Puerto Rico siempre será una isla-casa. Al menos para los escritores. No hay manera de desembarcar allí sin que de inmediato uno se sienta cómodo en el calor de sus rincones luminosos y bajo el tibio recibimiento de los boricuas. Del 5 al 7 de abril fue celebrado en Caguas el Congreso Internacional de Escritores. La delegación provino de siete países: Colombia (Pilar Quintana), Cuba (Karla Suárez), España (Rosa Montero, Chiki Fabregat, José Manuel Fajardo y Javier Sagarna), México (Guillermo Arriaga), Perú (Iván Thays), Puerto Rico (Luce López-Baralt, Magali García Ramis, Mayra Santos Febres, Eduardo Lalo, Edgardo Rodríguez Juliá, Luis Negrón, Arlene Carballo, José Borges, Awilda Cáez, Helena Sampedro Colón, Emilio del Carril, Silverio Pérez, Alejandro Álvarez Nieves, Tere Dávila, Javier Ortiz Román y Violeta Lorenzo) y República Dominicana (un servidor y guía de vuestras mercedes). Hubo otro país que, por estar representado por autores con un pie aquí y otro allá del mar, convengo nombrar como Caribe: Mayra Montero y Carlos Roberto Gómez Beras. Esta delegación, sin embargo, no se limitó a esta calidad y número de integrantes, pues contó con otros participantes valiosos que irán aflorando en el transcurso de estas líneas.
A continuación, se presenta una especie de crónica del evento a partir de lo que vi y de lo que en ocasiones no se vio. La organizaré a manera de bitácora por tres razones: porque se me ocurre así, porque estábamos en aguas caribeñas y porque al fin y al cabo llegué al evento a bordo de un barco.
Domingo 3 de abril
La aerolínea canceló el vuelo, como parte de una horrible costumbre que desarrolló hace algunos años. No mencionaré su marca para no comprometer este medio; pero sépase que su nombre se traduce a lengua de cristianos como “avioncito azul” y que esa empresa no posee la capacidad ni para regar los arrozales de Ranchito. Varado en el aeropuerto, con una nueva reservación que no me pondría en Puerto Rico sino cuando el evento estuviera a punto de concluir, surgió la otra opción: largarme en el Ferry. Se estableció comunicación con la capitana Ivonne Class, directora de Bellas Artes en Caguas, quien, apoyada en su espíritu caribeño, vio a bien el plan de navegación y lo bendijo. Se contaba con una hora para hacerlo todo: nueva prueba sobre el Covid, desplazamiento hasta el puerto y compra del boleto.
Lunes 4 de abril –matinales
Con el sol puesto, la nave se aquieta en las mansas aguas del puerto de San Juan. Llego al acogedor hotel Coral Princess y, acometiendo el consejo de mi estómago, me aproximo al área del desayuno. Allí estaban Rosa Montero y Helena Sampedro, acompañadas de Marta Ferrere, Alicia Boluda Brunet y Diana Gil-Casares, del número de la Escuela de Escritores de Madrid. Como quien se encuentra ante un náufrago, me abordaron con preguntas sobre la travesía. Les conté todo mientras tomaba un café. Creo que me hubiese sido bueno tener una manta. Escuchaban asombradas. Tras relatar el juye-juye, me fui dando cuenta de que realmente había sido un modesto acto apoteósico, que solamente se pudo realizar gracias al equipo de apoyo de Ibeth y Eidan y por el deseo profundo que sentía de hablar con la gente, luego de dos años, sin necesidad de prender la cámara y el micrófono de Zoom.
Lunes 4 de abril –vespertinas
Como los Intocables de aquellos muñequitos de Dick Tracy, abandonamos el hotel con rumbo a Caguas en una miniván. Caguas es un territorio sin aguas alrededor, poblado de museos, espacios culturales y de un número de gente que siente mucho orgullo de haber nacido allí. Realmente, se trata de una ciudad acogedora e importante. Da un gusto encontrarse en ella y con sus vecinos. Bajo el tetero del sol caímos en el Jardín Botánico, para la conferencia de prensa. Este encuentro con la otrora gente de libretica y lapicero fue presidido por el alcalde de puesto, William E. Miranda Torres. Acostumbrado al mal sabor de la gente de política en los asuntos culturales, en un inicio me preguntaba qué pito tocaba este hombre en un asunto de letras. En poco tiempo, viendo y preguntando a los vecinos, dime cuenta de que el apoyo a la gestión artística es de su natural, por lo que sentí complacencia y envidia de que la mayoría de políticos del patio dominicano fueran incapaces de replicar experiencias semejantes.
