Un cuadro es una manifestación silenciosa e inmóvil. El pintor debe darse ante todo el espectáculo de su divinidad.(Apollinaire)
El consagrado maestro Gilberto Hernández Ortega, a la hora de pintar recurría al lenguaje de las paradojas. De ahí que su arte se hermana con el ser, se proyecta en el tiempo y desarrolla una fuerza depositaria de nuestras inquietudes y sentimientos.
Poesía una mano de artista prodigioso y una imaginación fecunda donde se asienta el aura y la magia de sus cuadros. Artista fabuloso que hizo del arte un paraíso de símbolos y formas que expresan un sentimiento esencial, una liturgia de imágenes que emanan de la rica composición plástica y fruto de un lirismo distintivo. Fue un señor pintor, de hallazgos existenciales.
Su arte pertenece a un mundo imperecedero por la audaz y libre expresión que instintivamente nos regala como producto de su disciplina sistemática y su forma de crear símbolos e imágenes que en su representación acusan su espíritu creativo. Supo vivir y celebrar la alegría de ese mundo artístico que recreaba con tanto ímpetu y que acercaba al público desde un pluralismo de definiciones estéticas impresionantes.
El pintor de las deidades, de la intrepidez más honda al plasmar de manera febril las sutilezas que convidan a la contemplación y el descubrimiento de las cosas. El maestro de las purezas estéticas, primigenias y acuciosas, pero también, el príncipe del virtuosismo. Los aspectos más característicos y a menudo los más excepcionales que irrumpen en su obra, son la representación de la forma y la vitalidad de los símbolos que en su dimensión plástica y teórica que denotan oleadas sucesivas de imágenes donde se observa la singular concentración en los detalles que, en su fuerza expresiva, ponen de manifiesto la intensidad de la luz que bordea de extremo a extremo la atmósfera de su obra. Pero también un tenebrismo agudo y genial.
Específicamente, al dibujar y estructurar su esquema estructural pictórico lograba un modelo bien definido en base a la convicción de que la obra debe convertirse en un desafío permanente para conseguir progresos estéticos, estructurales y lingüísticos. De hecho, la obra de del gran maestro Gilberto Hernández Ortega, representa grosso modo, una composición atenuada por el conjunto de sentimientos que enuncian los elementos plásticos que la configuran. En este apartado, es pertinente hacer alusión el sentido telúrico y astral que el artista intenta equiparar con su visión respecto a sus visiones planetarias.
En sentido estricto, el arte del maestro Hernández Ortega, produce en el espectador una inquietud y una sensibilidad muy distinta a la de sus coetáneos, porque hace gala de un lenguaje plástico muy elevado al considerarse un poeta del pincel, cuya narrativa está encuadrada en la meditación de los valores humanos.
Su arte impresiona al espectador por el contenido que representan las escenas de sus personajes a partir de sus particulares de las subversiones de sus signos, de su lenguaje y de las líneas de sus dibujos de magnífica vitalidad. En ese sentido, Cézanne tiene razón cuando afirma que “el lienzo no es sólo la superficie-soporte donde se proyecta una obra, sino el lugar donde se organiza su forma plástica, la realidad. Los objetos que representa están descompuestos y retejidos en la trama del espacio, dando la impresión de cuerpos geométricos”. (1 Historia universal de la pintura, Editorial Planeta-De Agostini, S. A, España, 1997, Fascículo, 76, p. 74).
No hay dudas de que el arte del maestro Gilberto Hernández Ortega, aporta belleza y novedad y su gran éxito consiste en su contenido analógico, por la trama que alude en todo el tinglado de la composición. Desde esa perspectiva, su arte alcanza el máximo desarrollo en la representación de las imágenes y en el conjunto de ideas que forman un lenguaje fantástico. Las imágenes en sus cuadros siempre están inspiradas en signos astrológicos y en ese sentido se puede afirmar que el artista poseía una imaginación ilimitada en el proceso de la recreación plástica.
En ese contexto, el destacado escritor mexicano Roberto Pliego, se pregunta qué debe guiar al espectador mientras pasea y se detiene en cada imagen, lo que, para muchos artistas, la imagen abre las puertas para que la mirada del espectador penetre hasta lo más profundo de lo que se oculta en la materia plástica. Es por esa razón que la imagen, de acuerdo con Pliego, “parte de una idea a la vez curiosa e inquisitiva hacia el arte o interviene en los recursos mecánicos para preservar ciertas inclinaciones de nuestra memoria o el espíritu que se rebela contra todo lo que intenta fijar un aspecto fugitivo de la vida (Diego y Frida, una sonrisa a mitad del camino, INBA, México).
