El 21 de diciembre del presente año se celebra el centenario del singular pintor Gilberto Hernández Ortega, quien le dio ideas eternas al arte dominicano. Creaba con una fe ciega movido por una imaginación deslumbrante y por esa razón sus obras tienen alma, cuerpo y espíritu intemporales.

La creatividad en Gilberto Hernández Ortega es una especie de explosión que no llega a consumirse porque los dominios de la materia suscitan niveles profusos de imágenes que se van ampliando en la medida que los símbolos, las formas y los colores se adueñan de las atmósferas y las superficies para construir un lenguaje plástico de complejas significaciones.

La fantasía erótica se enrosca en lo atávico mientras es vigilada por la media luna en contacto directo con el cosmos. Lo estilístico también transforma el misticismo en fenómeno auténtico para escudriñar el ámbito de sus personajes (masculinos y femeninos) a partir del origen de la cábala, el mito, la leyenda y lo iconográfico que se adueñan de la oscuridad para descubrir la luz.

En ese descubrimiento, lo fantasmagórico en la invención del sueño, en el vuelo de la imaginación, recorre los laberintos de la memoria, de la seducción, provocando un choque de imágenes que parecen salir de lo desconocido para crear una belleza inmóvil.

Gilberto Hernández Ortega. Imagen cortesía de Artístico RD.

Por ello, el arte de Gilberto Hernández Ortega es trascendente, onírico, inverosímil, por la expectación que produce al internarse en las zonas prohibidas de la memoria. Es un arte que se incorpora al espacio para coquetear con la fantasía de los símbolos eternos, porque eterna es la naturaleza de los símbolos perennes y fugaces.

Se trata de un verdadero arte de transformación. Creado para hacer historia. Refulgente como todo arte milagroso. Lo maravilloso de sus mujeres deificadas en las estaciones de lo afrodisiaco se convierte en una lujuria que paraliza la respiración y en una belleza sobrenatural que exhibe un mundo fabuloso, encantado, hechicero…*Publicado en Laye, 19 (1952, mayo-julio, 59-64).

Todo el que entra y se asoma para mirarlo sale fascinado y con ganas de volver a  entrar a ese espectáculo que convida al deseo que explora la belleza. La escena está hecha de imágenes que flotan, huyen del espacio, se sumergen en lo indispensable del gozo, en el guiño a lo picaresco para construir una mitología antropológica que le permita tramar su propia epopeya.

Por tal motivo es difícil definir el canon de arte del consagrado maestro Gilberto Hernández Ortega, artista monumental, de pinceladas frenéticas, donde la ilusión es un tablero de símbolos, imágenes y formas que dan vida a las cosas. En sus creaciones plásticas está el arte de la exhibición por la cual Dios creó la naturaleza, y la de educar para comprender el valor de la belleza.

Sus ideas pictóricas provocan un incendio de imágenes, de metáforas que devoran el lenguaje, y en cada cuadro se plantea el diseño en el que sus figuras humanas muestran armonía conceptual y una fuerza centrifuga de diversas formas compositivas. En ellas se produce un aguerrido combate entre los símbolos y las imágenes, creando de por sí una filosofía ecléctica.

Obra de Gilberto Hernández Ortega. Fotografía cortesía de Artístico RD.

Es el artista que introduce el “tenebrismo” en la pintura dominicana sin tener nada que ver con Goya o Rembrandt. Cuando hablamos de sus obras lo hacemos a partir de un lenguaje medularmente moderno y de un estilo propio. Siempre se mostró radical en la aplicación de las tonalidades y las formas a las cuales les daba vida y fuerza al crear un todo en la composición.

Su arte es de tal magnitud que no hay ligerezas en los detalles; por el contrario, expresa lo preliminar de sus progresos estéticos y místicos a través de sus causas más fundamentales. En cada cuadro buscaba la raíz más honda de su lenguaje, lo necesario de la naturaleza y del hombre como piedra angular de lo trascendente y de lo ético. Así pues, Gilberto Hernández Ortega, encontró en su arte una manera de expresar el mundo a partir de los atavismos y de los espíritus que, según él, lo cuidaban de los maleficios.

Esas fuerzas espirituales se las transmitió en sus cuadros a aquellas vendedoras de flores de los cementerios. En cada obra, repito, encontraba formas nuevas y una existencia estética que lo llevaba también a descubrir lo que se hunde en la composición y provoca fuerzas invisibles. Una relectura de lo psicológico y lo visual en un proceso creativo de hallazgos y emboscadas; una manera de esencializar lo fenomenológico, es decir, la fábula de los espejismos.

Por tanto, Hernández Ortega es el pintor de los colores oscuros donde rondan siempre los misterios y el factor onírico. Es por esa razón que lo discernible en sus pinturas, dibujos y acuarelas, los elementos constitutivos de la materia plástica se ciñen a las visiones de atavíos, a los conjuros de las formas que producen a raudales metáforas que, por así decirlo, se someten al juego de la sombra y de la luz.

Lo monumental de su obra pictórica, su quehacer pictórico, se centra en la voluptuosidad de sus formas y en la superposición de planos que en su contexto general denota una concepción artística que trasciende y universaliza los elementos, y todo lo relacionado con la imaginación creativa en la que siempre decía hallar los demiurgos que le daban fuerza para realizar lo inaudito de sus visiones estéticas.