Otrosí: En tanto fuimos llamados a ocupar las mesas para disfrutar del espectáculo musical, se me encendió una alarma. Un servidor, en compañía de un grupo de puertorriqueños, tomamos asiento bajo la sombra, como Dios manda, mientras que los españoles y delegados de otros lares ocuparon mesas bajo un sol que caía como una enorme piedra de candela. Temí que de repente se crearan dos grupos: el caribeño y el de los otros. Pero muy pronto recordé que la gente de clima templado busca del sol como nosotros, en los lares suyos, la nieve. Así fue, igual que fue esa la única vez en que no permanecimos todos entremezclados durante aquellos días como si gente de una misma tribu se tratara.
Martes 5 de abril
Inició el Congreso en el Centro de Bellas Artes. Tras muy poca y agradecida parafernalia protocolar, principió la jornada con una conferencia del escritor Eduardo Lalo. Lo bueno fue que se metió profundo en sus consideraciones. Lalo planteó la escritura como la experiencia de un contínuum. Esa profundidad también fue mala, porque puso la valla alta y obligó a los de conferencia posterior -al menos a un servidor- a darle mayor sustancia a lo que decir le correspondería durante la suya.
En seguida les tocó el turno a las Montero: Rosa y Mayra. Por la cofradía con que se conducen, parecen hermanas no solamente por cosa de apellido, sino por las experiencias compartidas y por el impulso visceral de vivir el contínuum de la escritura. Mayra habló de su fascinación personal por sus personajes. Rosa Montero fue como la madrina de la delegación. Su chispeante entusiasmo y su cordialidad goteaban por todo su alrededor. Ella dijo que no podía escuchar música mientras escribía, ya que eso competía con sus gustos estéticos; yo ahí pensé que a Dios sean las gracias por haber mandado a parirla en las Españas, porque de haber nacido en el Caribe -donde la bullanga a menudo convierte la escrituración en un gritar de toda laya- en ocasiones, de su pluma, más que grandes novelas hubiesen brotado letras de bachata, reguetón y salsa.
Tras los refrigerios del mediodía, tomó el pedestal la criolla Mayra Santos Febres. Con un dominio y experiencia que le viene de la mucha observación y estudio, Mayra subrayó que en esta zona necesitamos de textos que nos recuperen desde el sentido de la raza. Y esto es así, porque hacerlo es hablar de lo que somos en esta parte del mundo: pensar el Caribe sin mestizaje equivale a comer un sándwich de lechuga sin vinagreta siquiera. Otra caribeña, Karla Suárez, defendió la vida de la ficción como existencia que puede suceder al margen de la historicidad. Porque, verdaderamente, no existe un dato que pueda quedar fuera de la invención y de la subjetividad.
Antes de ponerse el sol, Pilar Quintana presentó una conferencia que, previo al umbral, remitía a Darth Vader de Star Wars: “Narrar el lado oscuro”. Pero fue humanamente más oscura. Y no era para menos. Verbigracia, en su novela Los abismos (Premio Alfaguara 2021) la inocencia se quiebra en un cristal del que se recuperan filosas referencias a la guerra, la violencia de género y la opresión como experiencia común. En este punto, cabe observar que la delegación colombiana contó con un segundo delegado cuasi expositor: el pequeño Salvador, hijo de Pilar, quien en todo momento le hacía recordar que era madre, con toda la vitalidad y energía que tal portento implica.
El día cerró con el debate “Qué leer”, exquisitamente moderado por Awilda Cáez, con la participación de Chiki Fabregat, Javier Sagarna, Arlene Carballo, José Borges y el arriba firmante. Se habló allí sobre los gustos, preferencias y retos de la lectura desde diversos puntos de vista que, en cierto sentido, desembocaron en uno común: se lee por placer.
Martes 5 de abril –nocturnas
La cena fue abundante, medidamente regada por líquidos espirituosos. El comandante José Manuel Fajardo puso en evidencia uno de sus dotes fundamentales: la orientación hacia el sabroso comer. Durante el retorno, la delegación de a bordo fue obsequiada por un finísimo espectáculo de canciones a cargo de Alicia Boluda Brunet y la aterciopelada voz de quien firma estas líneas. El obsequio no recibió el merecido agradecimiento, lo que reveló la única actitud de profunda envidia en todo el grupo.
