En su amplia visión del pensamiento filosófico y metodológico, y con rigurosa conciencia crítica, Byung-Chul Han nos permite también entrar en el mundo de la posmodernidad que, desde su particular lucidez analítica e intelectual, plantea una gama de problemas por la que atraviesa el ser humano. Por ejemplo, pone de manifiesto, en el régimen de la información, el dominio que se oculta como fenómeno que se fusiona por completo con la vida cotidiana. Señala también qué se esconde detrás de lo agradable de los medios sociales, la comodidad de los motores de búsqueda, las voces arrulladoras de los asistentes de voz o la solícita servicialidad de las smarter apps.

Y va al centro del problema al poner de manifiesto que el smarthome está demostrando ser un eficaz informante que nos somete a una vigilancia constante, y que la smarthome transforma todo el hogar en una prisión digital que registra de manera minuciosa nuestra vida cotidiana. Se trata, según refiere Byung Chul-Han, del robot aspirador inteligente, que nos ahorra la tediosa limpieza, y cartografía toda la vivienda. En ese sentido, la smartbed, con sensores en red, continúa la monitorización incluso durante el sueño. Por tanto, la vigilancia se introduce en la vida cotidiana en forma de convenience. Asegura que la prisión digital como zona de bienestar inteligente no resiste al régimen imperante. El like incluye toda revolución.

Subraya que “el régimen de la información se desenvuelve sin ningún tipo de restricción disciplinaria. No se obliga a la gente a tener una visibilidad panóptica. Más bien esta se expone sin ninguna coacción externa por una necesidad interior. (…) El imperativo de la transparencia –indica– permite que la información circule con libertad”. No son las personas las realmente libres, sino la información. La paradoja de la sociedad de la información, de acuerdo a Byung-Chul Han, es que las personas están atrapadas en la información. Ellas mismas se colocan los grilletes al comunicar y producir información. Termina señalando que la prisión digital es transparente (Byung-Chul Han, Infocracia: La digitalización y la crisis de la democracia, traducción de Joaquín Chamorro Mielke, Penguin Random House Grupo Editorial, Madrid, 2022, pp. 14-15-17).

En su texto El aroma del tiempo: Un ensayo filosófico sobre el arte de demorarse, penetra los laberintos de la imaginación mística y su tesis sobre el tema en cuestión se apoya en las ideas de Heidegger. De entrada, sostiene que “El Dios de Heidegger protege lo ‘eterno’, el ‘enigma de lo que permanece y es grande’”. En un sentido más amplio, reflexiona que “El estar arrojado y la facticidad caracterizan la relación del hombre con Dios. El ‘hacer’ humano vuelve ‘sordos’ a los hombres ante el lenguaje de Dios”.

Byung-Chul Han transita los mismos caminos de Aristóteles, Heidegger y Kant, guardando la diferencia de genio, época y problemas metafísicos.

Argumenta desde su perspectiva conceptual, que “Estos sucumben al ruido de los aparatos que, casi, tienen por la voz de Dios”. Asimismo, dice, “Dios aparece en cada ‘silencio’, que surge cuando se apagan los aparatos técnicos”. Pone de manifiesto que “La época de los aparatos, que se acelera, arranca al mundo y las cosas de su propio tiempo”. De manera, sostiene, que “El pensamiento de Heidegger se posesiona, en última instancia, contra el cambio histórico que pasa de la repetición, del estar arrojado y la facticidad a la libertad y la autoafirmación”.

Para Chul Han, “Dios es aquella instancia que imprime el sello de la vigencia eterna a una estructura de orden y sentido”. Y, por tanto, “Representa la repetición y la identidad”. Por tal motivo, manifiesta: “No hay un Dios del cambio y la diferencia. Él estabiliza el tiempo. La aceleración remite, al fin y al cabo, a la muerte de Dios”. Por ello, añade: “La pérdida de facticidad del mundo derivada de la fuerza humana tiene como consecuencia la destemporalización (Entzeitlichung). Para Heidegger, solo cuando el mundo esté en su propio tiempo, en silencio, ‘el aliento del camino de campo’ se hará audible como lenguaje de Dios” (Byung-Chul Han, El aroma del tiempo: Un ensayo filósofo sobre el arte de demorarse, Herder Editorial S. L., España, 2021, pp. 112-113).

En cambio, en Muerte y alteridad, parte de la idea o la invención a partir de la convergencia de las teorías místicas o desde el prisma del subconsciente de lo divino en donde se pregunta: “¿Cómo puede el existente existir como mortal y, sin embargo, preservar su ‘personalidad’, conservar sus conquistas al ‘hay’ anónimo, su señorío de sujeto, su conquista de la subjetividad?”. Y vuelve a preguntarse: “¿Puede el ente entrar en relación con lo otro sin que eso otro destruya su sí mismo?”.

Desde este corpus dialéctico plantea que “Igual que sucede con aquello absolutamente otro (l´autre) que anuncia la muerte, también el otro (autrui), es decir el otro hombre, es refractario al ser abordado por el yo. La relación con el otro como “eros” se sitúa fuera del poder, “exactamente igual que sucede con la muerte. Por ello, hemos buscado esta alteridad en la relación absolutamente original del Eros, una relación que no es posible traducir en términos de poder”.