Era un artista de integridad, decía a menudo. Y esa integridad lo llevaba al paraíso de las revelaciones donde llega al fondo de cualquier asunto estético por complejo que fuera. Comentaba, también, que la integridad en un artista era señal de su honestidad con el arte y con la vida. Su convicción era mantenerse fiel a la religión del arte. Sus compañeros, que frecuentaban a menudo el hotel Comercial en la zona colonial, le ripostaban que el arte era mera expresión artística y él siempre respondía que el arte, más que una religión, es la vida misma transformada en visiones, fantasías, espejismos y que el verdadero arte había que buscarlo no en la superficie de lo atávico sino en el misterio que el propio arte origina.

Imagen cortesía de Artístico RD.

Argumentaba que solo en los procedimientos estéticos y las revelaciones del quehacer artístico se podía entrever el misterio del arte. Algunos de estos temas fueron recogidos por estudiantes de la Escuela Nacional de Bellas Artes que se acercaban a la pléyade de maestros que allí iban a menudo para escuchar de lejos al gran maestro Gilberto Hernández Ortega, a Tomás López Ramos, a José Ramírez Conde y a Dionisio Pichardo, entre otros.

Expresa el maestro Hernández Ortega que no creía en la gloria –la que siempre llegaba tarde cuando se tiene un pie en la sepultura– y la que tal vez nunca llegaría. Que solo pensaba en pintar con la fuerza que brotaba de su mente y sus emociones. Que no pintaba para complacer a nadie y revolucionar el mundo. Pintaba porque algo, que no sabía explicar, lo empujaba a ciertos actos de transformación mental; a una especie de sensación artística muy especial que solo “Dios sabe”.

“En lo simbólico de mi arte -decía a menudo- está expresado mi mundo; en ese ambiente me sumerjo y no busco explicaciones a lo que pinto, porque eso es una tarea que no me corresponde a mí escudriñar; simplemente me lanzo a la conquista de aquello que motiva al artista a resolver los conflictos mentales que lo atormentan o que lo empujan, en alguna ocasión, a los entusiasmos más inverosímiles. Con pintar esa atmósfera de incertidumbre es suficiente”.

Asumió este tipo de filosofía estética y espiritual, y cuanto hay en su obra refleja una emotividad muy torturante, penetrada de ardores existenciales.

En muchos de sus dibujos humanos se observa la complicada vida de sujetos sometidos al desdoblamiento más lacerante, sumergidos en la profundidad del dolor: seres abyectos, recluidos y petrificados, próximos al abismo y lejos de la esperanza. Desde esta perspectiva, intuimos en su creación artística un mundo que desentraña una realidad visceral, por un lado, pero también un ambiente que describe e impulsa la idea de que el arte siempre será una madeja de complejidades donde se mezclan fatalidades, alegrías, emociones y el descubrimiento de lo imprevisto.

Es un arte de caprichos, discrepancias sociales, económicas, políticas, culturales y psicosociales. En estos prolegómenos está la clave que descifra lo traumático de muchos sujetos y lo que impresiona desde el punto de vista de la belleza espiritual. De ahí que en sus composiciones estéticas existe el contraste de la fantasía de procedimientos diferenciados a partir de los puntos de vista visuales e intimistas del artista.

Pero también en su arte hay mucha ilusión en figuras que acusan majestuosos gestos idílicos y metáforas geniales, debido a la estética formal en la que el artista ponía mucho interés, lo cual para el espectador indica buen gusto y expresa un universo humano de mucha identidad. Esto puede comprobarse en obras de   entonación estilística donde realza el diseño y los detalles de los ropajes de sus personajes. En este apartado aplicaba una geometría y un dibujo anatómico a menudo muy espectacular, porque, en este punto, no utilizaba la estructura compositiva de lo tenebroso. Recubría sus figuras femeninas de una atmósfera escultural y de rotaciones de planos los cuales, en su conjunto de líneas que recorrían toda la superficie del cuadro, además, de las densas capas de colores azules, rojos, blancos, grises, rosas, verdes, negros, tierras y ocres, todas estas combinaciones formales, contribuían a dar una fisonomía arquetípica de la persona que recreaba en el lienzo.

Imagen cortesía de Artístico RD.

Por otro lado, Hernández Ortega hace referencia en muchos de sus cuadros a los sueños oníricos, por lo que simboliza los poderes de la naturaleza espiritual sin que en el aspecto físico, es decir, la realidad, lo atávico o como quiera llamársele, formara parte de una iconografía religiosa y social, como el caso de las vendedoras en los mercados, de las marchantas o de lavanderas de regreso a sus hogares. Su estética visual se asienta en una psicología del arte y, por lo general, apunta hacia el núcleo central de la estructura compositiva donde también el entorno cotidiano tiene su supremacía. Digamos, entonces, que buscó en ese entorno el sentido de lo emocional y sentimental.

Gilberto Hernández Ortega también se preocupó por el trópico, como se observará en la obra que lleva ese título y que forma parte de la colección del Museo de Arte Moderno. Otro aspecto importante es la manera con que deformaba su fisonomía, hasta el extremo de que el espectador puede observar en ella los elementos más importantes del cuerpo y cómo retrata la maternidad, por ejemplo, en Mujer pariendo mariposas, (1976).

 

Cándido Gerón en Acento.com.docandi