Publicada en 1845, Carmen nos presenta a una gitana de embrujadora belleza. Su autor, Próspero Merimée (1803-1870) construye el mito que, a lo largo de los años, inspirará piezas musicales, óperas, obras de teatro y películas. La figura de Carmen alimenta los tópicos sobre España proyectados por Romanticismo francés. Se trata de una mujer salvaje y dominadora, que enfrenta a los hombres y los conduce en un duelo a muerte. Tal y como se la describe, ella asombra por su forma de vestir: falda corta, medias de seda con agujeros, zapatos rojos “atados con cintas color fuego” y una flor de acacia en la boca. Animalizada por sus gestos y su andar, se la compara con una yegua que “avanzaba balanceando sus ancas”, es decir, es “una auténtica gitana”. Vista así, el narrador no deja de escandalizarse y aclara que, dentro de su cultura, una mujer semejante haría persignarse a la gente. Sin embargo, no es posible sustraerse a tales encantos.

Trabajadora en una fábrica de tabaco, oficio formal del que vivían muchas mujeres en la Sevilla del siglo XIX, Carmen sorprende también por su carácter, audacia y habilidad para desenvolverse en distintos niveles sociales, por sus artes adivinatorias, por el ritmo de sus castañuelas y el magnetismo de su danza. Así aprende a sacar provecho de cada relación, bien sea entre autoridades, aristócratas, comerciantes, o carceleros.

Carmen nos presenta a una gitana de embrujadora belleza.

Carmen se enfrenta a la muerte en una disputa con una compañera, por lo que debe huir para evitar la prisión. Atraído por la joven, el soldado Jesús Navarro la deja escapar. Por ella pierde la cabeza, hasta el punto de abandonar la vida a la que estaba destinado como sargento. Se ve envuelto en el negocio del contrabando, la delincuencia y el crimen ingresando de una banda de maleantes. Estas prácticas se atribuyen al colectivo de los gitanos, al que pertenece Carmen.

Lo exótico en el relato es el mundo de los gitanos, una comunidad que vive fuera del sistema y recurre a peculiares formas de supervivencia, como el engaño, la estafa y el robo, lo que los obliga a vivir en la clandestinidad. En este grupo son imprescindibles la lealtad al clan y la fidelidad al hombre al que se pertenece. Sin embargo, Carmen rompe las normas estableciendo relaciones con un payo, un no gitano, lo que genera tensión entre los dos hombres que se disputan, en un duelo a muerte, el poder y el dominio sobre ella.

Por su superioridad sobre el clan Carmen domina, ya que se desenvuelve en distintas lenguas y se aprovecha de quienes sucumben a sus encantos. Obtiene información sobre oportunidades de ganancias, lo que permite planear asaltos en los caminos y coordinar golpes. Ella sabe que juega con fuego y que arriesga la vida, pero está dispuesta a aceptar su destino de muerte.

Recordemos que los mitos sobre la Península Ibérica responden a la necesidad de exotismo de la que dan cuenta los viajeros, entre ellos el inglés George Borrow quien, fascinado por los gitanos, que conoció en su infancia, recorrió España vendiendo Biblias y escribió un libro apasionante. Merimée tiene a este autor como referencia, sin embargo, polemiza con él respecto a su idea de que no había por entonces gitanas que incurriesen en un desliz con hombres “extraños a su raza”. A manera de epílogo, el autor dedica un estudio antropológico de los gitanos, subrayando las virtudes y miserias que les reconoce, e intentando fijar sus raíces, con objeto de dar mayor veracidad al mito de Carmen.

El gran mérito de Merimée en esta novela descansa en su habilidad para fijar un mito que ha sobrevivido a lo largo del tiempo, y que hizo del personaje el estereotipo de la mujer española y en ocasiones, como en el cine, se hizo extensivo hasta la mujer latina.

Consuelo Triviño Anzola en Acento.com.do

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