Que el reconocido escritor Cándido Gerón haya recurrido a una apología pantagruélica del político británico Winston Churchill, basándose, fundamentalmente, en el deslave epitético de su imaginación poética, constituye un manifiesto escamoteo de la historia mediante la entronización de un discurso al margen de una investigación histórica multiforme, sobre todo cuando se trata del legado de una figura que, aunque de excepcional relevancia en su lucha contra el nazifacismo, asimismo le apremian, en su “diversidad de facetas”, múltiples controversias respecto a su “ideal puro”.

Winston Churchill.

En un artículo suyo (“Winston Churchill: genio político y militar sin fronteras”, acento.com.do, 03-02-2023), el también crítico de artes y letras, sostiene que la genialidad, erudición y oratoria “incomparable” de Churchill, conllevaron al Reino Unido a un impulso “modernista”. Por lo tanto, ¿Podríamos atribuir, realmente, a dicha triada mental, obviamente de fachada hegeliana, la modernidad británica? Que las “ideas” del “prohombre” dimanaran de su “imaginación incontenible”, apartadas de los “axiomas o cosas comunes”, pero ciertamente fruto de “la materia prima de su pensamiento”, desemboca, incuestionablemente, en un eufemismo totalmente irrelevante, puesto que lo importante consiste, esencialmente, en la vocación y práctica colonialista, imperialista de Winston Churchill, cuyo objetivo principal era la de preservar “la supremacía del Reino Unido”. Ideología, indudablemente, basada en el saqueo y la explotación de otros pueblos a través de la violencia múltiple y sistemática.

Sobre el ínclito varón, el biógrafo Andrew Roberts, citado por Cándido Gerón, refiere que Churchill abrigaba un auténtico y hondo sentido paternalista del deber, que le obligaba a velar por los indígenas presentes en el Imperio Británico…el Gobierno tenía la misión de proteger a los nativos de lo que él  denominaba ´la mezquina comunidad blanca imbuida de todas las ideas, duras y egoístas, que marcan el celoso contacto de las razas y certifican la explotación de los más débiles.”

Muertos por la hambruna que sufrió La India bajo el dominio del Imperio Británico. Foto de la revista Life.

Harto conocido, no obstante, en contraposición al párrafo anterior, el también Premio Nobel de Literatura afirmaba, con relación a la hambruna bengalí, el siguiente trozo: “Si la comida está escasa, ¿por qué no se ha muerto Gandhi de hambre?”. En otro renglón, el “brillante estadista…de hondos sentimientos”, según el poeta Gerón, subsecuentemente señalaba: “Ninguna ayuda va a salvarlos. Los indios se reproducen como conejos y desperdician cualquier alimento”.

En ese sentido, ¿acaso fue esta “figura descollante”, perteneciente a “la raza heróica de su tiempo”, el responsable de la inanición o hambruna de 1943 en Bengala? Efectivamente, culpable directo y por complicidad, dado el contexto del Raj colonial británico, donde Churchill, en su condición de Jefe de Estado, pudo, por lo menos, amortiguarla. En su lugar, ordenó, bajo su mando, confiscar y transportar, durante la guerra, todo el alimento de Bengala para destinarlo a sus tropas colonialistas del frente de oriente medio y Egipto. En otras palabras: la vida de un ciudadano británico importaba más que las de millones de “salvajes piel oscura”, tal como lo había proclamado en el parlamento británico, en franca actitud supremacista, el que llegara ser “el General estratega más sobresaliente”.

Opuesto a los parlamentarios de la época, quienes defendían a rajatabla la raza blanca, Andrew Roberts, citado por Gerón, refiere que Winston Churchill, comprometido con los indígenas y los afrikáneres, “…escribirá acerca de una futura sociedad sudafricana en la que ´el negro se proclamará igual al blanco…y exigirá que se le reconozca legalmente esa igualdad y que asuma que ha de contar con los mismos derechos políticos´”. Más aún, el poeta en cuestión manifiesta: “Es por ello que tuvo sus razones en criticar la esclavitud y todo tipo de arbitrariedad que frenara la libertad y el respeto de las tradiciones indígenas y africanas.” Sin embargo, Churchill, quien, conforme al también periodista Cándido Gerón, nos brinda una figura “íntegra”, había expuesto, a propósito de las razas, que los blancos constituyen una “raza más fuerte…y de mayor grado”. En la obra “La Guerra de Churchill”, su autor, Madhusree Mukerjee, concede que el Primer Ministro calificaba a los habitantes de la India como un “pueblo repugnante con una religión repugnante”. Al secretario de Estado para la India, Leopol Amery, según se narra, el “genio político y militar sin fronteras” le había confesado: “Odio a los indios”.

En ese mismo orden, John Charmley, el autor de Churchill: el final de la gloria, el susodicho estadista de múltiples facetas expresaba, en 1937, ante la Comisión Real para Palestina, su abierta tendencia elocuentemente darwiniana: “No admito, por ejemplo, que se haya inflingido una gran injusticia contra los Indios Rojos de América y el pueblo negro de Australia. No admito que se haya cometido una injusticia contra estos pueblos por el hecho de que una raza superior, una raza de grado superior, una raza con más sabiduría sobre el mundo por decirlo de alguna manera, haya llegado y haya ocupado su lugar”.

Ahora bien, indudablemente, Churchill fue un hombre de grandes fortalezas. ¿Superaron éstas sus flaquezas? Lo importante aquí es el hecho de contar la otra historia en el escenario de sus posicionamientos cambiantes, tanto complejos como contradictorios. Como cualquiera ser humano, Winston Leonard Spencer Churchill (1874-1965) fue una aleación contradictoria de eventualidades, exaltaciones, ideas y raciocinio. Pero menos aún,  decharlo, a lo Gerón, de una innecesaria matrix, en el marco cognitivo, lingüísticamente alabanciosa, abstracta, generalizada, y sutilmente desvinculada de las acciones colonialistas del sujeto, epítome de los poderes fácticos.

Verdaderamente, no existen héroes sin tachas, pero debemos, asimismo, sopesar la trascendencia de las tachas.

 

Luis Ernesto Mejía en Acento.com.do