“Después de una visita al kilómetro nueve de la carretera Mella, con sus vecinos horrorizados y su amarga leyenda de terror, con sus fuertes edificaciones semidestruidas, cabe lamentar esa destrucción, porque el ejemplo más crudo que puede darse a un pueblo sufrido es el instrumento de su sufrimiento”. Juan José Ayuso, periódico El Caribe, 1962.
La memoria histórica del pasado reciente de la Republica Dominicana se ha ido perdiendo, secuestrada en la telaraña de los intereses políticos, las complicidades de las instancias militares de las últimas décadas, el silencio de muchos que fueron testigos, el miedo a parentescos marcados por el crimen, la impunidad que arropó a los que fueron juzgados, condenados y discretamente liberados, y el poco interés en instancias del Estado dominicano para que se conozca la verdad; todos cubiertos por un manto de espanto que no termina de deshacerse y enseñar las huellas ensangrentadas para que los jóvenes de hoy conozcan el significado, el valor y las diferencias entre los gobiernos democráticos y los regímenes dictatoriales.
Un museo para mostrar las huellas
En la mentalidad neotrujillista, de los que todavía disfrutan del tufo de la dictadura, el silencio y el olvido son sus mejores aliados. Atrevidos como son, porque creen que el tiempo y la protección disfrutada desde el Estado terminaran borrándolo todo, reclaman y lo expresan reiteradamente, no tocar más el tema de los crímenes de Trujillo. Proclaman que se sienten cansados “de lo mismo”, y piden que se aborden otros temas; en fin, que el pasado se oculte para que la memoria desaparezca. Sienten que no fue suficiente con esconder y destruir las pruebas que marcaron la sangre de la dictadura: ¿dónde están las tres o más sillas eléctricas con las que torturaban y asesinaban en las cárceles clandestinas; dónde los instrumentos, látigos, bastones eléctricos, alambres de púas, pinzas para sacar las uñas, los sótanos oscuros en los que enterraban vivos a los prisioneros? ¿Dónde los torturadores; quiénes eran los que dirigían esos centros de terror y muerte?
Las preguntas se convierten en desafío. No es justo que a más de sesenta años de finalizada la dictadura de Trujillo, haya tanta ceguera social. Se requiere investigar los lugares en que todavía permanecen escondidos los objetos que sirvieron para el crimen, sin importar que sean instancias estatales o en los depósitos de las estructuras militares que, en el período de transición posterior a la muerte del tirano, se encargaron de “limpiar” la huella de tanta degradación. Se requiere proceder a la instalación de un museo, una casa de la verdad que, con objetivos educativos, pueda mostrar a la juventud dominicana los métodos y las prácticas de gobiernos que se ensañaron contra sus adversarios para imponerse, conservar poder económico, político y militar, y para prolongarse en el tiempo como gobernantes: Ulises-Lilís-Heureaux (1887-1899), la dictadura militar americana (1916-1924), Rafael L. Trujillo (1930-1961), y Joaquín Balaguer (1966-1978), principalmente. La propuesta es crear el “museo del crimen de las dictaduras”, que cubra por lo menos los cien años del siglo XX.
La instalación del museo con esas características tiene un lugar, una vivienda, que aun en manos de la iglesia Católica, es el más apropiado para su creación: la casona ubicada en lo que es hoy la Casa de Convivencia de la Sagrada Familia, la única prueba existente de la que fue una cárcel clandestina para torturar y matar durante la dictadura.
Sobre esta edificación escribí en el periódico Acento en abril del 2018: “Esta última, una casa construida a pocos metros de la margen izquierda de la principal carretera del Este, que una vez fue residencia familiar. Adquirida por Rafael L. Trujillo hijo (Ramfis) para que le sirviera de burdel o motel personal, pronto la convirtió en la oficina de inteligencia del G-2 de la Aviación Militar Dominicana (AMD); lo que los escasos vecinos del lugar ignoraban, era que el hijo del tirano había procedido a utilizar la vivienda como prisión secreta a la que se le conoció, en el lenguaje de los hombres del hijo de Trujillo, como "El Nueve" o "la cárcel del kilómetro 9″.
