El espíritu del pintor debería ser como un espejo, que está lleno de tantas imágenes como cosas hay colocadas ante él. (Leonardo da Vinci)
Poética telúrica y cósmica, así podría denominarse la obra de arte del eminente artista Gilberto Hernández Ortega, por su altura propia como autor de emociones estremecedoras que forman los laberintos más especulativos. La ideografía antológica de sus cuadros se reconoce de inmediato por su código que es como el principio y el fin por la atmósfera mágica que los irradia de extremo a extremo y la metáfora del color azul profundo, sublimizado por un mapa de estrellas.
Para ofrecer una descripción cognitiva y fenomenológica de su arte, se requiere de un método cosmológico que permita medir la longitud del universo y saber cómo su modelo de mucho tiempo, por ejemplo, puede representar una constelación de sensaciones oníricas y narrar un universo picaresco donde se enrosca el deseo.
Lo enigmático y la génesis de sus cuadros se someten a un orden cósmico que se subordina a la razón pura y alcanza la infinitud con que el artista recreaba sus fantasías a partir de profundos claroscuros. De igual manera, su factura plástica revela un fabuloso conjunto de imágenes, en cuya simbología visual prevalecen estímulos sensoriales que tejen la historia de lo onírico y ontológico por tratarse de una imaginería ilimitada. Y, del mismo modo, al esbozar aspectos ficcionales a partir de retablos de la memoria.
El tono provocador de su arte permite al espectador navegar en los lugares desconocidos de lo cognitivo y allí, donde el sujeto concuerda con el hecho de que la obra de arte es el lugar finito de la existencia, Hernández Ortega exploraba la conceptualización de las tensiones emocionales y sentimentales hasta lograr el sentido visual y la conciencia estética.
Su obra encierra una atmósfera donde compiten lirismo y alegoría. Dos aspectos siempre presentes en sus composiciones plásticas. Estos elementos forman parte de una cosmovisión contemplativa que traduce un lenguaje completamente imaginario que encierra lo mágico, en lo específico y en lo particular, con tal de jerarquizar su arte.
En ese tenor, nunca hemos creído en un arte que no esté relacionado con la vida y con el acontecer humano. Por esa razón, admiramos el arte del maestro Gilberto Hernández Ortega, porque en él encontramos la razón del ser del mundo y todo cuanto representa para la humanidad. Aquí, cabe citar a Raúl Lozza, quien decía: “Observamos que la experiencia inventiva se nutre de un conjunto de hechos con los cuales el color se va objetivando como elemento visual material en el espacio que ya le es propio”.
Para entender el mundo mágico y la materialidad del arte de Hernández Ortega, debemos descifrar la complejidad y la curiosidad en su manera particular de recrear el mundo. Mejor dicho, de comprender la naturaleza de los símbolos y de los personajes que forman parte del espíritu perspicaz y visionario de la imaginación de todo buen artista, sobre todo, cuando expresa la belleza mediante la autonomía de sus impresionantes colores, como fue su caso. También, para hablar de sus colores, debemos detenernos en lo que expresara el escritor León Benaros, con relación al color en la obra de Raúl Lozza. “Para Lozza el color mereció su mayor atención puesto que es, en la aplicación tradicional y abstracta, el elemento que gesta esos espacios frontales imaginarios que horadan la bidimensionalidad del plano”. (Un trozo de historia en toda una vida. Veinte cartas del pintor Raúl Lozza al escritor León Benaros, Argentina, Albino y asociados, editores, 2001, p. 51”.
Por lo tanto, su arte me recuerda la teoría de Konrad Fiedler, quien sostiene que:
“Lo bueno y lo bello se reducen en el fondo a lo útil y a lo agradable. A todo ello solo se oponen la verdad y el conocimiento, como única profesión digna del hombre, y si se quiere reservar al arte un lugar entre las aspiraciones más altas, solo se le puede asignar como meta el tender hacia la verdad, el fomentar el conocimiento. Esto no se ha dicho todavía, desde que el mundo se ocupa de las artes, y sin embargo solo en ello se basa la posición digna del arte en la vida”.
En este contexto, Lozza cita además las opiniones de Karl Langer y de Ruskin; el primero refiere que “(…) el goce estético se da en el engaño de uno mismo ante una apariencia que es ilusoria”; en cambio, el segundo asegura que “(…) el engaño nos otorga una sensación agradable”. Estas aseveraciones me detienen en el espacio imaginario del consagrado maestro Gilberto Hernández Ortega, el cual encierra planos extensivos con relación a los elementos psíquicos que resumen las teorías de Langer y Ruskin. Es por esa razón que su arte encierra conciencia y autenticidad, elementos que explican, desde luego, el alto tono metodológico de su creación plástica, especialmente en lo que tiene que ver con la concepción estructural de la composición y la red de símbolos combinados que otorgan un lirismo entusiasta al espectador.
Como se observará, la luz en sus cuadros establece una estrecha relación con los rayos visuales, con el trópico que trasciende toda clase de lenguaje por lo singular y emotivo de las metáforas y porque además los mismos se convierten en sensuales expresiones poéticas y ardientes, suspicaces, emocionales y sentimentales. De manera que lo psíquico nos remite a la teoría de Aristóteles, cuando dice: (…) “la luz es un movimiento de vaivén entre el ojo y el objeto”. En cambio, el filósofo Euclides establece que “los rayos visuales rectos son emitidos por el ojo y forman así un cono, o una pirámide, cuyo vértice está formado por el órgano de la vista”. Tomado de Historia universal de la pintura, Barcelona, Editorial Planeta-De Agostini, S. A, 1997, Fascículo).
