Ser escritor es un oficio sumamente complicado. Lograr una buena obra es un trabajo que requiere tiempo, mucha paciencia y dedicación. Todo escritor es una persona pensativa, cuidadosa y apasionada. Además, se debe tener en cuenta que el oficio de escribir a menudo va de la mano con la soledad.

Encerrarse a escribir sin que nadie perturbe el proceso creativo es una tarea ambiciosa. Muchos encuentran la paz necesaria para crear hermosas obras de esta manera. Sin embargo, algunos escritores pueden trabajar bajo cualquier circunstancia sin que eso afecte el valor de sus creaciones. Otros se dejan llevar por la realidad y, de un impulso, dan vida a grandes obras maestras.

Pero al final, todos los escritores comparten algo en común: ya sea escribiendo en silencio o en medio del bullicio, encuentran la paz deseada. Por ejemplo, Dostoyevski, motivado por un impulso moral, dio a luz a la que sería la primera novela social rusa, “Pobres gentes”, en la que retrató la situación social y política de la Rusia zarista del siglo XIX. El joven Dostoyevski, sin experiencia como escritor, un día se sentó y decidió escribir sobre su patria, impulsado por la desgracia que había sufrido su padre a manos de su propia gente. Así comenzó la vida en la escritura de uno de los escritores rusos más importantes de todos los tiempos.

Desconozco si las personas tienen razón cuando dicen que escribir una novela es más fácil que escribir otro género literario, como el cuento. Cada uno tiene su propia opinión. La novela tiene la particularidad de ser más descriptiva, característica que no se da en el cuento. Sabemos que el cuento es un género más conciso, pero a la vez más complicado de crear. Juan Bosch explica en su conocido ensayo “Apuntes sobre el arte de escribir cuentos” que la novela es extensa, mientras que el cuento es intenso. Estoy de acuerdo con esta teoría. Terminar un buen cuento es más trabajoso que escribir una novela, aunque esto depende del tipo de novela del que estemos hablando.

Desde el punto de vista del lector, muchas veces ignoramos las dificultades que enfrenta un autor al escribir y dar vida a una buena historia. Es fácil para nosotros ir a una librería o biblioteca, tomar una obra, leerla y disfrutar de cada detalle sin preocuparnos por cómo fue escrita. Ignoramos el trabajo, la dedicación y los dolores de cabeza que pudo haberle costado al autor. Lo que quiero decir es que es diferente estar del lado del escritor que del lado del lector. No sé si estoy equivocado, puede ser que sí, pero lo que sí estoy seguro es que la creación de una buena historia requiere tiempo y mucha dedicación.

Como lector, tengo mis preferencias: el cuento y la novela, por ejemplo, son mis dos géneros favoritos. Aunque la novela tiene sus múltiples dificultades en su elaboración, considero que lo más difícil es darle inicio. Muchas veces empezamos con lo que creemos que es el comienzo ideal, pero a medida que nuestra imaginación fluye sobre el teclado del ordenador o sobre las hojas en blanco de una libreta, nos damos cuenta de que realmente no sabemos a qué le estamos dando vida. Ignoramos si es un buen comienzo o no. La realidad es que, finalmente, este detalle, si es bueno o malo, quedará a consideración del lector.

Recuerdo que Gabriel García Márquez dijo en una entrevista, parafraseando sus palabras, que descubrió lo fácil que era escribir cuando leyó “La Metamorfosis” de Kafka. Con la simple lectura de “La Metamorfosis”, se dijo a sí mismo que cualquier persona podía ser escritor. No sé si el autor de “Cien años de soledad” tiene razón, debemos considerar que fue un comentario personal. Pero lo que no cabe en duda es que fue una lectura que benefició a García Márquez, y con el paso de los años, se ha convertido en un libro obligatorio para jóvenes escritores. La realidad es que muchos aspirantes a escritores siguieron los pasos de García Márquez, incluyéndome a mí. Desde hace años, me convertí en un fiel lector de sus trabajos, conocí su obra en mis estudios primarios cuando cursaba el bachillerato. Recuerdo que la primera novela que leí fue “Crónica de una muerte anunciada”, y luego devoré por completo cualquier texto que fuese fruto de su pluma. Como cualquier joven lector, seguí buscando y explorando nuevos autores. Pero no antes de caminar por las calles de Macondo, o ver al coronel esperando una carta que nunca ha de llegar, o sentir en carne propia el asesinato anunciado de un joven por algo que no cometió. Tantas historias que hice mías y que en cada lectura me hacían sentir parte de los acontecimientos. Con estas lecturas empezó mi andar en este complicado mundo de la escritura.