La razón, entre otras cosas, analiza, reflexiona, proyecta y conjetura. Probablemente por eso, Kant diría que es la facultad principal del conocimiento. Sin embargo, no dejaría de reconocer que es limitada y, por tanto, no puede saberlo todo. Consciente de eso, Borges, si bien utilizó la razón en sus análisis interpretativos, no es menos cierto que apostaría por la imaginación no simplemente para recordar y representar, sino como medio para conocer y razonar más allá de lo visto, oído y pensado.

Borges, no sería extraño decirlo, razonó la razón, al tiempo que la desrazonó, por así decirlo, con la imaginación razonadora.

Para David Hume, la imaginación, cabría señalar, separa, divide, mezcla y es libre no sólo para reproducir experiencias, vivencias y hechos pasados, sino para avistar todo cuanto pareciese borroso en la lejanía. De ahí dijese una verdad, a todas luces, innegable:

Nada es más libre que la imaginación humana; y aunque no puede exceder el primitivo caudal de ideas suministradas por los sentidos internos y externos, tiene poder ilimitado para mezclar, combinar, separar y dividir esas ideas en todas las variedades de ficción y quimeras. Puede simular una serie de hechos con todo el viso de la realidad, adscribirlos a un tiempo y lugar concretos, concebirlos como existentes y pintarlos con todos los caracteres [circumstances] de un hecho histórico cualquiera en el que ella cree con la mayor certeza.

Esa explicación, no se puede menos que admitir, goza de mucha certitud. La razón: no le falta ni le sobra nada.

En su interesante tesis doctoral “Palabra y pensamiento en Borges”, Liliana Naviera de del Valle escribiría, no sin razón, que la palabra en su esencia significativa tiene de suyo el poder de remitirnos a la realidad, aunque de manera tangencial y huidiza. Más, si se trata de imaginar un arquetipo literario, y más aún si lo que se intenta es pensar sobre el ser. Sobre todo en este terreno, la palabra no es parca, nos limita.

Diríase, entonces, que la palabra no podría expresa la totalidad de sentidos del ser. Puede que lo hiciese con algunas de sus partes, no así con su esencia constitutiva. Borges prontamente entendió eso. Sabía, como el que más, que es así y no podría de otro modo. Su buen oír, atento y agudizado, captó los susurros más recónditos de la naturaleza y, de manera excepcional, se diría, pudo ver no solo lo invisible, sino también lo imperceptible. Quizás esa y no otra, sería la razón por la cual(su decir sobrio, claro y sustancioso) trascendió los límites intrínsecos de las palabras.

Borges, es harto  sabido, leyó y releyó tanto a los clásicos de la filosofía como de la literatura. Sus amplios, sólidos y profundos conocimientos de metafísica, cábala, mística, religión, lenguaje, cultura, sociedad, lengua y poder, les permitieron (gracias a su gran talento) forjar una concepción óntica, axiológica, epistémica hermenéutica y metafísica inmanente y trascendente( legítima, creativa y de gran originalidad), sobre las fantasías, los sueños, laberintos, el infinito y demás. Sus cuentos, poemas y ensayos, si se quiere, son claros testimonios de ello. No en vano, Naviera de del Valle comprendió eso en su justa dimensión y, sin muchos esfuerzos, habría de saber que Borges en su intensa y fructífera práctica escritural, razonó con la imaginación sus admirables creaciones literarias. Ello, de por sí, justificaría la inmortalidad de sus obras en el espacio-tiempo de la eternidad. De ese modo, se dio así mismo el mejor de los premios: perdurar para siempre en la memoria histórica de la cultura universal.