Según Gabriel Ferrater: “El ojo registra los efectos luminosos mediante un complejo mecanismo físico, óptico, químico y fisiológico que suscita reacciones mentales automáticas y voluntarias condicionadas por las estructuras más íntimas del ser, su manera de interpretar, de conservar y de producir las imágenes”.
En cambio, los historiadores del arte Albert Flocon y René Taton, sostienen que: “El ojo es, en primera aproximación, una cámara oscura dotada de una lente, por un lado, y de una pantalla de proyección, por el otro. Pero el paralelismo entre el ojo y el aparato fotográfico nos induce con demasiada frecuencia a error, lo que nos impide, en definitiva, comprender la singularidad de este órgano. Es mejor, pues, no insistir demasiado sobre comparaciones de este género”.
Más adelante, expresan: “El ojo es un conjunto vivo de forma casi esférica cuya parte anterior sobresale ligeramente. Seis músculos mueven el globo ocular en todas direcciones y lo hacen girar alrededor de un centro, en el interior de la cavidad ocular”. Agregan: “Siendo la visión, por regla general, binocular, será, pues, la conjugación del movimiento de los ojos y la superposición de las dos “imágenes” retinianas no idénticas, las que provoquen, en definitiva, la imagen psíquica de la realidad”.
Elementos que, en teoría y estructuración compositiva, tenían mucha significación en el maestro Gilberto Hernández Ortega, por la manera particular de apresar la luz mediante su visión psíquica y exterior. Nuestro artista tomaba en cuenta, a la hora de realizar un cuadro, las leyes físicas, armoniosas, luminosas, poéticas y espirituales. Es por ello que la luz en sus composiciones pictóricas es sorprendente y subjetiva, porque sus cauces recorren todas las superficies de sus cuadros y provocan en el espectador una especie de sortilegio palpitante y ameno. En una palabra, la luz en su obra se manifiesta pura, sagrada y secreta.
Por otra parte, en su arte, el color permite que la composición despierte las emociones más estremecedoras al cosificar los elementos que la hacen sugerente y atractiva. Lo mismo sucede en la composición-estructural-imaginaria del dibujo, en donde se revela una especie de monólogo entre los símbolos y las formas y lo visual. Por otra parte, recurría a una multifacética gama de colores por su clara concreción de la gama de tonos a partir de la riqueza del lenguaje pictórico. En consecuencia, el arte del maestro Gilberto Hernández repercute por su vocabulario estructural y técnico; su lenguaje orgánico y reflexivo que, ciertamente, se constituye en definiciones específicas con relación a una estética crítica pero también en la reafirmación de sus procesos de realización, los cuales convierten en odas, sus módulos expresivos.
El genio italiano Leonardo da Vinci, refiere que “El pintor tiene el universo en su mente y en sus manos. En cambio, con relación a la belleza de una obra de arte el famoso artista florentino León Battista Alberti, observa que “El pintor se esforzará no solo en conseguir un parecido aceptable en todas las partes, sino también en añadir belleza”. Y agrega: “Pues la belleza, en pintura, es bien recibida y además exigida”. (Robert Goldwater y Marco Treves, El arte visto por los artistas. Selección de textos de los siglos XIV al XX, Adaptación española de Rafael y Jorge Benet, Barcelona, Editorial Seix Barral, S. A, 1953).
En el maestro Hernández Ortega se dan estas dos categorías por el esplendor de la fantasía al lograr que sus composiciones despierten en los espectadores un placer distinto y genuino, lo que resume su particular estética. De modo que su pintura “está poseída de una fuerza divina”, según expresa León Battista Alberti. En cuanto a la arquitectura de la obra, hace la siguiente salvedad:
“Sepan los pintores que, siempre que con sus líneas trazan contornos y con sus colores llenan la superficie así delimitada, no tienen otro objetivo que el de hacer que las formas de las cosas vistas aparezcan en la superficie de la pintura no de distinto modo que, si esta superficie fuera de cristal transparente y la pirámide visual la atravesara, una vez fijada adecuadamente la distancia, la iluminación y el punto de vista”. (Op.cit., p. 30).
En este contexto, el consagrado maestro Gilberto Hernández Ortega, logra una pluralidad estética que lo hacen acreedor de una objetividad plástica, de un virtuosismo inefable que traduce el trasfondo de los detalles y sutilezas de sus obras, lo que declara una originalidad excepcional. De ahí que su arte obedezca a una inteligencia febril y a una pulsación potente. Al estudiar la cantera de elementos que denota su obra, sobre todo, en lo concerniente a color, alegoría, fantasía, ilusión, emoción, atmósfera, arquitectura, lirismo, drama y otras definiciones más específicas, convenimos en señalar que su apuesta estética está penetrada de un psiquismo astral y mitológico.
Por tanto, la imagen en la pintura del maestro Gilberto Hernández Ortega era el espejo del artista que le permitía medir los grados fenomenológicos de su visualidad emocional y sentimental y la que convertía en espectáculo teatral. De hecho, la imagen en la mayoría de sus obras adquiere categoría cinematográfica, por el tratamiento que configuraba para lograr metáforas y alegorías latentes en la que mostraba la magnitud de su vértigo y éxtasis estético.
Cándido Gerón en Acento.com.do