatividad de su gama de amarillos incitadores, sus rojos sometidos al horno de la técnica varias veces hasta convertirse en ingeniosas percepciones; los azules marinos y cielos, los verdes, los grises neutros, los ocres, blancos, negros y las tierras que intimidan a los espectadores por sus matizaciones en su alusión impresionista y figurativa.

La hegemonía de su arte se centra en su fidelidad a la composición y los distintos procedimientos estéticos que la integran. De ahí que sus resultados revelan una técnica muy depurada que resalta y muestra el sincretismo académico del maestro Guillo Pérez. De esa manera, el consagrado artista dominicano siguió los lineamientos del teórico alemán  Heinrich Wölfflin, autor del libro Conceptos fundamentales de la historia del arte, quien “nos ha enseñado a individualizar a un pintor o una época pictórica, en primera aproximación, por el surtido de medios de expresión (o sea, de constituyentes formales del cuadro) que dispone y posee un conocimiento operante; pero, más decisivamente todavía, por su modo de organizarlos en sistema, imponiéndoles una jerarquía y una disciplina”.

Agrega Wölfflin: “No puede cabernos duda de que semejante método de investigación ha de conducirnos, en efecto, a plantear las cuestiones últimas acerca de la pintura, si reflexionamos que el pintor nos dice el sentido de su obra empleando para su comunicación algo que (a diferencia del instrumento literario) no es ya un lenguaje: líneas, manchas de color, claridades y sombras. Lo sabríamos casi todo acerca del ser enigmático que es el pintor”. (Tomado del libro Sobre pintura, de Gabriel Ferrater, Seix Barral, Biblioteca breve, Barcelona, 1981, p. 21).

Estos conceptos de Wölfflin demuestran que el arte del maestro Guillo Pérez estuvo sometido a una revalorización de sus argumentos y que multiplicidad de los mismos forman parte de una arquitectura estructural donde todo se vuelve complejo en el sentido de sus límites retóricos o experimentales y que en ella opera una otredad que recorre los laberintos de la creación imaginaria para dar sentido al lenguaje plástico el cual se sitúa en las corrientes de la modernidad, la vanguardia y la posmodernidad.

Quien recorra los causes pictóricos del arte del maestro Guillo Pérez se encontrará frente al magnífico optimismo que expresó en las cosas que se enfocó y las convirtió en un arte vivo y sobre todo, al mantenerse en contacto con la tradición dominicana, fuente del enriquecimiento de los sentidos y especialmente de un paisaje de una luz que nos permite comprender mejor el significado y la belleza de manera sensible.  Con razón, el poeta inglés William Blake llamó a los sentidos “las portadas del ama”. (James Nelson, compilador de Conversaciones con las figuras más representativas de nuestra época, Editorial Ágora, Colección Hombres y Problemas, Buenos Aires, 1960, p.50).

Lógicamente, en los diferentes enfoques del arte del maestro Guillo Pérez, se aprecia lo cautivo del alma humana por la emoción que cultivan sus cuadros cargados de sentimientos de libertad y competiciones estéticas que se fundamentan en impresiones y búsquedas que determinan un conocimiento ilimitado. Pero lo cierto es que el sentimiento de libertad en toda creación cultural conlleva una visión distinta del mundo por tratarse de una concepción humanista que determinan un modo de ver, percibir y sentir de manera distinta con relación a lo opuesto: caos, incertidumbre, escepticismo que distorsionan la realidad. Distinto al arte, por ejemplo, que contiene una actitud positivista.

Y agreguémosle a esta pasión descomunal del maestro Guillo Pérez, la profundidad creativa, ese algo indefinido en el arte que propicia el éxtasis imaginario extraído de la experiencia personal y colectiva y amalgama con otros elementos que son propios de la vida, convertidos en historia y perfeccionamiento para crear una filosofía donde sobresale la virtud humana. En el fondo siempre el arte modifica la visión de repensar el mundo porque de ese modo se pueden entender mejor las cosas.

Sobre esto último, el maestro Guillo Pérez tuvo esperanza en el futuro del arte dominicano y en su propia vida. Sus cuadros reflejan mucha alegría por el discernimiento puesto de manifiesto en las ideas y las realizaciones que puntualizaba con rigor y afirmación sorprendente en los mismos. Se labró su propio destino y no se consideró el mejor o el peor de los pintores dominicanos, pero sí un artista que amaba el arte con una pasión que no tenía freno y por esa razón creaba con una fuerza arrolladora. El arte fue su alimento mental.

 

Cándido Gerón en Acento.com.do