La lucidez absoluta es incompatible con la realidad de los órganos. Cioran
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Hermanos a la vez creó la suerte al amor y a la muerte. Leopardi
El amor, si asumimos cualesquiera de sus clasificaciones y definiciones, supone una lucidez absoluta, lo que a mi modo de entender supondría una psicología de todo lo posible. Pero además, crearía un objeto de amor inmaculado, tendente a la perfección. Tales aspiraciones, en ambos casos, topa con los límites que imponen los órganos, no solo los del cuerpo físico, sino los de la otra corporeidad que, según Deleuze, implica la moral de las organizaciones exógenas.
Aquí se nos impone una paradoja difícil: el amor es una moral, una obediencia a los mandatos de la cultura, política en fin en tanto que dispositivo de domesticación, o es una rebelión contra el individualismo, dinamo que mueve la vida. Aceptar que el amor se expresa según las tradiciones de una cultura y que marca el proceso complejo de perpetuidad en nosotros, animales sexuados, parece disolver la paradoja en la sublimación de la pulsión básica por la reproducción,
Schopenhauer afirma, de manera descarnada, que el amor es una trampa que nos tiende la naturaleza. “La voluntad absoluta de vivir” es solo el acto que procura lo único y verdadero: la garantía de la próxima generación, lo que para este filósofo explica la novela del amor; el resto es asunto de los poetas y las apasionadas ficciones de una fructífera etapa de la literatura. Amor y muerte cunden las páginas del romanticismo.
Visto así, para buscar definiciones de amar sería necesario despojarse de la organicidad preexistente, y buscar una especie de pureza trascendental que para el hombre implica un callejón sin salida, solo posible por el imaginario. De esta manera, el amante imagina su santidad en el acto de amar como estado delirante y, por otro lado, nunca alcanza a amar al otro a quien dice sino a su fantasma, o peor, a un fantasma ya preexistente, constituido. El objeto del deseo siempre está en otra parte, lo cual implica una catástrofe.
Ovidio, en El arte de amar, afirma que el que simula amor acaba por sentirlo. La génesis del amor está en la simulación. El simulador juega artísticamente. Va tras la búsqueda de la mujer ideal y termina creyendo que su creación es la realidad.
Los amantes somos modernos Pigmalión. Basado en la historia de sus deseos, cada quien crea su efigie de amar, solo que, a diferencia del Pigmalión original, en vez de cincelarla en la roca, investimos al cuerpo del otro con eso que Freud llamó catexia, y que nosotros llamaremos fuerza de amar.Debido a que toda esta fuerza de amar proviene de nosotros mismos, su origen más profundo es narcisista. El narcisismo primario nos hace elegirnos como primer objeto de nuestro amor. En el proceso de desarrollo infantil, rápidamente identificamos a la madre idealizada como nuestro segundo objeto de amor, al cual pronto debemos renunciar e iniciar la errancia del investimento siempre frustrado, puesto que ninguna podrá ser subrogado de la madre.
Amar es una empresa fracasada. Sin embargo, volvemos sobre lo mismo. El mecanismo adaptativo pone en acción una gama de emociones cuya raíz, según John Bowlby, es el proceso innato de adecuación con el cual la criatura endeble que es el ser humano se apega a la búsqueda inconsciente de protección. Como animal altricial (dependiente para desarrollar), sin esa tendencia al albergue del otro sencillamente no podría sobrevivir. Una vez más, el amor se nos presenta como un mecanismo egoísta que, paradójicamente debilita al yo.
Hay muchas cosas que se escapan de la comprensión humana de sí mismo, el amor no es la excepción, a pesar de que a diario lo colamos en nuestro lenguaje como si de algo simple, comprendido y cotidiano se tratase. Desde El arte de amar de Ovidio, pasando por el título homónimo de Erich Fromm, hasta las fervorosas páginas de Ignase Lepp, topamos con la escritura de lo evidente.
Resultan sospechosos los amores felices, así como la inapetencia en las parejas que no son más que la coronación de la hipocresía. Tenemos la tendencia, por aquello que los psicólogos llaman búsqueda de consonancia, a maquillar la realidad para hacerla más llevadera. De tal modo, convertimos el amor en un penoso intercambio de tormentos y tomados de la mano divagamos por otras secretas fantasías.
En un recorrido por los amores exitosos, esos que duran largos periodos, descubrimos que el amor humano es un proceso de búsqueda desesperada por compartir el sufrimiento. Alguien va a cargar con mis penas y a cambio me pedirá lo mismo. La falta de significación de la vida nos pone cada día disyuntivas que resolvemos con fantasías creíbles como el amor.
Sin embargo, en esta complicidad egoica, como ya hemos esbozado, se funda la voluntad de vivir. Allí, en el acto de sublimación pulsional, convergen todas las fuerzas tendentes a nuestra existencia. La fuerza creadora de nuestra propia naturaleza que solo podemos verificar en nosotros mismos e intuir en el objeto amado, nos hace ser alguien en el otro, aun sea el fantasma de sus ensoñaciones.
Quisiera amar como Dios o los ángeles, pero en la imperfección no crecen alas.