Por lo tanto, la imagen en la obra de Nina Cisneros es sofisticada por la elaboración de los detalles; los motivos característicos de la imagen permiten que sus creaciones pictóricas sean opciones formales mediante las cuales el espectador se mire en el espejo del artista, cuya imagen se convierte en un espectáculo teatral.
La imagen adquiere categoría cinematográfica porque el artista no deja fuera de la misma el lenguaje de lo visual ni tampoco la hipótesis de que la imagen es el resultado de una metáfora latente y apunta hacia una ascendencia de ritmos hasta convertir el cuadro en una arquitectura sintética donde palpitan las formas a modo de diseños.
Manuel Nina Cisneros amplifica las emociones visuales a partir de imágenes nuevas las que llenan el alma de los sujetos al mostrar su vértigo y éxtasis al combinar sentimientos y atavismos. Al mismo tiempo, consigue efectos sorprendentes en el manejo de la luz que cubre por completo el cuadro. En este, como en otros casos, el artista se enfoca en la ilusión del concepto concreto, me refiero a los elementos que forman parte de su repertorio artístico.
Lo mítico es un elemento cardinal en su pintura, porque nos sustrae a una visión global del mundo y por medio de ésta conseguía en sus composiciones plásticas una perfecta adecuación de los elementos estructurales y un colorido múltiple expresión. El espectador se complace, se motiva y siente profunda sensación al contemplar sus azules en su impresionante degradación, sus rojos brillantes y atenuados, sus verdes acentuados, sus grises difumados que en ocasiones cubren toda la superficie del cuadro, sus blancos, negros, grises, ciernas y su gama de ocres, en la intensa y rica paleta, donde brota la espontaneidad de sus emociones y sentimientos.
El sentido estético de su obra se muestra desafiante por la carga emotiva y la fuerza que muestra el artista en la ejecución y la realización de las ideas, las que alcanzan una actividad mayor en razón en que Hernández Ortega transformaba la incertidumbre creativa en una iconografía imprescindible. Esto infiere, la libertad de las formas que descifran los códigos de su obra y por ello nos es dado a contemplar en sus imágenes y metáforas visuales persuasivas con relación a los argumentos que expresa.
Es natural que el espectador al contemplar cada obra del maestro Gilberto Hernández Ortega, sienta una descarga emocional que se convierte en contenido alegórico por la formulación de la representación de sus símbolos que se transforman en memoria viva y en sugerente perspectiva que denota su calidad y experimentación plástica. A esto se agrega el talante del artista al demostrar que es capaz de cruzar las fronteras de la imaginación sin alterar el goce estético.
Desde esa perspectiva, el espectador o crítico de arte puede entender el lenguaje de su arte y la primacía de su creación, indicando con ello el repertorio de los elementos que el artista emplea como noción o causalidad que pone de manifiesto el entramado compositivo el cual consiste en júbilos por el clima visual y el desarrollo de su apuesta plástica. Si analizamos detenidamente y a partir de una sintaxis orgánica de la aventura creativa, se demuestra que a la hora de pintar, estaba en sintonía con las fuerzas del espíritu desde donde emana toda obra de arte con el sello de lo fundacional.
Por tanto, resulta impredecible definir el carácter específico de su arte místico de su atemporalidad que configura un mundo que se somete al imperio de una imaginación que contiene los matices de los preludios musicales. Porque el arte también es música, poesía y arquitectura si lo contemplamos a partir de lo cognitivo y la belleza de sus imágenes. El maestro Gilberto Hernández Ortega se caracterizó por celebrar y festejar las odas de sus pinceladas, los ritmos de sus formas y la poesía de sus colores. Impulsado por esta inquietud y, a partir de esta experiencia creadora, en vez de limitar los campos los elementos pictóricos de sus pinturas, los ampliaba hasta que se convirtió en “un gran redescubridor de la naturaleza”, según expresa, el reconocido crítico de arte Gabriel Ferrater.
Vale decir que lo conceptual esclarece los ámbitos pictóricos de su obra a partir de una especificidad que entronca con una heterogeneidad de símbolos e imágenes que hace referencia a lo tridimensional, fenómeno que provoca un choque entre ilusionismo y estructuralismo antropomorfo. En ese contexto, Hernández Ortega se suscribía a la concepción de Tápies que llegó a decir que “la función del gran arte es transformar el mundo”. (Flocon, Albert y Taton, René, La perspectiva, Madrid, Editorial Tecnos, S. A., 1966, pp. 60-61). Ver:
Gabriel Ferrater, Sobre la pintura. Editorial Seix Barral, S. A., Biblioteca Breve, Barcelona, 1981).
Cándido Gerón en Acento.com.do