La misma vivienda a que nos estamos refiriendo, un edificio todavía intacto—(aunque se le han hecho algunas construcciones anexas y se destruyó una gran enramada construida de madera y techada de zinc que había en el centro de su terreno)—, gracias a la preservación de la Iglesia Católica dominicana, que de seguro aceptará que en compensación el gobierno le construya en espacio más amplio, moderno, equipado y apropiado para los retiros religiosos que allí se efectúan permanente. Las autoridades de la Iglesia Católica no tienen excusas para negarse, pero el Estado debe retribuirle el terreno, si es que este no pertenece al Estado, y los edificios que utilizan en la actualidad para que puedan continuar sus labores religiosas.
Atención Academia de Historia, Efemérides Patrias, Cultura y Ministerio Educación
Convertir lo que fue aquel edificio, la casa donde estuvo instalada la cárcel de tortura del kilómetro 9 de la carretera Mella es una necesidad histórica, cultural y educativa, por lo que la propuesta de museo está dirigida con especial atención a la Comisión Permanente de Efemérides Patrias (CPEP), Academia Dominicana de la Historia (ADH), al Ministerio de Educación y a la Dirección General de Museos del Ministerio de Cultura, instancias con méritos, recursos académicos y conocimiento suficientes para encabezar una gestión en el sentido señalado, impulsando una museografía basada en la investigación, el rescate de la memoria histórica, la preservación de la verdad, la conservación del patrimonio histórico, la difusión de los valores y la enseñanza de la historia patria, alejada de sesgos políticos que podrían entorpecer la iniciativa.
En ese sentido, y para edificar sobre el particular, compartimos dos testimonios: un texto del periodista y escritor Juan José Ayuso, recientemente fallecido, y una nota periodística del padre Ángel Sanz. Estos escritos pueden arrojar luz acerca de los últimos días de los dos centros carcelarios clandestinos a que hemos hecho referencia: la cárcel de La 40, que estuvo instalada en el lugar que hoy ocupa la parroquia católica de la barriada de Cristo Rey, y la cárcel del kilómetro 9 de la carretera Mella, en la zona oriental de la provincia Santo Domingo; también en manos de la Iglesia:
Padre Ángel Sanz solicita el local: “Tratan instalar en La 40 Escuela de desamparados”
“El local que ocupaba la tristemente célebre cárcel de tortura La 40, es solicitada ahora por el Padre Ángel Sanz para instalar la escuela para la Infancia Desamparada. El padre Sanz también sugiere que se erija un monumento que recuerde las glorias y los sufrimientos de los miles de valientes masacrados por la tiranía.
El padre Sanz lanzó recientemente la idea de una escuela hogar para los niños desamparados. Su iniciativa ha sido acogida por personas y entidades comerciales con el mayor beneplácito. El padre Sanz ha recibido ya aportaciones en metálico y otras ayudas, hasta dese Nueva York, donde se ha formado un comité pro ayuda para la instalación de la escuela.
Dijo el padre que “así La 40 será el mejor monumento a los ideales por los que sufrieron y murieron miles de ciudadanos”.
“Mi idea—agregó—es poner allí una escuela donde sostendremos 150 a 200 niños abandonados a los que daremos comida, ropa, escuela y educación patriótica y religiosa, contando con aportaciones espontaneas del público y levantar también un monumento que recuerde a todos el heroísmo y las virtudes de los que ayer lucharon contra la tiranía”.
Dijo el padre que ese monumento estaría dentro de una capilla donde se oficiaran misas y donde podrán acudir las personas que hoy lloran la desaparición de seres queridos.
Dijo también que “la capilla estaría situada precisamente en el mismo sitio donde ha tiempo, se tenía instalada la silla eléctrica, uno de los tormentos más terribles usados por los agentes de la tiranía”.
“Repito,–dijo el Pare Sanz—que nada mejor se haría que pudiera glorificar los ideales patrios de nuestros héroes que fundar, en el mismo sitio donde ellos sufrieron, un centro de asistencia social y educación para niños pobres realizando así de una forma eficiente, aquellos ideales”.
Subrayó que “esto sería también una manera de aliviar en algo el sufrimiento de los que ahora padecen el dolor de la ausencia de seres queridos desaparecidos”.
Finalmente, el P. Sanz manifestó: “espero que la opinión pública del país acoja favorablemente esta idea y la manifieste a través de la prensa radiada y escrita, aportando apoyo moral a la iniciativa al expresarlo en forma pública”. (Ángel Sanz, “Tratan instalar en La 40 Escuela de desamparados”. El Caribe, 1962).