Miércoles 6 de abril
Amaneció el Señor y a primeras horas de la mañana estábamos de vuelta en Caguas. El evento dio empiece con la conferencia de Iván Thays. Iván, con ese ligero tono triste que siempre recuerda aquella nostalgia que Mariátegui rastrea en las raíces de César Vallejo, echó mano a un delicado humor para plasmar el contraste entre la medida burocracia del autor, imprescindible para ganar las vituallas y ajuares propios del subsistir, y la anarquía del acto escritural.
Y luego retornó al podio Rosa Montero, chispeante y magistral, para compartir “La cocina del escritor: cómo nace un libro”, ante un público que aprovechó cada una de sus “recetas” sin perderse ni un solo ingrediente. Luego del merecido almuerzo, Montero regresó en compañía de Luce López-Baralt para presentar su nueva novela “El peligro de estar cuerda”. Desde esa lucidez y dulzura que le caracterizan, Luce resaltó que es “un libro impactante en el que se explora el misterio de la creatividad y sus inquietantes paralelos con las compensaciones mentales tan altas como el suicidio, la dependencia del alcohol o los fármacos, la depresión o la disociación”. Tan pronto concluyó su participación con el público, Rosa entró corriendo al camerino y se despidió con gestos veloces pero muy cálidos, ya que tenía que irse al aeropuerto para retornar a las Españas. Es una mujer grandiosamente humana. En ese momento recordé un gesto suyo del martes. Le había hablado de una lectora dominicana que le admira, Rosa Silverio; en ese momento llamé a la dominicana para decirle que me encontraba junto a la autora de “El peligro de estar cuerda”. Rosa Montero me pidió prestado el teléfono y charló brevemente con la otra Rosa. Gente es gente, pensé, y nada engrandece más a la gente que ser gente.
Miércoles 6 de abril –hacia el corolario
El trayecto continuó con la conferencia “Las escuelas de escritura y la importancia de escribir”, a cargo del narrador Javier Sagarna. Javier es el director de la Escuela de Escritores en Madrid (https://escueladeescritores.com/), por lo que cuenta con una amplia experiencia en la formación de escritores. Partió de su conocimiento estructurado de los procesos creativos, insertados en una atmósfera de buen humor. Resaltó que el ejercicio escritural exige tesón y soledad, gajes que a menudo convierten al escritor en un sujeto irritante. Como muestra de su labor y conocimiento, la delegación contaba con otros miembros de la Escuela: Chiki Fabregat, que también es allí docente, y las escritoras Diana Gil-Casares, Marta Ferrere, Alicia Boluda Brunet y Helena Sampedro, quienes curiosamente parecían sentirse muy a gusto de no mostrar sus competencias narrativas. Entre sus afirmaciones, indicó que se escribe para evidenciar que estamos vivos. Y con esa perla de sabiduría práctica dejó el carril abierto para la penúltima actividad del día, en que un servidor conferenciaría sobre “Los espacios de encuentro literario. Una breve visita minificcional”. Esta vez, cuando tomé asiento, observé con agrado un gesto que estuvo presente durante el programa: la delegación completa se sumaba al público general para disfrutar de todas las exposiciones. De manera que no había manera de sentirse allí arriba incómodo o solo.
El día clausuró con el debate “Qué escribir”, a cargo de Karla Suárez, Guillermo Arriaga, Magali García Ramis y Luis Negrón, sistemáticamente moderado por Helena Sampedro. Sus puntos de vistas, coincidentes dentro del amplio puzle de la creatividad literaria, fluyeron con armonía durante la actividad. Y no dejaba de observar a Magali, esa grandiosa escritora, monumento andante de las letras caribeñas, que con tanta humanidad ha tratado la vida compleja de la gente del Caribe, y a Luis, quien ha podido construir una vida plena sin dejarse detener por nada.
Luego cenamos y, de camino al hotel, sucedió un tremendo apagón.
Jueves 7 de abril
El apagón nos fue informado por un puertorriqueño de a pie frente al restaurante, la noche anterior. “Bendito, je fue la lú”, dijo. Con el pasar de las horas del día siguiente, ese “bendito” modificaría su composición etimológica para convertirse en “maldito”. Gracias a Dios que en el Centro de Bellas Artes había planta eléctrica, por lo que Chiki Fabregat pudo abrir la sesión. La autora, con su corte y tinte verde bellísimos, hizo un recorrido por la literatura infantil, siguiendo el rastro de la Caperucita. Me retrotrajo a mi niñez… particularmente por las referencias a diversas variantes inesperadas y sórdidas que había tenido ese relato. Y llamó la atención sobre textos que marcan un reto en las lecturas infantiles de la actualidad, en los que aparecen personajes trans o asesinos. Se detuvo en Juan Pilila (https://www.youtube.com/watch?v=JUcQJYouVNA), la popular serie para niños del dinamarqués Jacob Ley que ha causado gran revuelo en Europa, cuyo protagonista se caracteriza por poseer el pene más largo del mundo, lo que le permite realizar numerosas operaciones de manera graciosa.