La experiencia de facticidad, experiencia, impulso, instinto o rasgo en el hombre, a partir de la concepción de Chul Han, “a diferencia de lo otro (l´autre), el otro (l´autre) no extermina el yo. Es posible por tanto una relación dual, que el yo se mantenga en pie ante el otro, un ‘cara a cara’”, acota. Y añade: “Allí donde todos los posibles son imposibles, donde no es posible poder, el sujeto es aún sujeto para el eros”. “En tanto –agrega– el amor no es una posibilidad, no se debe a nuestra iniciativa, es sin razón, nos invade y nos hierre y, sin embargo, el yo sobrevive en él” (Byung-Chul Han, Muerte y alteridad, traducción de Alberto Ciria, Herder Editorial S. L., Barcelona, 2020, pp. 144-145).

En La expulsión de lo distinto, texto de reciente factura, se enfoca en la Metafísica de Aristóteles y en Heidegger, al parecer, su filósofo favorito, junto a Enmanuel Kant. El autor coreano, por igual, se inscribe en la corriente de los pensadores y filósofos que han tratado el tema de la humanización del hombre a partir de lo apologético.

Aristóteles piensa que el entendimiento humano puede llegar al conocimiento del ser en sí por medio de la aprehensión de su sustancia, siendo éste el postulado medular de la filosofía realista tradicional, que tan gran trascendencia tuvo y seguirá teniendo en las construcciones de filosofía y, en consecuencia, en la doctrina política a través de la historia.

A partir de los principios morales elabora su doctrina del bien especial en su Ética a Nicómaco. Atribuye a esta concepción del bien la particular importancia de la Ciencia Política, al relacionarla con la idea de comunidad, implicando la determinación del bien de esa comunidad, o sea, la teleología o principio finalístico.

Como sabemos, la construcción ética de Aristóteles, como todo su sistema, deriva de la observación de los datos de la realidad, y así expresa en la misma Ética a Nicómaco que: “Cada cosa, sobre todo cada instrumento tiene su peculiar ser y sentido; cuando llena su misión y cumple su cometido entonces es buena. Igual ocurre con el hombre, si se comporta según su naturaleza y cumple los cometidos fundados en su esencia, llenando así el sentido de su ser, le llamamos bueno y al mismo tiempo dichoso”.

Hay en este pasaje, según revela Aristóteles, una clara referencia a la existencia de un orden natural derivado de la misma esencia de las cosas, siendo así un antecedente importantísimo del jusnaturalismo cristiano. Estas observaciones aristotélicas son la piedra angular de la doctrina del Derecho natural, considerado como un orden preestablecido por la misma naturaleza y al cual debe ajustar el hombre su conducta para lograr el bien, esto es, su perfección. Aristóteles aplica esos mismos principios a su construcción política, pues la perfección y plenitud de la moralidad, esto es, del bien, la encontramos en la comunidad política. Sólo en la sociedad política logra el hombre su perfección y únicamente en ella se realiza el bien en gran escala.

Según plantea, ésta es  la base indestructible de la existencia de la realidad política que une a los hombres en una comunidad natural, señalando este pensamiento del Estagirita una de las grandes directrices del pensamiento político de la humanidad y así formula en el párrafo primero (125 a), de su Política, la que consideramos verdad absoluta del realismo político del que es él primordial figura: “Vemos que toda ciudad es una comunidad y que toda comunidad está constituida en vista de algún bien, porque los hombres siempre actúan mirando a lo que les parece bueno; y si todas tienden a algún bien, es evidente que más que ninguna, y al bien más principal, la principal entre todas y que comprende todas las demás, a saber, la llamada ciudad o comunidad civil. (Francisco Porrúa Pérez, Teoría del Estado, Editorial Porrúa S.A., México, 1978, pp. 43-64).

Byung-Chul Han transita los mismos caminos de Aristóteles, Heidegger y Kant, guardando la diferencia de genio, época y problemas metafísicos. Y formula una serie de interrogantes que formula Heidegger en cuanto a “la voz del amigo” y necesita aquí del otro para darle a la voz una cierta trascendencia. En ese sentido, el filósofo coreano, cuyos textos han sido traducidos en casi todos los países del mundo y vendidos más de 20 millones de copias, extrapola conceptos puntuales con respecto a la voz del sujeto:

“El Heidegger tardío convierte la voz en el medio del pensamiento en general. El pensamiento pone a merced de una voz y deja que ella temple y lo defina afinándolo”. Por otra parte, cita al poeta judío Paul Celan (1920-1970), cuando afirma: “El arte presupone la trascendencia de sí mismo. Quien tiene en mente el arte, se ha olvidado de sí mismo. (…) El arte crea una ‘lejanía del yo’. Olvidado de sí mismo, se dirige hacia lo inhóspito y extraño: Tal vez –solo pregunto– tal vez la poesía, como el arte, se dirige, con un yo olvidado de sí mismo, hacia aquello insólito y extraño”.

Chul Han amplía las ideas de Celan, al afirmar que “Hoy ya no vivimos poéticamente en la tierra. Nos acondicionamos en la zona digital, donde nos sentimos a gusto”. Y añade: “Somos cualquier otra cosa menos anónimos u olvidados de nosotros mismos”. A seguidas, sostiene: “La red digital habitada por el ego ha perdido por completo todo lo ajeno, todo lo inhóspito. El orden digital no es poético. Dentro de él nos movemos en el espacio numérico de lo digital” (Byung-Chul Han, La expulsión de lo distinto, traducción de Alberto Ciria, Herder Editorial S. L., Barcelona, 2022, pp. 87, 88, 96 y 97).

Cándido Gerón en Acento.com.do