Juan José Ayuso: “Escasos vestigios quedan de antros de torturas del 9”
“La incontenible ira de un pueblo por muchos años sojuzgado destruyó en parte la cámara de torturas que operó en el kilómetro nueve de la carretera Mella. No pueden encontrarse ya huellas de esas torturas que hicieron bestias y mártires de militares y prisioneros políticos.
El bastoncito—celebre artefacto de torturas utilizadas profusamente en la siniestra campaña de Trujillo contra los prisioneros políticos—, por ejemplo, no se encuentra por ningún lado. Lo mismo ocurre con otros aparatos, también de tortura, que han desaparecido. Pero, “los hombres pasan, los pueblos se quedan”. Los vecinos de esta funesta cámara de torturas, en su totalidad humildes jornaleros, tiene muy vivo en su mente el recuerdo de aquellas tétricas noches de alaridos y grito de terror.
El terreno que ocupó en su totalidad la violenta cárcel del kilómetro nueve comprende una vasta extensión. La moderna residencia que le servía de testaferro, delante: las mazmorras, edificaciones de concreto armado, al medio y, por último, la siniestra hortaliza, lugar aparentemente sembrado de legumbres y vegetales que ocultaba el comedero de los puercos salvajes—animales sanguinarios que eran azuzados contra los prisioneros políticos—; las piletas donde eran sentados los prisioneros, llenas de sanguijuelas, y el potrero de un furioso caballo que correteaba y pateaba a los prisioneros cuando le era ordenado hacerlo. Esta hortaliza, apacible en apariencia, ocultó quizás lo más horroroso del crimen trujillista.
Vecinos mudos. Los vecinos de la cárcel del nueve no hablan. Aún están enmudecidos por aquel terror inenarrable. Es difícil que cualquiera de estos jornaleros diga nada. El miedo sella todavía sus labios, y ciega esos ojos que tantos horrores vieron, quizás haciéndose cómplices inconscientes de ellos. Solo algunos, como el encargado de la limpieza de la cárcel, dice algo.
Anciano, con la vivacidad característica de nuestros hombres de campo, este hombre nos dijo: “no puedo decirles lo que no he visto. Cuando ellos preparaban algo, cuando traían gente de afuera, me decían que me fuera a mi casa, que ese día no había trabajo”.
No obstante el silencio de los vecinos, un pesado ambiente de negro recuerdo circunda la aldea. Todos parecen recordar con temor aquellas horas, aquellas mañanas, todas envueltas en el telón de sangre que fue la bandera trujillista en Santo Domingo.
Las celdas del nueve, las del primer piso, tienen alrededor de siete pies de ancho por once de largo y alto. Cuentan con sanitario y ducha, estos sin ninguna separación del resto de la celda. En los subterráneos la medida es la misma. La única diferencia es que el piso de la ducha está separado del de la celda por un muro pequeño de cemento y mosaicos, como de medio pie de alto, para que el agua no llene la celda.
Las rejas de hierro están aún en las mazmorras del nueve. Esto permite que sean más claras. Originalmente llevaban también una espesa puerta de hierro con solo una abertura ínfima para ver hacia afuera. Estas puertas de madera fueron tomadas por quienes asaltaron la cárcel, recientemente, así como los sanitarios de las celdas del piso superior.
La oscuridad reinante en el subterráneo, especialmente en el ala izquierda, es total.
Se dice que el general José René Román Fernández, uno de los conjurados en la trama que culminó con el ajusticiamiento de Trujillo, en el paroxismo del dolor causado por su tortura, tomó la bombilla que le daba luz en su celda (tercera de izquierda a derecha en la fotografía), e intentó comérsela. Tal era su angustia. Después, frustrado ya su intento por sus captores, se le sorprendió golpeándose contra los bordes del sanitario. Evidentemente el propósito de Román Fernández era finalizar por sí mismo lo que él sabía que habrían de terminar sus torturadores a fuerza de crueldades.
Torturas a Román Fernández. Se dice, también, que a ¨Román Fernández le fueron aplicadas todas las torturas habidas en el nueve. Los cerdos, la pileta con las sanguijuelas, la tenebrosa silla eléctrica, el bastoncito, el caballo y las temibles hormigas, plaga ésta que fue especialmente traída desde México para ese propósito. En una mata de mangos que hay a la derecha de las mazmorras, cuentan que fue atado Román Fernández y dejado a su suerte con las terribles hormigas enterrándole sus aguijones.