Luego correspondió el turno a Mayra Montero. En medio de su conferencia la planta eléctrica tiró el tiro y se fue la otra luz. Entonces sucedió uno de esos toques curiosamente mágicos de la mecánica moderna: la conferencista continuó su exposición a viva voce, iluminada por las luces de los celulares. Al ver su actitud, pensé: “mira, como yo, que para estar aquí no me detenía ni el diablo”.
La actividad siguiente tuvo lugar en la planta baja de Bellas Artes, donde se realizaba la feria del libro como parte del Congreso. Esta feria, en la que se paseaba una energía especial, contó con la exposición de instituciones y autores puertorriqueños. La mesa principal era la de Librería Norberto, a cuyo fundador se realizaba un homenaje póstumo. La organización ferial estuvo a cargo del Departamento de Desarrollo Cultural del municipio, bajo la tutela de Carmen Muñoz Hernández. La actividad consistió en un encuentro con los editores Emilio del Carril, Javier Ortiz Roma y Violeta Lorenzo, con la moderación de Carlos Roberto Gómez Beras. Allí se discutió sobre la situación de la producción del libro en Puerto Rico.
Jueves 7 de abril –vespertinas
La tarde abrió con la presentación de mi libro Dominicanos, editado por el Banco Central, en compañía de Alejandro Álvarez Nieves. Alejandro es amigo de Frank Báez. Me contó de una curiosa incursión que ambos disfrutaron en cierta antigua fábrica de Alemania… Bajo un aire acondicionado que amenazaba con ponernos a alcanzar el punto de congelación, había dos periodistas que enriquecieron la experiencia de interacción: María Antonia Sánchez-Vallejo y Miguel Santamarina, quienes cubrían para El País y Zenda, respectivamente. Estos dos periodistas integrados al evento, aprovechaban su presencia allí para captar noticias generales de lo que sucede en Puerto Rico. Miguel aprovechaba además para correr en las primeras horas. Al parecer, corría muchísimo. María Antonia realizó interesadas sugerencias para que subieran los grados Celsius del aire, pero sus intentos se congelaron en el vacío.
Luego vino la conferencia de Guillermo Arriaga: “Novela, cine: el arte de contar”. Envuelto en sus aires de cazador, realizó un interesante vínculo semiótico entre cacería y relato. A su entender, en los tiempos antiguos quienes no iban de caza se quedaban a la espera del retorno de los cazadores para que les hicieran sus relatos. El último debate, “Qué soñar”, estuvo a cargo de Pilar Quintana, Iván Thays, Silverio Pérez, Mayra Santos Febres y Tere Dávila, moderados por José Manuel Fajardo. Con este pastel de experiencias y palabras, se llegó a la actividad final del evento. Pero antes, a manera de emotivo intermedio, se realizó un merecido homenaje a la memoria de Norberto González, fundador de la afamada Librería Norberto, pilar de la difusión del libro en Puerto Rico.
El día cerró con una conferencia de Edgardo Rodríguez Juliá. El autor de Sol de medianoche salió al podio con una mascarilla. Lucía bidimensional, como una imagen de Zoom. La mascarilla nos vuelve tan lejanos; nos proyecta desde una soledad interespacial y crea entre nosotros la distancia que se genera en un quirófano entre el médico y el paciente.
De esto pareció darse cuenta Edgardo y se quitó la mascarilla. Entonces resurgió con agradable vitalidad para presentar un retablo magistral sobre la literatura puertorriqueña. Ese fue el cierre idóneo para el Congreso Internacional de Escritores, con la literatura boricua como ancla.
Jueves 7 de abril –despedidas
Una vez recogidos los bártulos y consumida la cena, nos desplazamos hacia el hotel. La satisfacción por la calidad del evento y por las nuevas amistades se sentía en el ambiente. Sin embargo, en ese mismo ambiente se percibía un tufillo de tristeza: al día siguiente cada cual partiría para su país. Ya Rosa Montero y Alicia Boluda Brunet habían marcado esa estela. De manera que tracé un plan: irme calladito, como ladrón en la noche, sin despedirme de nadie. En el atardecer del viernes me esperó el barco, la alegría de conocer y redescubrir tanta gente y la mansa nostalgia de esos días de abril.