(Fotografías de David Soto)
Pocas artes escénicas están tan medidas y programadas como el ballet que, en una palabra, es la matemática del cuerpo.
En ballet todo movimiento, todo giro, todo piruette todo está milimetrado y memorizado, ensayado en decenas de jornadas para producir finalmente el espectáculo de poesía visual en se resuelve.
Cuando cae el telón de Cascanueces y el Rey de los Ratones, en la sala Carlos Piantini del Teatro Nacional, Eduardo Brito, se mantiene el mejor de los homenajes de un público agradecido de tanto talento armónicamente presentado.
Una pena que haya terminado un derroche exquisito de talento y que debía ser grabado y post producido para televisión a fin de que llegara a las dos mil personas que aproximadamente lo presenciaron en sus cuatro funciones del fin de semana pasado.
Cascanueces es un ballet tradicional navideño que en el mundo montan decenas de compañías de primer nivel y que, en el país, afortunadamente, ha establecido una tradición de diciembre.
De Cascanueces, se recuerdan, las producciones igualmente memorables desde la Dirección del Teatro Nacional por parte de Carmen Heredia, Nini Cáffaro y Catana Pérez (EPD), a quien se dedicó póstumamente este montaje. Cada montaje de Cascanueces en el país y el mundo tiene su magia y su encanto.
Ahora se ha repetido y ampliado esa sensación que permite celebrar lo que es posible lograr con la formación exigente y la vocación irrenunciable de quienes entendieron la capacidad de hacer poesía visual con sus cuerpos, lo cual comporta una exigencia disciplinaria que solo ellos saben.
Para el público, el espectáculo de ballet puede ocupar una o dos horas, visto desde un cómodo y mullido asiento. Y la única obligación es aplaudir al final de cada acto.
Para cada artista, es distinto: centenares de horas de ensayos, sudor, dolor, sacrificio, mentalización, olvidarse del mundo, y centrarse solo en la necesidad de hacer de su capacidad motora, un expresivo inolvidable desde el escenario.
Esta producción agotó el fin de semana cuatro funaciones a casa llena, ofreciendo un increíblemente bien coordinado danzar por parte de niños, jóvenes y profesionales, provenientes de tres escuelas: Ballet Nacional Dominicano, Ballet Concierto Dominicano y la Escuela Nacional de Danza.
Esta vez, el éxito de Cascanueces fue el resultado de la unión de estas tres academias para entregar en escena un discurso estético de los cuerpos, con su despliegue de energías.
Las actuaciones
El rol en escena de quienes danzaron fue entregado, intenso, tierno y cuando debió serlo, acertadamente acrobático, sincronizado y con notables giros emotivos, produciendo una seducción perceptiva, sustentada en la validez de sus partituras clásicas, ubicadas entre las más conocidas y populares de todos los tiempos.
A esto se agrega la música de Piotr Ilich Chaikovski uno de los músicos más importantes y creativos (el mismo que sostuvo ““Si no fuera por la música, habría más razones para volverse loco”), de quien se disfrutan los arreglos que, siendo clásicos, tienen, además de su fortaleza y creatividad compositiva, la condición de populares por su uso en el cine y la televisión. Esos danzantes hicieron vivir momentos de ensueño.
Se impone reconocer el aporte al espectáculo a las directoras Sthepanie Bauger (Ballet Nacional Dominicano), Sara Esteva Paniagua (Academia Ballet Concierto Dominicano) y Marianela Sallent (Escuela Nacional de Danza), ellas , junto a todo su personal de respaldo, trabajaron durante cuatro meses en ensayos en los cuales se daba hasta la última gota de sudor y el máximo esfuerzo para lograr un montaje en el cual cada uno de los pasos y movimientos están predeterminados, medidos en cada postura, en cada giro.
El desempeño de los danzantes fue lucido en sus pasos, sobre todo Arabesque (cuando se eleva completamente por detrás) y los Piroutte (giros completos de todo el cuerpo, manteniendo el equilibrio sobre una pierna), extraordinarios los Fouette en tourmant (los giros consecutivos de todo el cuerpo) y los Pas de deux (que quiere decir paso a paso, realizado por una pareja con una entrada, adagio, un alero y una coda).
Los aportes técnicos
La escenografía de Fidel López, que nos transporta con enorme sentido sintético de sus masas escenográficas, cuidadas en su terminación para cada uno de los seis ambientes que se suceden.
Hay que hacer un reconocimiento aparte a la concepción y realización del vestuario, responsabilidad de Magaly Rodríguez, Patricia Huertas, Sergia Arias, Juan Carlo y Adolfina Lluberes, quienes alcanzan el que probablemente sea el logro más alto en indumentaria artística en escena de 2022.
Uno de los logros técnicos fue la impecabilidad y representatividad del vestuario de época: desde los uniformes de los soldados, los atuendos de los roles protagónicos del Cascanueces, el mago, los ratones y en las de las bailarinas en el bosque encantado, el manejo del color, el entalle y diseño del Tutú (falda varias capas en gasa o tul), dejando sentir el gusto por lo bien logrado.
Los efectos especiales sorprendieron aun cuando hubo un descontrol inesperado en la última vuelta del ratón a las salida pero un brazo oportuno (que llegó a verse) lo sacó discretamente de escena.
Lo que acaba de ocurrir, por su calidad, es un espectáculo que debía ser grabado y post producido para televisión y ser puesto por el Canal Oficial (Cuatro RD) y difundido también por los canales privados como contribución social para el democrático disfrute de una expresión tan alta, tan final, tan intensa y tan ensoñadora como este ballet.
El diseño de luces de Félix Cabral, aporta una dimensión que destaca momentos de expresiva danza masiva y los de centrada intimidad en los símbolos en torno a los cuales gira la historia.
Apoyos apreciados
Es de justicia acreditar el apoyo institucional del Ministerio de Cultura y de la Fundación Amigos del Teatro Nacional.
Es justo reconocer el patrocinio que hizo posible un espectáculo cultural de este costo: Banreservas, MercaSID y Distribuidora Corripio, Propagas, Banco Popular, Viamar, Central Romana, Hageco, Acero Estrella, So Danca, Industrias Bisonó y Excel, responsabilidad social de esas empresas que no deberían quedar consignadas en un programa de mano.
Carlos Veitía, coreógrafo irrenunciable, por los afortunados avatares de la existencia era ahora anfitrión desde la Dirección Artística del Teatro Nacional. Sus palabras, al final del montaje, respiraban emoción estética pura junto al beneplácito de sentir que su labor de maestro e inspirador, tenía ya su sucesión asegurada.