La silla eléctrica es un curioso artefacto, preparado, según se dice, por Ernesto Scott, sádico alemán al servicio de las torturas del trujillato. Los choques que pueden pasar la silla son a voluntad. Pueden ser intermitentes o definitivos. Cuando a una persona se le aplicaban los choques intermitentes se movía como un epiléptico sobre ella. El choque definitivo era mortal.
Los torturadores. El coronel C. Báez, de la Aviación Militar Dominicana, junto al siniestro John Abbes García, fue el máximo exponente de la miseria moral y del sadismo de la dictadura trujillista. Báez, como Abbes en La Cuarenta, comandaba la cámara del kilómetro nueve.
Junto a Báez—(por motivos legales algunos nombres fueron modificados)—, el coronel T. Balcácel, el coronel Beauchamps, Freddy (el Rubio), L. (…) Batista, Ernesto Scott, Y. Lara, P. Clemente y otros, componían la criminal banda que operaba en el nueve. Estos sin contar los miembros de La Cofradía, de Radhamés Trujillo, que se destacaron siempre por su crueldad en sus visitas a la cámara de torturas.
La residencia que sirvió de disimulo a la horrible cámara de torturas del kilómetro nueve está habitada por el señor Julio C. Michel Tamayo, un ex militar, ex prisionero político, confinado allí mismo por el trujillato, que se propone realizar una exposición en la ciudad de Santiago de los Caballeros donde mostrarás los artefactos de tortura que se utilizaron allí. El señor Michel se ha dirigido a las autoridades correspondientes para que estos artefactos, muchos en poder de ellas, les sean facilitados.
Leyenda de terror
Después de una visita al kilómetro nueve de la carretera Mella, con sus vecinos horrorizados y su amarga leyenda de terror, con sus fuertes edificaciones semidestruidas, cabe lamentar esa destrucción, porque el ejemplo más crudo que puede darse a un pueblo sufrido es el instrumento de su sufrimiento”. (Juan José Ayuso, periódico El Caribe, 1962). Hasta aquí el escrito de Juan José Ayuso.
Ahora permítasenos, aunque parezca reiterativo, concluir con una sugerencia que también hicimos en el periódico Acento en el referido artículo publicado en el 2018:
“Ojalá que alguna institución estatal, como podría ser el Museo de la Resistencia o la Comisión de Efemérides Patrias, encabezara una gestión ante el Ministerio de las Fuerzas Armadas para localizar los archivos de la cárcel, y también realizara un descenso a la vivienda que todavía existe en el kilómetro 9 de la carretera Mella, para grabar y fotografiar cada uno de los espacios originales de la prisión”. Esperamos que así sea.
Juan José Ayuso nació en La Vega en 1940 y falleció 27 octubre 2017.
De ideas liberales, en el período de transición a la democracia fue redactor del periódico de la Unión Cívica Nacional y posteriormente participó en la guerra de abril de 1965 ocupando el puesto de director de prensa del gobierno del presidente Caamaño Deñó.; además de columnista de diarios nacionales. Dejó publicadas varias obras, entre ellas Todo por Trujillo: un proceso político 1930-1961; En busca del pueblo dominicano; El sargenteo Douglas Lucas: Revolución Constitucionalista y Guerra patria de abril 1965; Historia pendiente. Moca, 2 de mayo de 1861.
Ayuso, desde muy joven dio seguimiento a situaciones y coyunturas que desnudan la dictadura de Trujillo. como periodista y articulista de renombre en la prensa nacional, muchos de sus escritos tienen sabor a su marcado interés en edificar a la juventud dominicana en cuanto a lo que significó aquel régimen de oprobio, y el neotrujillismo que significaron aquellos gobiernos autoritarios de los años posteriores a la guerra cívico-militar de abril de 1965, de los que texto que ahora presentamos se tiene entre uno de los primeros escritos en el país para edificar sobre lo que significaron centros de torturas tan inhumanos como la cárcel clandestina de La 40, y en este caso, la terrorífica cárcel del kilómetro 9 de la carretera Mella, ubicada desde el último quinquenio de la década de los cincuenta del siglo XX, hasta nombre de 1961, cuando fue arropada por las pobladas que en noviembre de 1961 perseguía hacer desaparecer los vestigios de la represión y del crimen.